37. De amor y otras cosas imposibles

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Me desperté en la mañana como si fuera otra persona. Así parecía, como si no fuera yo. Porque me sentía absolutamente feliz y emocionado, como si estuviera flotando en una nube sobre el cielo. Hice el desayuno y lo comí rápidamente. Me sentía muy ansioso.

— Te ves diferente— me dijo el abuelo.
— Me siento de maravilla— dije.
— Eso me alegra mucho— dijo—, ¿Te ha pasado algo bueno?

Lo observé. No podía decirle que por primera vez en mucho tiempo las cosas habían salido perfectas para mí.

— Eso creo— dije—. Ya debo irme o llegaré tarde.
— ¿Tu amigo no vendrá por ti?
— No, él no puede porque...

Mi abuelo era tan estricto que una vez me dio un sermón de dos horas porque tuve una mala nota en una materia que no afectaba siquiera mi calificación final. Era muy serio con las cosas de la escuela y no toleraba errores. De hecho me había cuestionado mucho por culpa de Letty y me hizo prometer no volver a buscarla porque por su culpa llegué tarde. Eso fue fácil de prometer porque estaba seguro de que Letty y yo no volveríamos a querer tener nada qué ver.
No podía decirle que a Dalton lo suspendieron porque no me dejaría volver a verlo.

— ... está enfermo— dije—. Se quedará en casa unos días.
— Qué mal.
— Iré a su casa en la tarde para llevarle las tareas— dije.
— ¿No es nada infeccioso? Porque me siento mal por él pero si puede contagiarte entonces no deberías visitarlo.
— Se lastimó el brazo mientras practicaba con el equipo de basquetbol— dije, me sorprendía a mí mismo sobre lo fácil que se me estaba haciendo mentir.
— Pero estará bien, ¿No?
— Sí, le recomendaron descansar. Por eso quiero ayudarlo los siguientes días. Así que espero que no te moleste que lo visite por las tardes.
— No, siempre y cuando no afecte tus deberes.
— No lo hará.
— Está bien, ese jovencito me agrada.

Eso no me hizo sentir bien porque le había mentido. Odiaba tener que hacer eso. Pero pensé que quizá podría en el futuro contarle todo, cuando yo mismo entendiera qué estaba pasando. Pero en ese momento sólo me sentía feliz y no quería pensar en nada más.

Me fui a la escuela en mi bicicleta. Todo me parecía más brillante y lleno de color. En la escuela tuve un increíble día, pese a que el presidente estuvo de mal humor.

— Necesito que alguien revise todos los informes que hemos entregado desde el inicio del año— dijo el presidente irritado.

Todos me miraron.

— Lo siento, tengo algo que debo hacer así que me iré temprano— dije con nerviosismo, esperando la reacción del presidente.

Él estaba recargado sobre la mesa con una aura que emergía de él que daba miedo. Lo observé asustado. Me miró.

— Qué te vaya bien— me dijo, luego miró a todos los demás—. Harry revisará los informes.
— ¿Qué?— dijo Harry sorprendido—, ¿Yo por qué?

Me fui de ahí muy entusiasmado. Regresé a casa a dejar mis cosas y mi bicicleta. Tomé un taxi. Deseaba llegar lo más rápido posible a casa de Dalton. Me sentí menos ansioso cuando pude ver el bosque que rodeaba su casa. Llegué.
Nancy estaba en la entrada.

— ¡Buenas tardes!— dijo ella muy entusiasmada.
— Buenas tardes...
— ¡Rápido, lo esperan!— dijo ella y me tomó de la mano.

Corrimos hacia adentro. En la entrada estaba el mayordomo. Iba a saludarlo pero Nancy no se detuvo. Nos pasamos de largo. Adentro estaba Dalton. Al verme se acercó para abrazarme.

— ¿Por qué tardaste tanto?— me preguntó.
— Fui a la escuela— dije—. Y luego a casa.
— Yo podría llevarte a la escuela— dijo.
— No puedes, le dije a mi abuelo que te lesionaste y que por eso no irás a la escuela.
— ¡Pero eso es terrible, ahora no podré llevarte!
— Pero yo podré venir aquí todos los días con el pretexto de traerte las tareas— dije.
— ¡Eres un genio!— dijo feliz—, ¡Ven, tengo planeadas muchas cosas que debemos hacer!

Intenté hacer un par de actividades pero me sentía bastante cansado.

— ¿De verdad tienes muchas ganas de hacer todo eso que planeaste?— le pregunté.
— Hice una lista.
— Entonces necesito descansar para hacer todo— dije.
— Puedo ayudarte con eso— dijo y se acercó.

Me levantó en sus brazos. Atravesamos el lugar hasta llegar a la piscina.
Me sentó suavemente sobre una reposera que estaba ahí debajo de un parasol.

— Qué amable— le dije—. Podía caminar para venir hasta aquí pero qué amable.
— Debes estar cansado— dijo—. Sé que es difícil que hagas todo eso pero tengo una solución a nuestros problemas.
— Mis problemas— dije.
— Nuestros, porque yo sufro cuando no llegas rápidamente— dijo—. Pero sé qué hacer. Mi chofer te llevará a la escuela y luego te traerá en la salida directamente hasta aquí.
— ¿A él va a gustarle eso?
— Le gusta que le pague, yo creo que sí. Sólo avísale a tu abuelo que vendrás aquí después de la escuela y ya, asunto solucionado.
— Bien, lo haré pero sólo porque de verdad es cansado.
— ¡Genial!— dijo feliz.
— Lamento que no podamos hacer más cosas hoy— dije—. Realmente sólo quiero descansar. 
— Entonces descansaré a tu lado— dijo y se recostó en la reposera a mi lado—. Es todo lo que quiero, poder estar contigo.

Le sonreí.

— ¿Y tu madre?— pregunté.
— Creo que no está. No la he visto. Ya aparecerá en estos días.
— Está bien— dije un tanto confundido.

Nos pasamos la tarde así, junto a la piscina hablando de cosas tontas. De aliens y fantasmas en el bosque uva. De astronautas y autos. De amor y otras cosas imposibles también. Aunque en ese momento todo se sentía posible. Como si sólo debiera desearlo.

El chofer me regresó a casa.
Al día siguiente fue por mí. Parecía un hombre muy amable y agradecido de trabajar con la familia de Dalton así que no me sentí tan mal porque tuviera que ir por mí el resto de la semana. En la salida le envié un mensaje diez minutos antes de que terminaran mis clases para que pudiera llegar puntualmente. Así lo hizo. Me llevó a la casa de Dalton inmediatamente y eso me ahorró mucho tiempo. Nuevamente Nancy estaba en la entrada y me llevó con Dalton que parecía estar esperando por mí. Me abrazó nada más me vio. Luego fuimos al salón de juegos.

— ¿Qué es lo que haces cuando estoy en la escuela?— le pregunté.
— Espero a que llegues— dijo.
— ¿No tienes nada más que hacer?
— No me importa otra cosa— dijo.
— Deberías aprovechar tu tiempo.
— Lo intenté pero la ansiedad no me deja concentrarme.
— ¿Qué ansiedad?— pregunté.
— La ansiedad de no verte.
— ¿Y eso está bien?— le pregunté.
— No, seguramente no pero ya iré a terapia otro día. Hoy sólo quiero que estemos juntos.

Eso hicimos. La casa de Dalton parecía tener absolutamente todo (y de no ser así el mayordomo parecía estar dispuesto a ir incluso a la guerra por conseguir lo que fuera) por lo que estuvimos ocupados hasta la tarde.

— ¿Sabes qué deberíamos hacer definitivamente?— dijo.
— ¿Qué cosa?— pregunté.
— Te enseñaré a nadar— dijo.
— No gracias, no me arriesgaré a morir ahogado otra vez.
— Ya te salvé una vez, si vuelve a ocurrir simplemente lo haré de nuevo— dijo.
— No me arriesgaré— dije.
— Vamos, confía en mí. Nunca dejaré que te pase nada.
— Bien, pero si me muero será tu culpa.
— Eso no pasará, estaré contigo siempre.
— ¿Lo prometes?
— Lo prometo— dijo.

Fui a cambiarme de ropa y minutos después me interné en el agua lentamente con su ayuda.
Me sentía muy nervioso así que sostuve sus brazos muy firmemente mientras avanzábamos hasta el centro del lugar. Yo flotaba (con su ayuda) y la sensación era maravillosa.

— Esto parecía más escalofriante— dije.
— No lo es para nada— dijo feliz—. Es como si flotaras en el cielo sobre una nube.
— Eso es lo que iba a decirte— le dije y le sonreí.

Se acercó más a mí. Lo observé.

— Me encanta tu sonrisa— dijo.
— A mí me encantas todo tú— dije y sentí cómo mi cara se debió poner roja.

Él se inclinó un poco para besarme y yo iba a dejarlo cuando escuchamos un ruido de algo rompiéndose.
Nos giramos. Una mujer estaba sobre una reposera debajo del parasol, miraba una copa rota en el suelo. Nos observó. Me quedé mirándolo atónito.

— ¡No se preocupen, sigan con lo suyo!— gritó.
— ¿Mamá?— dijo Dalton—, ¿Desde hace cuanto estás aquí?

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora