55. Del presente y el futuro

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Por la tarde fuimos a mi casa. Necesitaba ver a mi abuelo.

— Ya llegué— dije una vez que entré por la puerta.
— Yo también— dijo Dalton—. No sé por qué estoy diciendo eso si no vivo aquí.

El abuelo apareció. Nos observó.
Parecía sorprendido.

— Buenas tardes— le dijo Dalton feliz.

Yo me sentí un poco incómodo. No tenía nada que justificara la presencia de Dalton en mi casa. Sin embargo no tuve que decir nada porque él era tan simpático y agradable que comenzó a hablar con mi abuelo como si nada. Lo miré maravillado. ¿Cómo era posible que todo el mundo lo quisiera?

Fuimos a mi habitación después con el pretexto de estudiar. Yo sí planeaba hacer eso pero Dalton tenía otra idea.

— Hay que cerrar bien la puerta— dijo él—. Para que no entre tu abuelo y nos vea besándonos.
— ¿Qué?— dije confundido.
— Yo la cierro— dijo mientras lo hacía.
— No, no vamos a...

Demasiado tarde. Nos besamos por mucho tiempo ese día hasta que el abuelo apareció para preguntar si necesitábamos algo. Yo sí: un poco de autocontrol porque no podía dejarme llevar en ese aspecto.

Sin embargo días después comprobé que eso era imposible. Sólo necesitaba que Dalton se acercara a mí para perder toda mi voluntad y hacer lo que él quería. Si me hubiera pedido que saltara de un edificio a su lado lo habría hecho porque su sola presencia me abrumaba tanto que no podía pensar en nada más que no fuera en hacerlo feliz. Quedaba tan perdido que no sabía cómo decirle que no. Cuando me daba cuenta, ya estaba entre sus brazos tratando de no morir de pena. Aún cuando habíamos tenido sexo una vez, yo seguía sintiendo que se me salía el corazón sólo de tenerlo cerca. Y me quedaba en blanco cuando me tocaba. Porque era obvio que él quería volver a hacerlo. Y yo también... pero de alguna manera sentía que no debía.

— ¿Por qué no?— preguntó Dalton un día mientras estábamos al lado de la piscina de su casa.
— Buena pregunta— dije.
— Estamos saliendo. Tú me quieres y yo te quiero, ¿Por qué no deberíamos ceder ante nuestros impulsos?
— Porque yo no cedo, yo les doy el control por completo y eso no puede ser bueno.
— Para mí fue buenísimo.
— Sabes a qué me refiero.
— No lo entiendo— dijo—. Pero no me sorprende, no entiendo muchas cosas... ¿Es por eso? ¿Es porque soy muy estúpido?
— No creo que seas estúpido— dije—. Nadie lo piensa de hecho.
— Mi madre lo piensa.
— Eso es cierto— dijo ella de la nada.

¿Cómo llegó ahí? Casi me daba un infarto.

— ¿Mamá?— dijo Dalton asustado—, ¿Qué haces aquí?
— Te escuchaba suplicar por sexo— dijo ella muy tranquila—. Y no es porque seas estúpido... quizá sí un poco pero...
— ¡Mamá, vete de aquí!— le dijo Dalton nervioso.
— Usted es muy silenciosa— le dije.
— Es una de mis múltiples habilidades— me dijo ella—. A comparación con mi hijo, soy muy talentosa. Pero él también tiene lo suyo. Por ejemplo sabe dibujar un poco.
— ¿De verdad?— le dije a Dalton.
— No es cierto— dijo él apenado—, no soy nada bueno...
— Deberías enseñarle tus diseños de autos— le dijo ella—, quizá si ve que no eres un completo inútil quiera acostarse contigo.

Dalton se levantó y corrió hacia adentro. Eso había sido muy efectivo. Ella se sentó a mi lado.

— En realidad quería que nos dejara solos— dijo ella.
— ¿Para qué?
— Para hablar.
— ¿Sobre qué?
— Sobre mi hijo. ¿Qué tal tu primera vez? ¿Estuvo bien?
— ¡No voy a contarle algo así!— dije apenado.
— Entonces dime por qué no quieres volver a hacerlo. Sé que al tonto de mi hijo no quieres decirle pero podrías contarme a mí. No le diré.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora