42. De escudos y carcajadas

187 41 9
                                    

Tenía mis brazos pegados a mi pecho, como si me estuviera protegiendo. Realmente no tenía que hacerlo, sólo estaba demasiado tenso como para hacer algo con ellos. Me sentía tan abrumado y perdido por el beso que no era consciente de lo que pasaba totalmente. Pero cuando pude controlarme un poco, noté que su mano que anteriormente se encontraba en mi hombro, estaba en mi cintura.
Eso causó mucha inquietud.

Nos separamos momentáneamente. Intenté recuperar mi aliento. Me sentía muy abrumado, como si no terminara de entender qué estaba pasando. Él sujetó mis manos nuevamente, lo miré por instinto.

— ¿Estás bien?— preguntó en un susurró.

Yo me encontraba tan confundido que no era capaz de responder a esa o a ninguna otra pregunta.

— Porque parece que tus brazos son un escudo— dijo—. Y no tienes nada de que protegerte aquí.

Era cierto pero aún así sentía mi cuerpo pesado, tanto que tenía los hombros encogidos y las rodillas flexionadas, como si quisiera hacerme lo más pequeño posible.

— No haré nada que no quieras— dijo—. Quiero que tengas eso bien claro.

Lo miré. Se apartó un poco de mí. Sentí un poco de frío que se filtró por el espacio que dejó entre nosotros.

— E... estoy bien— dije, un poco más recuperado.
— Entonces te deseo buenas noches— dijo.

Se acostó un tanto alejado de mí y se giró para el otro lado.
¿Qué significaba eso?
Me acerqué un poco. No llegué a tocarlo, simplemente me acerqué más. No entendí nada así que también me giré para el otro lado. Me puse a pensar cuál era el significado de esa acción pero no llegué a nada. En algún momento me quedé dormido. Empecé a tener pesadillas con mucha agua que caía sobre mí y me desperté. Aún era de noche. Sentí unos brazos alrededor de mi cuerpo. Me acomodé un poco para poder ver quién era porque estaba tan confundido que al principio no recordaba donde me encontraba. Cuando descubrí que era Dalton, no pude evitar que mi corazón se acelerara por la impresión. Estaba dormido plácidamente. Se veía muy tranquilo, porque aunque la luz era muy escasa, podía distinguirlo en la oscuridad.

Recordé lo que dijo, sobre que todo de mí le gustaba. No era el único, yo me sentía igual.
Lentamente, puse mi mano sobre su mejilla. Estaba frío.
Miré sus labios. Recordé la manera en la que me besó y sentí que me invadió un calor repentino.
Noté que mi otro brazo seguía junto a mi pecho, aún protegiéndome. Pero la verdad era que todavía no confiaba totalmente en él y no entendía por qué. Me había dicho que me amaba y yo sabía que me sentía igual, ¿A qué le temía tanto?

Quizá no quería salir lastimado. Pero él nunca lo haría.

Estaba pensando en eso cuando abrió los ojos de repente. Aparté mi mano de su cara, avergonzado. Pero él la sostuvo. Lo observé.

— Lo siento— susurró—. Quería darte espacio pero creo que te estoy abrazando.
— Es que hace frío— dije apenado.
— O simplemente todo me lleva hacia ti.
— Entonces a mí también— admití con la cara caliente.

Me besó. Lentamente y mientras sostenía mis manos. Yo intenté relajarme lo más que pude porque no quería estar asustado.
No fue difícil, me perdí en sus labios y en el sabor de su aliento.
Me sentía bastante confundido y perdido que por instinto empujé mis manos hacia el frente y toqué su pecho. Él dejó de besarme.

— Yo... lo siento— dije.
— No, está bien... es sólo que aún no sé qué hacer cada vez que me tocas. Aún si es un accidente, yo...  me sigue sorprendiendo...

Sonrió.

— Lo... siento— dije.
— No te preocupes— volvió a a tomar suavemente mis manos—. De no haber hecho eso, creo que yo me hubiera emocionado...
— ¿Qué?— dije.
— Es decir... estás a salvo— dijo un tanto nervioso—, pero... de verdad me gustas.
— A mí también— dije.
— Me refiero a que... de verdad, pero de verdad me gustas y... sé que no llevamos mucho tiempo saliendo pero... me gustaría, si tú quieres... algún día... tocarte de verdad.

Lo observé muy confundido.

— ¿Quieres... tocarme?— dije.

Él desvío la mirada y yo por fin lo entendí. Era lo que su madre decía, sólo que él si tenía tacto para hablarlo.
Mi cara se puso más caliente de lo que ya estaba y mi corazón latía rápidamente.

— Yo...— dijo un tanto serio—, de verdad quiero... tocarte.
— ¿Y eso...— dije angustiado—, me dolerá?
— No debería dolerte— dijo—. Si hacemos todo bien.
— Yo no... sé qué... se debe hacer— admití muy avergonzado.
— Yo sí— dijo.
— ¿Y por qué sabes algo así?— dije.
— Le pregunté a mi papá— dijo.
— ¿Y te lo dijo?
— Sí, con mucha facilidad.
— Tus padres parecen saber mucho de ese tema— dije.
— Son expertos— dijo—. Y yo creo que... sé qué debo hacer.
— ¿Y quieres... hacer eso conmigo?— dije con mucha dificultad.
— Algún día... si tú quieres.

No sabía qué pensar, pero sí sabía cómo me sentía.

— Algún día— dije.

Él me abrazó más fuerte contra su pecho y me sentí bien, como si nada pudiera pasar. En algún momento me quedé dormido.
Cuando desperté, Nancy estaba enfrente de mí junto a la cama.
Al verla hasta salté del susto.

— ¡Perdón por las molestias!— dijo—, ¡Pero el joven Dalton lo está esperando en la piscina!
— ¿La piscina?— dije confundido.
— ¡Así es!— dijo y se fue.

Salí en pijama al pasillo. Bajé las escaleras. Llegué a la piscina. Me senté enfrente de una de esas mesas que tenía su propio parasol. Dalton estaba en el agua, nadando. Me hizo feliz verlo tan animado. Entonces alguien entró. Era un hombre trajeado. Me observó. Y yo lo miré a él.

— A ti no te recuerdo— me dijo con su voz grave—. Y creo que te recordaría si ya te hubiera conocido.

No supe qué decir, sólo me congelé.

— Hola Emery— dijo la madre de Dalton que iba entrando, nos observó—, ¿Qué pasa aquí?

Eso mismo me preguntaba yo.

— ¿Lo conoces?— le preguntó él a ella.
— Sí pero tú no debes conocerlo— dijo ella y lo tomó del brazo—, es de Dalton.

Se lo llevó del brazo. Salieron. Yo no tenía idea de lo que acababa de pasar.
Dalton se acercó a la orilla. Parecía feliz.

— Buenos días— dijo contento.
— Buenos días— dije un tanto confundido.

La madre de él regresó y estaba riéndose a carcajadas. Dalton salió del agua y tomó una toalla.

— ¿Qué es tan gracioso?— le preguntó Dalton.
— ¡Tu padre pensó que Emery era otro de sus amantes!— dijo ella mientras se reía—, ¿Puedes creerlo? ¡Creo que definitivamente es su tipo!
— ¡Mamá!— le dijo Dalton enojado.
— No, definitivamente lo es— dijo ella—. A mi esposo le gustan así, delgados, pálidos y que parezca que son la reencarnación de Jesús.
— ¿Qué?— dije.
— ¿Has pensado en broncearte?— me dijo ella—. Te vendría bien un poco de color.
— ¡Mamá, ya vete de aquí!— le dijo molesto.
— Bien. Iré de compras— dijo ella.

Se alejó lentamente.

— ¡Y dile a papá que se aleje de nosotros!— le gritó molesto.

Lo miré.

— Perdona— dijo un tanto avergonzado.
— Está bien, no sé qué pasó— dije—. Y presiento que no debo saber.
— Así es, sólo... ignóralos. Sobre todo a mi papá.
— De acuerdo— dije.
— ¿Tienes hambre?— dijo—, pedí algo especial para ti.
— Me gustaría— dije.

Desayunamos mientras él me contaba sus planes sobre su negocio. De verdad le gustaban los autos.

— Al principio quería diseñar mis propios autos— dijo—. Pero creo que es imposible.
— Deberías hacerlo. Y empezar tu propia compañía— dije.
— Suena difícil— dijo—. Y recuerda que soy terrible con números y otras cosas.
— Podrías contratar a gente que se encargue de lo demás— dije.
— No sé si podría...
— Yo creo que podrías hacerlo— dije—. Piensa en grande. Nada es imposible.
— Tal vez... pero creo que te necesitaría ahí... para que no me dejes hacer cosas tontas. Porque si voy a iniciar mi propia compañía, sé que algo saldrá mal.
— Entonces lo solucionaré— dije—. Por ti.
— ¿Me lo prometes?— dijo.
— Te lo prometo— dije.

Sonrió feliz.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora