83. De aportes y primeros amores

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— Ojalá puedas entenderlo un día— le dije—. Porque yo no sabría explicártelo. No sé por qué la vida nos unió de esta forma y tampoco sé por qué decidió que nuestros destinos no fueran los mismos... pero es lo que está pasando.
— Te equivocas. Nadie decide nuestros destinos más que nosotros— dijo.
— Bien. Entonces yo elegiré por los dos— dije muy triste—. Tú te quedarás aquí a seguir adelante con tu empresa. Lo harás tan bien y será tan grandioso que en unos años todos en el país conducirán uno de tus autos.
— ¡No quiero eso, yo te quiero a ti! ¿De qué me servirá todo eso si no puedo tener a la persona que amo cerca? ¿Crees que podré ser feliz así?
— Creo que te costará trabajo pero sobrevivirás— dije—. Vivías sin mí hace unos meses. Volverás a hacerlo. Y quizá todo salga tan bien que lograrás olvidarme fácilmente...
— ¡Pero no quiero olvidarte, quiero tenerte aquí conmigo porque te amo tanto que siento que podría morir si sigues diciendo que te irás!— dijo entre lágrimas.

Mi corazón se terminó de romper. Tanto que me costó mantenerme en pie pero lo hice. Quizá me había vuelto más fuerte de lo que pensé que era.

— Yo también te amo— dije entre lágrimas—. Si pudiera hacer algo para que las cosas fueran diferentes lo haría sin pensar. Eres una de las razones por las que me levanto cada mañana. Pero no eres la única. Sé que es lo mismo para ti. Aceptaste abandonar todo porque no quieres perderme. Pero eso no es lo que está pasando. No me estás perdiendo. Me estás dejando ir. Jamás me perderás de verdad. Porque aún cuando estemos lejos yo no dejaré de amarte. Sin importar dónde estés o qué pase, mi corazón siempre será tuyo. Así ha sido desde que te conocí. Creo que ya te amaba incluso sin saber que lo hacía. Y aunque esto no salió como esperábamos y aún si la vida no nos dejó estar juntos, no me arrepiento para nada de haberte conocido. Me siento increíblemente afortunado y feliz de escucharte decir que me amas. De que quieras estar a mi lado porque yo también quiero.
— Entonces no me dejes. Llévame contigo— dijo mientras sus lágrimas bajaban por sus mejillas.
— Te amo demasiado como para hacer algo tan egoísta— dije—. Espero que puedas entenderlo algún día.

Me giré y di un paso cuando él sostuvo mi mano. Lo miré. Se veía terrible. Me dolió verlo así.

— Esto es lo mejor— le dije, seguía llorando—. Pronto lo verás. Estarás bien. Te lo juro. Yo tambien. Pero ahora debes dejarme ir.

Negó con la cabeza mientras sus lágrimas caían.

— No quiero— dijo—. Por favor no te vayas.

Liberé mi mano. Le sonreí.

— Estaremos bien— le dije—. Y seremos felices. Te lo juro. Pero esto es el final. Adiós, Dalton.

Luego me fui caminando y no me detuve. Tampoco miré atrás. Pero no dejé de llorar. Aún si en el camino las personas me miraban raro. Dejé que mis lágrimas salieran, como si pudieran llevarse con ellas todo el dolor que sentía. Pero no era así. Me sentía incluso peor.
Llegué a casa. Entré y ya no lo aguanté más. Comencé a llorar pero de verdad. Sin contenerme. Como si acabaran de dispararme. Así se sentía, el dolor era tan grande que oprimía mi pecho y no me dejaba respirar. Como si quisiera matarme.

El abuelo apareció. Me miró preocupado y se acercó. Me pidió una explicación pero no pude dársela, el dolor no me dejaba hablar siquiera. Era como si hubiera tomado el control de mí y fuera lo único que importara.
Sin embargo salió de mí con el tiempo. Cuando terminé de llorar porque me sentía cansado, pude ver con claridad las cosas. Darme cuenta de lo que pasaba. Descubrí que estaba en el suelo junto a la puerta mientras el abuelo me abrazaba y me decía que todo estaría bien. Lo miré. Parecía muy preocupado.

— ¿Qué pasó?— me preguntó angustiado y asustado.
— Hay algo que debo decirte— le dije.

Entonces le conté todo lo que pasó. Él no me interrumpió, ni siquiera en las partes donde dije que lo engañé. Me escuchó atentamente. Lloré un poco en el proceso. Pero también fui feliz. Sobre todo cuando le contaba de Dalton. Metí nuestra historia en un par de horas. Parecía un sueño, sobre todo porque ya había terminado. Recordar eso hizo que me dieran más ganas de llorar. Pero no lo hice. Porque estaba esperando a que el abuelo hablara. Porque su silencio me estaba matando.

— ¿Hasta dónde había llegado tu relación con ese jovencito?— dijo al fin.
— ¿Qué?— dije confundido.
— Es decir... ¿Tuvieron intimidad alguna vez?
— Eh... estábamos saliendo... yo era su novio...
— ¿Y eso significa que sí?
— Varias veces— admití avergonzado.
— Ya veo— dijo.

Se levantó y me ayudó a incorporarme. Después se sentó en el sofá. Lo seguí. Lo miré consternado. Suspiró.

— Debes sentirte muy triste— me dijo—, ¿Quieres ir a dormir?

Negué con la cabeza.

— ¿Entonces qué quieres hacer?
— ¿Estás enojado conmigo?— pregunté con inquietud.
— Honestamente un poco— dijo—. Porque no te crié para que mintieras e hicieras trampa... pero entiendo que lo hiciste por mi culpa. Querías poder ayudarme. Pero no era necesario. He ahorrado para tu universidad desde siempre porque sé que te lo mereces. Porque pensé que en algún momento encontrarías tu sueño y no quería que te lo perdieras... aún así no lo hice bien. Te preocupé muchas veces. Y no te di la confianza suficiente como para que me explicaras lo que sucedía. Pensé que aunque era muy estricto contigo tú sabías que era porque quería que te enfocaras en la escuela... jamás imaginé que eso te haría desconfiar de mí. De verdad lo siento.
— ¡No, no fue tu culpa para nada!— dije alterado.
— Sí lo fue. Debí tener más comunicación contigo. Debí ser más comprensivo. Y más listo porque engañarme fue muy fácil. No hubiera podido adivinar ni en cien años que tú y ese jovencito estaban saliendo.
— Perdón— dije avergonzado.
— No te disculpes. Menos ahora que estás tan triste. Entiendo lo que hiciste y porqué. Eres muy valiente y te admiro por eso. Se requiere de verdadera fuerza para dejar ir a quien amas. Me enorgulleces mucho. Porque creo que fue lo mejor. No porque tu relación con ese chico no me agrade, sino porque sabías que no podían estar juntos sin sacrificar algo. Ojalá eso no tuviera que pasar. Ojalá tú pudieras estar con la persona que amas sin dejar algo porque te lo mereces. Más que nadie mereces amor. Pero desde donde sea que se vea, no hay otra solución para que logren sus sueños. Así tienen que ser las cosas. Aún si es muy doloroso.

Lo abracé. Me abrazó tambien.

— Llora todo lo que quieras— me dijo—. Te hará sentir mejor. También necesitas descansar. Te cuidaré. Y si quieres hablar sobre ese jovencito, hazlo. Te escucharé. Sé que es tu primer amor y jamás lo olvidarás. No debes hacerlo. Sobre todo porque siento que aprendiste mucho de él. Ojalá él también se haya llevado algo bueno de ti. Quizá no podemos elegir cuándo o por qué conoceremos a ciertas personas y tampoco sabremos por cuánto tiempo estarán en nuestras vidas pero sí podemos elegir la forma en la que las recordaremos. Creo que todas las personas que aparecen en nuestra vida le aportan algo, aún si es muy pequeño. Creo que si ese joven te ama tanto como dijo, es porque tú de verdad le aportaste algo importante. Por eso todo es tan doloroso. Pero no te preocupes, no morirás de dolor y él tampoco. Sobrevivirán. Te ayudaré. Pero debes siempre confiar en mí. Estoy para ti. Excepto si quieres contarme detalles de tu relación con él, en ese caso no quiero escucharlas o me darán ganas de ir a matarlo...
— Entiendo— dije.
— Pero para todo lo demás, aquí estoy.

Me abrazó. Me sentí mejor. Aún dolía todo... pero tuve la certeza de que no sería así para siempre.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora