76. De chimeneas y arbolitos de navidad

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El sexo junto a la chimenea era algo que jamás podría olvidar. Fue tan bueno que incluso seguía recordándolo días después cuando estaba en la escuela. El recuerdo de cada caricia, de cada beso, de casa sensación y de cada imagen se encontraban muy presentes en mi mente. Recordaba la cara de Dalton iluminada por la luz del fuego... hasta casi podía olerlo y escucharlo aunque no estaba a mi lado.
Lo amaba demasiado.

Sin embargo no tenía tiempo para perderme en mis memorias, los últimos exámenes estaban muy cerca y debía prepararme para ellos. Gigi se ofreció para ayudarnos y aunque yo no la necesitábamos, se reunía en el salón del consejo estudiantil para escuchar nuestros planes.
La gran mayoría de los exámenes eran pequeños y poco importantes pero aún así me los tomé en serio. Apliqué el método de los auriculares inalámbricos porque como Dalton tenía el cabello ligeramente largo para esos días, podía esconderlos sin que se viera raro. En otros simplemente busqué una manera de esconder algo de donde pudiera copiar. Mientras más pequeño fuera el examen, el profesor menos se esforzaba por vigilar.
Todo iba perfecto hasta que me encontré una dificultad: el examen de anatomía.

— ¿Y por qué este es diferente a los demás?— preguntó Gigi cuando nos reunimos.
— Porque el profesor aplicará cuatro pruebas diferentes— dije.
— ¿Cuatro?— dijo Gigi sorprendida.
— Es una medida para evitar que puedan copiarse en los grupos— dije.
— Si todos los exámenes son diferentes entonces nadie puede saber quién también está haciendo uno parecido al suyo— dijo Gigi.
— ¿Y si pierdo este no me graduaré?— dijo Dalton.
— No, no estás en esa situación... pero no hay que arriesgarnos— dije—. Debe haber una forma.
— Vamos Emery, piensa— dijo ella—. Algo se te debe ocurrir.
— Me tocará hacer la prueba primero— dije—. Sería fácil si a Dalton le tocara el mismo examen... ¡Eso es!
— ¿Qué cosa?— preguntaron Gigi y Dalton.
— El profesor debe entregarlos en algún orden— dije—. Hay que descubrir cuál es y hacer que el examen que a mí me toque sea el mismo que le toque a Dalton.
Apuesto a que va por números y el lugar donde te sientes tiene mucho qué ver con la prueba.

Mi teoría era interesante pero si no podía probarla me arriesgaría mucho. Entonces descubrí que la prueba la aplicarían primero en el grupo de Harry y Tony, un día antes en realidad. Después de que ellos la hicieron, les pregunté.
El profesor marcó los exámenes por números, así que Harry hizo el examen “2” y Tony el “3” porque ellos se sentaban consecutivamente. Según ellos el profesor entregó personalmente las pruebas y empezaba desde un extremo del salón hasta terminar.
Hice mis cuentas y según eso, a mí me debía tocar la prueba número 2. Debía hacer que Dalton se sentara en un lugar en su salón donde también le tocara esa prueba. Así yo memorizaría las respuestas y por los audífonos inalámbricos se las diría.

Hice la prueba y deseé que todo saliera como lo planeé porque un simplemente cambio como que el profesor decidiera empezar a repartir por otro extremo podría arruinar todo. Pero ya lo tenía cubierto. Si a él no le tocaba la prueba 2, diría que se sentía mal y saldría para pedir ir a casa y ya después pensaríamos en otra cosa. Pero deseaba que todo fuera como lo predije.
Si todo resultaba ir bien, Dalton golpearía un auricular para que yo escuchara el sonido y empezara a decirle las respuestas. Esperar a ese ruido me pareció enterno. Sin embargo lo escuché. Eso me puso feliz. Significaba que mis cálculos fueron los correctos. Dalton tenía la prueba dos. Para poder tenerla simplemente le pidió a una chica que le cambiara de lugar por ese periodo. Ella aceptó aunque no entendió porqué.
Le dicte las respuestas y luego las repetí por si se le pasó una. Terminamos y aún sobraba bastante tiempo para que finalizara la clase.

— Estaba pensando en que debíamos ir a tu casa— dije—. Porque aún no sé nadar muy bien y en vista de que tú quieres enseñarme... debería aprovechar la oportunidad. También deberíamos festejar porque oficialmente se acabaron los exámenes. Básicamente te graduarás, es un hecho. Lo logramos. Es raro, ¿No? Que se acabe esto que nos unió. Jamás hubiéramos hablado con el otro de no ser porque nos necesitábamos... me hace pensar que desde el principio éramos perfectos juntos pero... también muy torpes. Tuvieron que pasar muchas cosas para que nos diéramos cuenta. Han sido muchos meses... pero a la vez se han ido tan rápido que parece un sueño... me hace sentir un poco de nostalgia. Es raro porque aún faltan semanas para la graduación... creo que quizá sólo estoy pensando demasiado.
Pero me conoces, sabes que es lo que yo hago.

Me quedé en silencio unos segundos.

— No sé si debería decir esto por aquí— continúe—, pero yo creo que mi lugar es a tu lado... sin importar dónde sea... y aún si pasan muchos años yo... creo que siempre voy a estar enamorado de ti... ¿Ya te he dicho que te amo? Porque creo que jamás lo he dicho...
— ¡Profesor, ya terminé mi examen, ahora tómelo porque yo necesito salir urgentemente!— dijo Dalton.

Eso me confundió mucho. Pero al  juzgar por los sonidos, él salió del lugar. Corría. Iba hacia mí. Apagué mi teléfono. Salí del salón del consejo estudiantil. Esperé a que llegara con inquietud. Apareció por el pasillo. Corrió. Cuando estuvo cerca de mí me abrazó.
Lo rodeé como pude. Se sentía bien.
Por temor a que nos vieran, me separé de él y lo tomé de la mano. Entramos.

— Emery, necesito besarte ahora— me dijo.
— Espera, cierro la puerta primero.

La empujé lentamente. Después él me besó. Fue tan intenso, tan rápido y hasta desesperado que perdí el aliento. Me separé para poder respirar. Él aún sostenía mi rostro.

— ¿Por qué dijiste algo así ahora?— dijo.
— No lo sé... así me sentía— dije.

Volvió a besarme. Después de un rato nos separamos porque debíamos regresar a nuestros grupos. El clima empeoró y todo estaba nublado.
Para la hora de la salida ya estaba lloviendo bastante.

— Olvidé mi paraguas— dijo el presidente, me lo encontré en la puerta—. Odio la lluvia. Pero está bien, un poco de agua no me detendrá. Que tengas un buena tarde, Emery.

De verdad iba a irse corriendo. ¿Enloqueció o qué? Imaginé que para alguien que parecía tener una condición física increíble, eso sería fácil... pero a mí no me gustaba.

— Espera— le dije, me observó.

Entre mis cosas yo siempre cargaba con uno aún si no estábamos en épocas de lluvia. Prefería prevenir que lamentar. Se lo entregué.

— ¿Y tú qué usarás?— me preguntó.
— Alguien me llevará en su auto— dije.
— Entonces lo tomaré y te lo devolveré luego— dijo.

Pensé que se iría inmediatamente pero no, me abrazó antes. Luego se fue después de volver a darme las gracias. Lo observé irse.

— ¿Por qué te abrazaba?— dijo Dalton.

Hasta salté del susto. ¿Cuándo llegó ahí?

— Le presté mi paraguas— dije.
— Ah, con razón se veía muy feliz. Esta lluvia es horrible.
— Pensé que no lo necesitaría porque tú me llevarías a casa.
— Así es— dijo—. Además yo también tengo uno.
— Entonces hay que irnos— dije.
— ¿A tu casa o a la mía?
— Siento que la tuya se ha de ver aterradora con las tormentas. Como esas casas embrujadas de las películas antiguas.
— Pues si te asusta prendemos las luces y ya.
— ¿Por qué las luces la harían menos aterradora?— dije.
— Porque parecería arbolito de navidad— dijo—. Y a nadie le da miedo la navidad.

Me reí. Él siguió hablando de eso hasta que llegamos al auto. Nos fuimos y todo parecía bien... nadie hubiera podido sospechar jamás que las cosas cambiarían muy rápidamente.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora