De camino al infierno

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A la mañana siguiente antes de que amaneciera, sujetó su mochila ya llena con las pocas cosas que había decidido llevar y avanzó hacia la puerta de su pequeña habitación.

Sus hombres lo esperaban afuera y cuando él los observó sorprendido, todos lo saludaron con la mano en el pecho; como borregos siguiendo borregos. Lang los observó con un gesto desinteresado y suspiró con fastidio.

—Hemos venido a despedirlo y a desearle suerte. Esperamos verle pronto —dijo uno que avanzó al frente y Lang asintió sin poder decir nada más—. Siempre será una gran inspiración para el grupo; no lo defraudaremos y nos convertiremos en mejores cazadores de hechiceros. Es un juramento.

Lang sintió su pulso latir en sus oídos y los observó a todos con fijeza. No era de muchas palabras y la mayoría lo sabía, así que con inclinaciones de cabeza se despidieron de él y volvieron a sus habitaciones. Lang se puso la mochila al hombro y lamentó haberlos conocido.

No mucho después llegó al salón de traslados y entró. Los dos hombres del día anterior lo esperaban y lo miraron con interés cuando entró por la puerta. Sin decir nada, el trío se colocó sobre una placa circular y el jefe de zona elevó sus manos al techo; un enorme báculo de color gris brillante apareció en sus manos. Golpeó con la base del báculo el círculo y una enorme luz de color rojo salió de la circunferencia de la placa hacia arriba formando un tipo de tubo luminoso en el que los tres quedaron atrapados y en menos de un segundo, desaparecieron.

La transportación requería de un nivel estable y elevado de magia, por lo que usar instrumentos como báculos, tridentes o varas, lo hacía mucho más fácil. Llegaron a una plataforma espaciosa y vacía que se bifurcaba en distintos caminos. Lang conocía muy bien ese lugar, ya que de ahí partían los vagones que viajaban a diferentes sitios del mundo mágico. No era una plataforma visible para gente sin poderes y se encontraba en una línea espacio temporal distinta a la de la base en la que residían.

Avanzaron por los pisos brillantes y relucientes, subieron y bajaron escaleras automáticas y llegaron a la zona de salidas en menos de diez minutos. Cada uno de los vagones tenía vías diferentes; no eran muy rápidos porque había una inmensa cantidad de éstas, pero eran seguras y muy cómodas. Cada vagón constaba de una habitación, un baño y una pequeña cocina. Lang ya había viajado en vagones, como máximo un total de dos veces, porque era un lujo poder hacerlo.

—Es el número 45678 —anunció el capitán detrás de él. Lang asintió y avanzó hasta encontrar el número de vagón, pues cada uno era independiente, a diferencia de los de los trenes que iban enlazados.

Al encontrarlo, abrió la puerta y subió. Los dos hombres fueron detrás de él y cuando entraron, el capitán les alcanzó a los tres unas máscaras. Lang observó la suya... era un lobo y eso le hizo gracia. Las otras dos solo eran caretas con orificios en los ojos.

—La tuya es personalizada. Tus hombres lo pidieron así... y nos pareció prudente; así todos en la sede podrán saber quién eres con facilidad.

—Toda una celebridad —dijo el hombre mayor con un gesto pomposo que a Lang le hubiese gustado romper en mil pedazos; sin embargo, asintió y se dirigieron a la habitación.

En cuanto abrieron la puerta, pudo observar una caja de cristal de al menos tres metros de largo, cubierta por una tela de color rojo... al menos eso creyó él, porque la habitación no estaba muy iluminada.

El capitán les hizo una seña y los tres se colocaron la máscara, luego se acercó a la caja de cristal y retiró la tela. Lang alzó una ceja detrás de la careta que le cubría el rostro y se dio cuenta de que se trataba de una mujer; no debería haberle parecido extraño, pero había algo que no encajaba... era como si alguien hubiese encendido una alarma en su mente. Ella estaba en ropa interior, tenía sangre seca, marcas rojas y moradas en todo el cuerpo y parecía incluso que estaba desmayada. Un brazo le cubría la mitad del rostro y Lang pudo observar con molestia, los gestos del jefe de zona al pasar la mirada por el cuerpo de la muchacha. Lang volvió a mirarla y detuvo sus ojos en los grilletes que rodeaban sus muñecas y sus tobillos.

—Es muy hermosa. Tal vez puedas divertirte con ella, mientras le cortes la lengua y nadie se entere —siseó el jefe a su lado. Los músculos de su espalda se tensaron al escuchar esas palabras y no contestó.

El capitán se volvió hacia ellos que por un momento se distrajeron y de pronto, un golpe en el vidrió hizo que el de uniforme negro brincara asustado. Los tres se sorprendieron por la rapidez con la que la chica se había puesto de pie y había golpeado el vidrio, antes siquiera de un parpadeo.

El cabello largo y castaño rojizo de la joven ondeaba a cada golpe que profería al estrecho cubículo de cristal. El capitán rio, acercó su mano al vidrio y lo acarició mientras la expresión férrea y determinada de la joven lo taladraba con la mirada. La dueña de los ojos esmeralda se volvió hacia los otros dos y los estudió con cuidado; primero, al hombre con la careta blanca y luego al que tenía la de lobo. Lang la miró por primera vez con atención y su corazón dio un vuelco.

—No puede ser —susurró tan bajo que ninguno de los presentes se enteró de sus palabras.

Y es que, justo allí... frente a él... enjaulada, se encontraba...

—Es una de las hechiceras más poderosas del mundo. Parece que hay mucha magia dentro de ella, pero no ha podido desarrollarla correctamente. Sus objetos mágicos están bajo llave en aquel buró —señaló el capitán con un gesto de desinterés.

—Bien... pues es todo por nuestra parte —dijo el otro hombre a su lado—. Te deseo suerte, Lang —comentó y le entregó un manojo de llaves a lo que el de ojos miel asintió.

—Les deseo lo mismo —respondió en tono grave cuando los dos hombres salieron de la habitación y abandonaron el vagón dejándolo solo con la chica de la caja de cristal.

Avanzó con lentitud hasta la caja mientras la muchacha lo observaba con una mezcla de furia y desesperación que no le pasaron desapercibidos. Cuando se posicionó frente al cristal a menos de diez centímetros y observó fijamente a la muchacha, se dio cuenta de que no estaba equivocado. Era ella.

—¡Déjame salir! —gritó y golpeó con violencia el vidrio, sin importarle que los grilletes le lastimaran las muñecas—. ¡Malditos bastardos! ¡Déjenme salir!

Lang la observó sin hacer el más mínimo movimiento y maldijo su mala suerte. No podía ser que... de entre todos los hechiceros... fuera ella la que estuviese en ese vagón con él. Imposible. Había creído que ya habría muerto cuando había comenzado la cacería hacía años... pero no, estaba allí, frente a él, viva y llena de energías a pesar de estar tan mal herida. Suspiró y ella volvió a golpear el vidrio.

—¡Te arrepentirás por esto! —gritó y Lang alzó la mano con lentitud mientras se decía una y otra vez que no importaba que fuese ella. Era como cualquier otra persona... y él iba a cumplir con su palabra y a tomar el papel de Hermes para guiar su frágil y pequeña alma al inframundo. Haló la tela roja que se deslizó y se interpuso entre ambos.

Lo haría... y lo haría, aunque se tratase de la mismísima Sakura Kinomoto. 




N/A: Hola queridos lectores y fanáticos de SCC. Esta vez les traigo algo diferente a lo que han leído de mí. Sé que tienen muchas incógnitas, en específico... todo, pero es normal. Conforme la historia avance irán descubriendo cómo fue que Shaoran se convirtió en lo que es ahora y por qué Sakura está allí. Espero que les guste y que lo disfruten mucho. Un beso a todos y hasta la siguiente actualización. 

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora