Despedidas

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Pasaron casi toda la mañana en la habitación perdido uno en el otro, descubriendo cosas nuevas de sus cuerpos, sus mentes y sus corazones y, un poco después de comer, dejaron el hotel.

—¿A dónde vamos? —quiso saber ella ya estando en el auto, cuando se dio cuenta de que él había tomado una ruta diferente.

—A los acantilados. No puedes irte sin antes verlos.

Para poder observar los acantilados, debían ir en barco, así que Eriol manejó hasta el puerto y, al llegar, pagó para poder hacer el recorrido en barco. Ella esperó sentada en un pequeño montículo y lo observó avanzar hacia ella, con estudioso interés. Era tan atractivo que incluso verlo le dolía.

—Cielos... ya me estoy convirtiendo en una romántica sin remedio —susurró antes de que él llegara a su lado y extendiera su mano para ayudarla a apearse. Tomoyo le sonrió agradecida y se puso de pie para después ir directo hacia el muelle y subir al barco.

No había tenido la oportunidad de ver los acantilados porque había estado del otro lado, pero en cuanto el barco se deslizó por el agua y los acantilados salieron a la vista ella, sorprendida, avanzó rápidamente por cubierta hasta la proa y apoyó las manos en los blancos barandales de metal al tiempo que observaba hacia el frente.

—Son blancos —susurró para sí misma, pero él la escuchó porque casi la había seguido en el mismo instante en el que ella había corrido. Viró su rostro para mirarlo—. ¿Por qué son blancos? No parece ser nieve.

—No lo es. Es el tipo de roca. Se llama caliza de Creta —explicó él y señaló hacia la misma—. Tendría que estar cubierta de vegetación, pero el frío no lo permite y, por lo tanto, mantienen su color y el mar lo sigue limpiando.

—Es hermoso —le dijo ella admirando la belleza del lugar, sin poderse creer que nunca había ido allí, a pesar de que había estado ya antes en Inglaterra.

—Creo que... es el perfecto ejemplo de que... las cosas no son lo que parecen.

—¿A qué te refieres? —se interesó ella. Él sonrió y se desplazó de su lado, hacia atrás de ella para cercarla con su cuerpo con ambas manos en el barandal.

—¿Qué impresión te da?

—Mmm... no lo sé. Parece algo tranquilo e imperturbable. ¿Es que acaso no lo es?

—Los acantilados de Dover, tienen una historia llena de datos interesantes a pesar de que aparentan lo contrario. Dentro de ellos... hay miles de kilómetros de túneles que se crearon en la edad media y que se continuaron usando muchos siglos después en diferentes tipos de guerras. Se utilizaron con la intención de proteger toda la zona costera. Dover siempre fue un punto de batalla por ser puerto; de hecho, el castillo de Dover del condado de Kent, se conoce como: ¨La llave de Inglaterra¨, justamente porque se decía que si alguien conseguía entrar y hacerse con él... tendría dominada la batalla. Es por eso que la gente... protegía este lugar y usaban los acantilados para ocultar sus tropas.

Tomoyo lo miró por sobre el hombro y ladeó un poco su cabeza en señal de interés.

—¿Y quieres que crea que me dices esto solo como dato cultural? —preguntó ella con tono bromista, pero mirada seria... porque estaba casi segura de que él intentaba decirle algo más.

Eriol acarició con su nariz la mejilla de la joven y luego puso sus labios en la suave piel.

—¨La reina de hielo¨ —dijo como si con eso explicara sus palabras. Tomoyo sonrió ampliamente.

—¿Dices que los acantilados se parecen a mí?

—Sí. Es justo lo que digo.

—¿Por qué?

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora