Encuentros

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Al día siguiente, Tomoyo se levantó temprano y se fue directo a su habitación para ducharse y cambiarse para el desayuno. Aunque tenía los rastros de haber llorado por la noche, nadie dijo nada y, más tarde, fue directo a la habitación en donde Eriol le había dicho que Kaho estaba. La mujer se encontraba en una alcoba alejada en el lado opuesto al que estaba habitado en la mansión. 

Cuando llegó frente a la puerta sintió que el corazón le latía acelerado. No sabía si era correcto o no, pero era algo que necesitaba hacer; quizá fuese egoísta porque lo hacía por calmar su consciencia, pero igual ya no importaba porque estaba decidida a hacerlo. Inhaló profundamente, abrió la puerta que chirrió y entró en la habitación. No había nada más que una cama y una silla. Las paredes blancas iluminaban aunque el día estaba nublado.
Tomoyo se quedó congelada por unos segundos y luego avanzó decidida con paso lento pero firme hasta la cama en donde estaba acostada la mujer. 

La miró y se inclinó frente a ella en señal de respeto, luego se movió hacia uno de los lados de la cama y se sentó en la silla. Supuso que era la que Eriol utilizaba cuando hablaba con ella.
Se aclaró la garganta sin saber con exactitud qué era lo que debía decir, suspiró y colocó sus manos en sus rodillas antes de comenzar. 

—No sé si puedes escucharme —susurró hablándole de tú, pues sintió que debía ser de ese modo—. Te ves bien, Mizuki. 

A pesar de estar muy pálida, mantenía su etérea belleza y sus labios rojos; algo que contrastaba y también hacía juego con su cabello, que descansaba bajo su espalda. 

—No creí que... nos reencontraríamos de esta manera y, para ser sincera, lamento que haya sido así. 

El nerviosismo se esfumó repentinamente y ella pudo recordar los momentos en los que la mujer los animaba con su bondadosa sonrisa. 

—Tal vez no debería estar aquí y me disculpo si lo consideras una intromisión; mas debía hablar contigo... porque tengo cosas importantes que decir y... agradezco el hecho de que aún estés aquí para que puedas escucharlas. 

No sabía qué debía decir primero y se sentía ligeramente incómoda. Observó al enorme ventanal de la habitación y admiró por un tiempo los hermosos árboles floreados que se alzaban afuera. 

—Quería disculparme contigo. Sé que mi existencia no representó nunca algo grato para ti; no tengo idea de si... sabías que Eriol se enamoraría de mí incluso desde antes de que lo hiciera. Si es así, lamentó profundamente el dolor que te causé y de igual modo me disculpo por haber... aceptado salir con él cuando sabía que tú aún no habías finalizado la relación. Pero... mereces mi sinceridad y mi respeto, por lo que debo decir la verdad. La verdad es que... aunque lo siento y sé que fue incorrecto, no puedo arrepentirme por eso. 

Dijo con una sonrisa triste al recordar las palabras de él la noche anterior. 

—Lamento que las cosas hayan terminado de esta manera y que hayas decidido tomar este camino. No soy nadie para opinar, pero... lo único que puedo decir... —los ojos se le llenaron de lágrimas y se llevó el dorso de la mano al rostro, para limpiarse—. Te extraña. Lo sé por el modo en el que se le ensombrecen los ojos cada vez que habla de ti y porque le cuesta tanto decir tu nombre. Estoy segura de que... te perdonaría todo si solo... 

Tomoyo sintió una horrible opresión en el pecho, unió sus manos y entrelazó sus dedos para colocarlas sobre la cama. Inclinó la cabeza y apoyó la frente en la cama mientras las lágrimas salían por sus ojos.

—Regresa. Kaho... regresa, porque si no lo haces... él morirá. Haría cualquier cosa para salvarlo, incluso tomaría tu lugar si eso sirviera de algo. Te necesita... te necesita por mucho que le cueste admitirlo porque sin importar lo que suceda... siempre serás su mejor amiga y la persona en la que más confía. 

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora