Destino

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—¿Tu Moira?

—Mi destino —susurró ella y comenzó a trazar círculos invisibles en la colcha sobre la que estaba sentada—. Las Moiras son las diosas que personifican el destino.

—No lo sabía —comentó él con tono calmado.

—Una de ellas crea el hilo de tu vida, la otra lo mide y decide qué tan larga será y la última... la corta. A veces creo que se divierten a costa de la gente.

—¿Por qué?

—Porque cuando muchos desean estar vivos, cortan sus hilos y, cuando otros desean morir... les alargan el hilo de la vida. ¿No te parece que es incoherente?

—No.

Sakura se sorprendió con la negativa de su acompañante y lo cuestionó con la mirada.

—¿No?

—Creo que, quien desea vivir, es porque no ha enfrentado suficiente pena y tristeza en vida y no son personas fuertes, curtidas por las dificultades. Quien desea morir, por otro lado... es porque ha sufrido mucho y ese sufrimiento, probablemente lo ha hecho fuerte... le ha dado la fuerza que necesita para seguir viviendo a pesar de no quererlo así.

Sakura lo escuchó con interés, sus ojos verdes reflejaron esa chispa de atracción a lo que desconocía; a una opinión diferente.

—Hien —susurró ella y él asintió como para permitirle continuar—, ¿y tú que deseas? ¿Deseas vivir o deseas morir?

Ambos se contemplaron por segundos interminables hasta que fue él quien rompió el contacto visual.

—Eso no importa, porque yo no creo en el destino.

—¿Y en qué crees? —quiso saber ella con lentitud.

—Ya no creo en nada.

Sakura entrecerró los ojos al darse perfecta cuenta ahora sí, de que no era Hien quien hablaba; quien había dicho eso era quien estaba detrás de la máscara. Se aclaró la garganta cuando un sentimiento extraño se apoderó de su corazón.

—¿Por qué?

—Porque cuando crees en algo, tienes esperanzas. He aprendido a no tener esperanzas, solo objetivos. Así, si no puedo cumplirlos... no siento nada; ni temor, ni frustración, ni desesperación; solo vuelvo a intentarlo o busco un camino diferente.

Ella entendió en ese momento, que él estaba consciente de que le estaba diciendo cosas personales; casi como si no hubiese tenido nunca a nadie con quien desahogarse y estuviese usando ese juego de las fachadas como para sacar su sentir y su pensar.

—¿Y por qué dejaste de creer? —preguntó ella casi en un susurro sin saber si se estaba adentrando en un lugar peligroso o en una zona de riesgo que podría cuartearse en cualquier momento y absorberla. Shaoran la miró fijamente y negó con la cabeza.

—Porque así es más fácil. Uno no debería tener expectativas sobre nada ni nadie que no pueda controlar.

—Entiendo —contestó ella con suavidad—, pero...

—Ya es suficiente por hoy. Es tarde —comentó él con la mirada clavada en el reloj que estaba sobre la mesa a un lado de la cama. Se puso de pie, pero ella también lo hizo.

—¿Podrías permitirme... acercarme allí? —quiso saber y le señaló el lugar en donde estaban guardadas sus cartas. Shaoran ladeó la cabeza y luego asintió con lentitud.

—Acércate. De igual forma el mueble tiene llave y un sello protector que no puedes retirar.

Shaoran la observó con intensidad. Esa sería una buena forma de ver qué tanto podía hacer la muchacha con su fuerza mágica.

Sakura no pareció ofenderse por lo dicho y avanzó hasta el mueble en donde estaban sus pertenencias. Pudo sentir claramente la energía mágica de sus cartas que parecía querer liberarse y llegar hasta ella. Con ojos vidriosos, Sakura pegó su frente contra el mueble de madera y sonrió con suavidad.

—Lo siento mucho. Prometo... hacerme más fuerte.

Shaoran la escuchó y sintió algo presionando su garganta. Sakura siempre había tenido una relación cercana con todos los seres mágicos que la rodeaban... y él había aprendido a hacerlo también en aquel entonces, gracias a ella. Pudo distinguir, con cierta inquietud, que el sello mágico que tenía la llave con la que habían cerrado el mueble y que su mismo jefe había realizado, disminuyó su fuerza un poco ante la presencia de Sakura.

La joven no se percató de eso y simplemente se alejó del mueble con expresión triste. Volvió su rostro hacia él y se peinó un mechón de cabello tras la oreja.

—No voy a morir, Hien —le dijo con sus ojos verdes que brillaron con determinación.

Shaoran no dijo nada. Todo dependía de él y, en ese momento, si él lo quisiera... podría llevársela lejos de allí y dejarla en libertad; el problema era que no podía. No podía hacerlo porque la necesitaba para cumplir con su objetivo. Había tardado tanto en llegar a ese punto y de ninguna manera podía desperdiciar esa oportunidad.

—Ya es hora de que duermas —le dijo él y señaló la cama—. Acuéstate. 

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora