Razones

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Eriol alzó ambas cejas denotando su sorpresa y una sonrisa amplia surcó por sus labios. Ella intentó peinarse los mechones de cabello que se le habían salido del elegante recogido.

—La verdad lo siento mucho —susurró la joven cuando bajó ambas manos y las entrelazó en su regazo.

—¿Por Henry?

—No; por el libro. Parecía muy interesante —agregó ella con una sonrisa. El de ojos azules rio divertido por su comentario—. Espero no haberlo convertido en un asesino.

—Henry se levantará. Es bueno saber que alguien le ha dado lo que se merece —comentó él con la misma sonrisa.

—Tampoco es santo de su devoción, ¿eh? —casi adivinó ella con tono divertido también y él se lo confirmó con un asentimiento de cabeza.

—La verdad es que no. Lo conozco y siempre me ha desagradado.

—Ya somos dos.

—¿Por qué salió por la ventana si ya lo había noqueado?

—No quería encontrarme con nadie que pudiese entrar y ver lo que había hecho —dijo ella rápidamente con tono ligeramente preocupado—. Mi madre se preocupa mucho por el qué dirán.

—¿Y a usted eso le preocupa también?

—A mí me tiene sin cuidado. Preferiría causar un alboroto con tal de no ser bien recibida en estos lugares y así no tendría que regresar.

Eriol volvió a reír, pero esta vez lo hizo entre dientes y ella no se percató de eso.

—Pero mamá... —susurró ella con voz entre triste y molesta—, mamá dejaría de hablarme por siempre.

—Lo dudo mucho.

—¿Por qué? —preguntó ella sin comprender sus palabras.

—Porque usted parece ser del tipo de persona con quien uno no podría renunciar a conversar.

La muchacha se quedó de piedra. Tal vez había sido solo ella, pero... sentía que eso era un cumplido.

—Pues... gracias, supongo —dijo sin saber qué más agregar.

De pronto, Eriol escuchó un ruido dentro de la habitación de la que ella había escapado. Sujetó a la chica por el brazo y la llevó con él tras una columna cercana.

—¿Qué...?

—Guarde silencio —susurró Eriol y observó que alguien se asomaba por la ventana.

—Pequeña bruja —escuchó que casi escupió el hermano de Raúl.

La muchacha se encogió al escuchar las palabras del sujeto y Eriol llevó su mano a su brazo desnudo para confortarla. Pronto, el tipo se desvaneció en la oscuridad de la habitación y el de ojos azules y ella salieron de detrás de la columna.

—Creo que lo más pertinente será que regrese al salón —le dijo él y le pasó su saco por los hombros.

—No se moleste, no tengo frío —mintió ella, pero él la había tocado y había sentido su piel... helada.

—La acompañaré. Al menos así podré ser la prueba de que usted no se encontraba en la biblioteca.

La muchacha alzó el rostro y observó el perfil de él en la oscuridad, solo iluminado un poco por la luz de la luna.

—Se lo agradezco.

Ambos caminaron hacia las puertas del salón sin hablar y cuando por fin entraron, ella se volvió para agradecerle de nuevo y fue en ese momento, ante la luz de la enorme sala, que los dos se observaron con expresiones sorprendidas.

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora