Ataque sorpresa

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Un ruido sordo lo sacó de sus pensamientos y lo obligó a mirar hacia el frente. Contó un total de diez golpes fuertes contra la superficie del cristal y se llevó una mano a la frente sin saber qué hacer. No podía escuchar la voz de la muchacha porque estaba a unos metros de distancia; antes lo había hecho porque estaba cerca y lo había escuchado tenuemente a pesar de que ella parecía gritar con furia.

Otro golpe más. El hecho de que pudiera escuchar los golpes, le decía con claridad, que eran tremendamente fuertes. Los grilletes reducían sus habilidades mágicas y el supuso que a la joven no le importaba lastimarse en lo más mínimo. Bufó con fastidio sin saber con exactitud qué debía hacer. Se puso de pie, avanzó a la caja, sujetó la máscara del suelo y se la colocó una vez más antes de quitar la tela que cubría el cristal.

Se encontró de nuevo con los ojos verdes que estaban llenos de lágrimas y de furia.

—¡Por favor! —escuchó él como si el sonido estuviese atrapado—. ¡Déjame salir!

Shaoran la miró intensamente por unos segundos y negó con la cabeza poco después. La joven apretó los labios magullados y volvió a golpear con los puños el vidrio.

—¡Ahora! —casi ordenó sin dejar de mirar los ojos miel.

—No.

Shaoran ni siquiera se molestó en alzar la voz para que ella lo escuchara pero su cabeza, moviéndose de un lado a otro, fue suficiente respuesta para ella que, con expresión decidida, golpeó el vidrio por última vez y con paso lento pero sin dejar de verlo, comenzó a caminar hacia atrás hasta dejar su espalda contra la pared contraria. Shaoran la miró confundido y pensó que tal vez ella se había alejado porque tenía miedo; sin embargo, la chica no desconectó sus ojos de los de él y casi de inmediato, incluso antes de que lo hiciera, Shaoran supo qué haría y subió ambas manos para apoyarlos contra el vidrio.

—¡No! —gritó ahora sí, justo en el momento en el que ella tomó impulso y chocó con el costado de su cuerpo contra el vidrio.

La caja permaneció de la misma manera y, a pesar de que supo que ella se había lastimado, la joven no dio señales de sentir dolor. Las palmas de Shaoran permanecieron contra el vidrio y de nuevo ella retrocedió. El de ojos miel tragó pesado y ella volvió a embestir el vidrio que tembló solo un poco debajo de las yemas varoniles.

Sakura se mordió el labio por el dolor y cerró los ojos mientras sentía su corazón latir rápidamente. Inspiró y se alejó otra vez para tomar impulso. El brazo derecho le dolía horrores, pero estaba decidida a no detenerse.

Golpeó tres veces más el cristal y los dedos de Shaoran se crisparon cuando la joven soltó un alarido de dolor y supo que se había dislocado el hombro. Sakura se dejó caer de rodillas en el suelo y él, furioso, sacó las llaves del bolsillo de su pantalón abultado de color negro y se dirigió a la puerta que estaba en uno de los costados de la caja.

La joven sollozaba y se apretaba el brazo contra el costado, con gesto adolorido. Shaoran entró en la cabina y ella, más rápida que una gacela, se puso en pie y sin poder usar el brazo dislocado, se fue contra él e intentó derribarlo con su peso, pero Shaoran se movió ágilmente, la sujeto por la cintura y la empujó con fuerza hacia el suelo. Sakura se golpeó la espalda y tembló por el dolor.

—Deja —comenzó él con tono grave—, de hacer eso.

Sakura se apoyó en el brazo bueno y lo miró de lleno.

—¡Hijo de puta! —exclamó la muchacha y se puso en pie como pudo. Corrió de nuevo hacia él y esta vez lo tomó por sorpresa, porque Shaoran no se imaginó que ella pudiese hacer aquello. Sakura brincó y llevó su pierna directo a su rostro; él la esquivó por muy poco y retrocedió cuando la muchacha cayó en cuclillas. No tardo en incorporarse y volvió a arremeter contra él. 

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora