Primera parada

210 35 0
                                    


A la mañana siguiente la joven se despertó y se incorporó violentamente para dejarse caer en la cama de nuevo. No recordaba cómo había llegado al colchón, pero supuso que él la había llevado.

Le dolía todo. Tenía más moretones de los que recordaba, en las piernas y en los brazos; suspiró y observó al techo fijamente.

Shaoran, que estaba al lado de ella, en el sillón, dejó el cuchillo que afilaba a un lado y escogió sus palabras cuidadosamente.

—No te muevas bruscamente. Vas a lastimarte.

—Como si te importara —susurró ella de malas y le dio la espalda.

—Me importa —dijo, y ella, aunque no se volvió, se tensó al escuchar sus palabras.

—No voy a dejar que me engañes de nuevo.

—Nunca te engañé.

—Lo hiciste... no me hables. No me interesa hablar contigo.

—Dijiste que te interesaba conocerme.

—Pues ya no —contestó la joven con enojo y apretó las manos en puño, solo para notar que tenía los grilletes en las muñecas otra vez. Suspiró fastidiada y apretó los labios.

—Hoy pararemos.

Ante esas palabras ella se giró y lo miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué?

—Necesito comprar combustible.

—¿No puedes aparecerlo y ya?

—No. Podría elaborarlo, pero tardaría bastante tiempo y tiempo es lo que menos tengo, así que no. Te llevaré conmigo.

Ella alzó las cejas en señal de incomprensión.

—¿Por qué?

—Porque no pienso dejarte aquí sola.

—Podría pedir ayuda.

—De nada te serviría. Tengo tus cartas y tu llave, y puedo transportarnos directo al vagón de nuevo en milésimas de segundo. Aún así, si lo intentas... entonces sí te dejaré encerrada el resto del viaje.

—Bien —susurró ella con un suspiro.

—Salimos en media hora.

En poco más de cuarenta minutos ambos estaban caminando por las calles angostas de uno de los pueblos más extraños que Sakura hubiese visto en su vida. Era como una pequeña ciudadela y parecía como si hubiesen regresado en el tiempo. Se impactó al ver las construcciones de piedra y las pequeñas casas de madera, la gente en ropa muy distinta a la que ellos dos usaban y que parecían trajes tradicionales de oriente.

—¿Qué es este lugar? —preguntó ella confundida. Shaoran notó el considerable interés que su máscara despertaba en la mayoría que los observaba y se dijo que tal vez tendría que haber ido sin la chica ... así si tenía problemas... sería solo él.

—Es un punto de descarga.

—¿De descarga?

—Es un lugar en el que se venden y se elaboran productos mágicos.

—¿Por qué todos nos miran así? —preguntó ella al notar cómo la mayoría de los que cruzaban miradas con ellos, los señalaban.

—Es a mí al que miran. No está bien visto el no mostrar el rostro —le dijo con molestia y la joven sonrió burlona.

—¿Y te incomoda que te miren así?

—Un poco.

—Bueno... ya lo intentaré cuando regresemos.

—¿Qué cosa?

—Mirarte como bicho raro —susurró la joven y miró a sus pies. A pesar de que todos podían ver la cadena, nadie parecía decir ni hacer nada para intentar liberarla. Sakura se preguntó si sería normal para la gente de ese lugar el ver a prisioneros como ella.

Siguieron avanzando y entraron a una zona de calles de piedra aún más angostas y empinadas. Los ojos verdes analizaban y estudiaban absolutamente todo lo que se cruzaba en su punto focal y Shaoran sonrió detrás de la máscara.

—¿Falta mucho? —quiso saber ella quince minutos después de haberse internado en las callejuelas angostas.

—No. Unos minutos más y estaremos en el lugar.

En cosa de minutos, justo como él lo había dicho, llegaron al punto en el que vendían el combustible. Shaoran compró dos bolsas de una extraña roca que parecía una aleación entre distintos elementos y Sakura simplemente observó con interés mientras él anudaba las bolsas.

Al salir del lugar, al de ojos miel no le pasó desapercibido el hecho de que el sujeto que le había vendido la mercancía, había mirado a Sakura con más interés del normal.

—¿Podemos comprar otra cosa? —quiso saber ella mientras bajaban una escalera de piedra cuyos escalones estaban a diferente nivel. Shaoran la miró con una ceja alzada.

—¿Como qué?

—Un pastel, tal vez. Ya que no hay horno y no piensas hacerme uno, entonces creí que quizá podríamos... —y se calló en el momento en el que Shaoran le colocó el antebrazo frente al cuerpo. Ella miró hacia él con gesto extrañado, pero él no le regresó la mirada—. ¿Qué...?

—No hagas ruido —susurró y soltó ambas bolsas para después sujetar la mano de la muchacha y colocarla tras su espalda. 

El lobo contra la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora