Días nuevos

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Los funerales de mi difunto padre pasaron más rápidos de lo que creí. Mi hermana lloró sin parar mirando el ataúd durante el velorio y pensé que iba a desmayarse durante el entierro. Sin embargo, Harry estuvo ahí apoyándola, limpiándole la mejilla a cada rato, susurrando palabras de consuelo en su oído, abrazándola y con todos los bolsillos llenos de paquetes de Kleenex para dárselos.

Yo estuve sola, Tom y yo llegamos a un acuerdo de que mis hijos no debían asistir  a todos esos actos, por lo que en ese tiempo su padre era el encargado de cuidarlos. Y hasta donde sé hizo un buen trabajo.

No volví a llorar por mi padre ni durante el entierro, debo admitir que me impresiona mi nueva fortaleza.

Ni Bitia ni su esposo asistieron. Y eso simplemente porque no les avisé y le pedí a Claudia que no se los dijera bajo ninguna circunstancia. Me resultaba más fácil no tener que explicar toda la lógica de mis problemas paternales de la infancia a mi jefa. No deseaba su compasión.

Nate y Claudia asistieron, por alguna razón el rostro de Claudia se veía decaído y de un tono pálido que no es propio de ella. Tal vez sea una mala costumbre mía pero hice algunas conjeturas y creo que podría estar embarazada, pero tal vez estoy juzgando mal. De todas formas, me equivoque entre el supuesto romance de Bitia con Nate.

Los demás detalles ya no son importantes, fue lo típico que ocurre en situaciones así. Volví al trabajo como si nada hubiera pasado y retomé todo con una normalidad un tanto forzada.

Entre las buenas noticias, los últimos cuadros que tenía en exposición (de mi autoria) fueron vendidos. Cuando el comprador decidió mantenerse en el anonimato, me preocupé un poco. Y sentí un escalofrío al analizar la opción de que pudo haberse tratado de Tom.

Pero cuando revisé los informes de transacción resultó ser un empresario petrolero proveniente de creo que Arabia Saudita, que además dejó un recado indicando que está interesado en novedades sobre mi arte y que lo mantengamos al tanto. Bueno, al parecer tan siquiera a alguien más que a Tom y Bitia le gusta lo que hago.

Lo que sucede es que había olvidado esa cuestión y la había dejado pasar por mucho tiempo. Y como a veces parece que me gusta alterar la paz en los momentos más inoportunos, fue ayer que se me dio por encarar.

Estaba pintando un nuevo cuadro, con técnica al óleo. Cuando lo escuché llegar, mis hijos corrieron a saludarlo y lo oí decir que había comprado hamburguesas.

La naturaleza muerta siempre había sido una forma de relajarme a la hora de pintar, pero la sombra de aquella banana y ese montón de manzanas no lograba salirme como esperaba y solo me estaba enfureciendo.

- ¿Diana?, traje hamburguesas para la cena - tocó la puerta con los nudillos y entró a mi estudio - ¿Quieres bajar o prefieres que te lo traiga por aquí?
- Bajaré - contesté sin mirarlo y frunciendo el ceño viendo mi cuadro y luego el frutero que tenía en frente (mi pintura parecía hecha por David).
- Te está quedando bien - dijo detrás mío, no sé en qué momento se había puesto allí.
- Sí, como sea, no me gusta - me levanté limpiándome las manos con un trapo manchado que tenía ahí colgado.
- A mi sí, tienes mucho talento
- Si... claro - rodé los ojos y tomé el lienzo mirándolo.
- ¿Por qué el sarcasmo?
- Para ti tengo talento, ¿no?
- Así es y todo el mundo sabe eso
- No todo el mundo, mentiroso - lo miré y negué con la cabeza - Ya que tanto te gustan mis obras, compra esta. Te la dejo en 80 libras - dejé el lienzo en sus manos que por simple reacción lo tomaron de inmediato.

Por unos segundos su rostro expresó confusión, hasta que finalmente entendió por qué lo decía y en su cara apareció un rastro de... ¿miedo? ¿nerviosismo? Quizás una mezcla de ambos.

- Diana...
- ¿No sabes de qué hablo? O a lo mejor esta excusa sería mejor, ¿no es lo que parece? - lo confronté levantando una ceja cruzándome de brazos - No puedes dejar de mentir, ¿no es cierto?
- No sabes cuáles fueron mis razones, no deberías decir nada
- No me importan tus razones en absoluto, prefería ser una fracasada a tener que recibir tu caridad - me acerqué unos pasos apuntándole con el dedo.
- No fue por eso, no malinterpretes las cosas, Diana - negó y se acercó otro par de pasos hacia mí.
- Entonces explícame, ¿por qué lo hiciste?

Y se quedó callado, mentalmente estaba debatiéndose qué debía decir. Pude notarlo en sus ojos.

- Necesitaba algo que me recordase a ti cuando ya no estabas - dijo finalmente.
- No te creo

Negué con la cabeza, aun viendo que en sus ojos había un rastro muy fuerte de verdad en lo que decía.

- No lo hagas, pero no puedes culparme por querer tener algo de mi esposa conmigo

Acortó la distancia entre nosotros aún más y es ahí donde me puse nerviosa y algo a la defensiva.

- Ya no era tu esposa, Thomas
- Con más razón, Diana yo te admiro en todos lo sentidos. Como madre, mujer, artista y haber comprado esos cuadros fue una forma de tenerte en esencia.
- ¿En esencia?
- Diana tú eres el arte encarnado para mí
- Ya déjate de cursilerias, por favor - dije moviendo la mano con intención de restarle importancia sacudiendola.

Pero fue ahí donde choqué contra el lienzo que él aún sostenía con ambas manos, mismo que chocó contra su torso. Al no haberse secado por completo se quedó pegado en la tela de su camisa color celeste bajito.

Por simple reacción rápida de mi boca salió un "ay" y luego estiré el cuadro con ambas manos.

Dirigí mi mirada hacia su torso, donde varias manchas de pintura se quedaron allí impregnadas en la tela celeste. La expresión que puso después me sacó una fuerte carcajada, tenía una cara de asco que era hilarante de ver.

- No fue intencional, lo juro - dije sin parar de reír mientras veía que se iba desabotonando la camisa y yo salía casi corriendo del estudio.









Infiel    TOM HOLLAND ©   T1 Y T2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora