Inestabilidad

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La lluvia caía con furia alrededor de los bosques oscuros que rodeaban el antiguo hogar del clan Haruno, los árboles eran empujados por el viento y los truenos azotaban con fuerza en el cielo. Casi era como si las fuerzas de la naturaleza estuvieran enojadas por los hechos recientes.

Para Natsu la furia de los dioses no era nada nuevo, en lo que a ella concernía la gracia de las grandes diosas creadoras de su clan nunca había estado de su lado.

-¿querías verme, madre?

Ignoró la presencia de su hijo, prefiriendo ver las gotas de lluvia que azotaban el fino cristal que cubría el gran ventanal de la sala del trono.

Su hijo aún era ingenuo, aquel brillo que adornaba los ojos rosados del muchacho se lo demostraba, no importaba lo mucho que intentara meterle en la cabeza que este mundo era cruel y despiadado con aquellos que creían ciegamente en los demás. Ella mejor que nadie conocía las consecuencias que traía la esperanza y el amor.

Los cielos rugieron amenazantemente, cubriendo el sonido de una fuerte cachetada que impactó contra la mejilla del sorprendido jovencito, quien sólo atinó a cubrir la rojiza marca con dolor mal escondido.

-fuiste demasiado blando- el tono de Natsu era gélido- eso no es lo que te he enseñado.

-tu querías que me hiciera su amigo- susurró el chico haciendo que su madre entrecerrara los ojos ante la clara muestra de rebeldía de su hijo.

-yo también fui como tú- su hijo al fin se digno a mirarla- me arrebataron a las personas que amaba y mi familia me dio la espalda al igual que todo el mundo. Me rompieron de muchas maneras, y he sobrevivido, hijo mío... yo he estado aquí mucho tiempo, conozco lo peor del mundo. Mi único propósito es prepararte para cuando toda esa oscuridad te alcance.

Decir que Yonin estaba sorprendido era poco, su madre nunca le mostró afecto, su interacción se limitaba a los entrenamientos y las críticas a sus fallas. Verla de esa manera le resultaba muy raro.

-te haré fuerte Yonin- tomó el rostro de su hijo- y no habrá nadie que pueda romperte.

Aquel simple gesto le hizo sentir al muchacho que, en realidad, si tenía una madre que se preocupaba por el.

Sin embargo; aquello no iba durar por siempre y a la realidad vino en forma de una seria, como de costumbre, Inanna.

Al ver a su fiel soldado, Natsu se irguió, adoptando su típica postura de mando. Atrás quedó cualquier indicio de vulnerabilidad que había tenido con su hijo.

-puedes retirarte- dijo sin verlo realmente. La mujer observó por el rabillo del ojo la reverencia que su hijo le ofrecía.
Hasta que el muchacho se fue, la soldado le informó de los recientes acontecimientos en Konoha. Una sonrisa siniestra adorno el rostro de Natsu mientras tomaba asiento en su trono.

-al menos ese viejo me ha servido de algo- comentó satisfecha.

-podríamos atacarlos ahora que están más débiles- sugirió Inanna, contenta de ver que su señora al fin parecía tranquila.

-si... podría ser- dijo al aire- pero en el estado en el que está esa niña no me sirve de mucho.

-¿qué la hace tan especial? Usted ya está restaurando la devastadora de almas, tiene el poder suficiente para destruir las barreras de las primeras hermanas.

La sonrisa en el rostro de Natsu se esfumó de a poco- ¿crees que no lo he intentado ya?- fulminó con la mirada a su soldado- tengo poder, si. Pero esa niña tiene aún más de lo que alguien puede imaginar, es una hija de la muerte y la vida, dos energías muy diferentes fusionándose en un solo cuerpo. Es algo nunca antes visto- la mujer hablaba con emoción- pero aún es pequeña e inmadura, no tiene idea de su poder.

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