Punto de quiebre

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-tonto Urahara... tontas tareas, ¡y tontas cajas!-exclamaba una enojada pelirrosa cargando una pila de cajas llenas de mercancía que arrojó en la bodega.

Desde que llegó a ese mundo el amigo de su tía solo se la pasaba poniéndole tareas para luego irse a holgazanear a algún lado o a comer dulces... ni siquiera le daba uno... y no podía quejarse porque después de todo la dejaban quedarse ahí, no podía ser una malagradecida, su tío Yue la regañaría si viera que estaba siendo maleducada. Además, tampoco podía dejar que Jinta y Ururu cargaran esas cajas tan pesadas, eran pequeños aún y debían disfrutar su infancia jugando afuera, no haciendo las labores del flojo de Urahara.

Continuó hasta dejar la última caja y sonrió orgullosa, al menos podía usar su fuerza en esas tareas. Según Yoruichi debía ocultar todo lo que viniera de su hogar o lo que no fuera "normal" o bien visto en ese mundo, tampoco era que en su dimensión fuera bien vista su fuerza pero Karakura, el mundo humano, era otra cosa completamente diferente.

Tampoco quería ser un fenómeno, y mientras más pasara desapercibida mejor, eso fue lo que le dijo Yoruichi.

Contenta por haber acabado el trabajo salió del amplio cuarto caminando por los pasillos del almacén. En el camino se detuvo justo frente al improvisado laboratorio del rubio, se supone que era ahí donde estaba el portal a su mundo, podía ver la pequeña luz que desprendía el aparato.

Pero no podía regresar... se suponía que su abuela le diría cuando hacerlo. Pero ya habían pasado meses desde que llegó y ella seguía ahí.

La niña de 12 años suspiró con tristeza, caminando a su habitación para dormir, se suponía que mañana tenía clases.

Con el tiempo se acostumbró a la vida escolar de nuevo, si, seguía siendo la niña rara que llevaba un gorro, pero al menos nadie se había metido con ella como cuando estaba en la academia, aunque tal vez se debía a que los había asustado a todos cuando golpeó a un grupo de chicos de tercero por molestar a un espíritu. En su corta vida escolar en Karakura ya se había hecho una fama algo cuestionable.

O tal vez era porque ese chico de cabello naranja siempre se la pasaba protegiéndola de los demás... él creía que no lo notaba, pero ya varias veces lo había visto defenderla o alejar a los matones de ella. En ocasiones quería ir a gritarle que podía defenderse sola pero siempre que intentaba acercarse el peli naranja se las arreglaba para escapar, los chicos aún seguían pareciéndole muy raros.

Con un suspiro cansado entró a su pequeña habitación, estaba algo vacía, solo tenía su mochila y algunos cambios de ropa incluyendo el uniforme de la escuela, y claro, Taiyō, pero este había adquirido una forma más "amigable" para que nadie dijera nada sobre la gran espada dorada en su espalda.

A paso lento se acercó a su mochila, ahí guardaba pergaminos y cosas que trajo desde su hogar. Sacó algunas y se acomodó en su escritorio (cortesía de Tessai-san) para escribir.

Era una costumbre que tenía desde que llegó, le ayudaba a no extrañar tanto a su familia y les contaba lo que pasaba en su día a día. Normalmente las mandaba con Akina, su invocación, pero nunca recibía nada de vuelta, la lechuza le decía que todo estaba bien en casa pero eso no evitaba que se sintiera algo sola y preocupada.

-¿vas a contarles sobre el estudio de baile?

Sakura alzó la cabeza del papel ante esa pregunta; hace unas semanas que frecuentaba un pequeño estudio de danza algo lejos de ahí, lo encontró cuando hacía uno de los famosos mandados de Urahara y de cierta manera le recordó al estudio de su tío Yue, tal vez fue porque lo extrañaba o porque siempre le gustó bailar pero se quedó ahí un buen rato observando a los bailarines.

Haruno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora