Inmortal

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La noche era cálida, Sesshomaru estaba acostado con su ahora esposa, la luna de miel había sido magnífica, habían pasado una velada en una cabaña, que tenía un jacuzzi, vista al bosque y una pequeña cena.

Le había hecho el amor a aquella hermosa humana en diferentes lugares de aquella cabaña y en diferentes posiciones, Kagome dormía sonrojada y con una sonrisa.

–Me encargaré de darte una vida de amor y felicidad– susurró Sesshomaru quedándose dormido.

A la mañana siguiente, Kagome preparaba el desayuno cuando sintió los brazos de su esposo rodearle la cintura, miró hacia el lado sonriendo y besándo su nariz.

–Buenos días– susurró perdiéndose en esa mirada dorada que amaba– ¿como durmió mi amado demonio?

–Bien, con una humana inquieta al lado– Kagome se sonrojó y reía nerviosa– te mueves mucho mientras duermes

–Lo siento– dijo llevando los platillos con huevo y tocino– siempre he sido así

Sesshomaru no dijo nada, se dedicó a saborear la comida, desde que estaba con ella comía, ya que al ser demonio, no necesitaba las tres comidas al día como los humano, y además, odiaba el aroma y sabor, pero admitía que Kagome sabía darle un sabor distinto haciendo que su paladar disfrutará.

Tenían un estupendo itinerario para la luna de miel, la había llevado a Austria, sabía que la naturaleza era la favorita de su mujer, y que mejor, que llevarla a un lugar donde se podía apreciar el verde por todas partes. Irían a hacer excursión, conocerían lugares hermosos y después viajarían a Holanda, la temporada de tulipanes comenzaría y Kagome deseaba verla.

Él haría todo lo que estuviera en sus manos para ver su sonrisa, sin notarlo estaba sonriendo, más de lo que había sonreído en su longeva vida, Kagome tenía ese poder sobre las personas, su amabilidad, su cálida sonrisa, su personalidad que le impedía dejar sufrir a una persona, incluso cuando ella sufría.

–Eres única mujer– puso un mechón azabache tras su oreja, se agachó y la besó– te amaré, hoy y siempre.
•••

Cinco años pasaron, Sesshomaru tenía un vaso de licor en su mano, nunca entendió por qué los humanos lo usaban para pasar las penas, por que recurrir a algo que los terminaba matando lentamente, y también provocaba que le hicieran daño a quien más querían.

Aun que admitía que en todos sus años de vida, jamás había logrado entender siquiera un poco a la raza humana, tan codiciosos, tan vengativos y primitivos, recurrían a la violencia siempre.

Y ahora, era él quien usaba el alcohol para olvidar, para no sumirse en sus recuerdos, para quitar de su mente la maldita imagen de su mujer sonriendo, había tratado de tirar sus cosas, de botar su ropa, de extinguir hasta su olor de sus sábanas, pero le fue imposible, Kagome Higurashi se había colado hasta lo más hondo de su corazón.

Gritó enojado, tiró el vaso contra la pared, Yako parecía querer tomar el control así que comenzó a golpear la pared, Jaken que estaba fuera del despacho, agachó la mirada, siquiera se movió, temía que su amo lo matará solo por estar allí parado.

–¡Por qué demonios me la quitaste!– la pared se rompió, mientras sangre salía de sus nudillos– ¡por qué a ella!

Se dejó caer de rodillas, culpandose y dejando el dolor fluir, evitó a toda costa que Yako curará sus heridas, quería sentir el mismo dolor que ella.

Escuchó un llanto, su corazón dio un vuelco y se levantó, limpió las lágrimas y sus heridas sanaron, salió de su despacho sin mirar a Jaken, subió las escaleras y se quedó mirando el cuadro de Kagome, toda la habitación en penumbras y sentía que la sonrisa de esa hermosa humana iluminaba todo, agachó su mirada y se dirigió a donde provenía el llanto.

–En momentos así, odio ser inmortal– dijo pasando su mano por el cuadro, siguió su camino y se detuvo tras la primera puerta.

Cuando entró, vio a un pequeño y precioso niño de un año estirando sus manitas mientras lloraba, se acercó lentamente, su mundo se iluminó cuando lo sostuvo y vio su sonrisa, tan igual a la de ella.

–Perdóname pequeño– dijo besando sus orejitas– me olvide que necesitas de mi.

Kagome había muerto en cuanto tuvo a Kibou, su salud siempre había sido débil, le habían advertido que de quedar embarazada no lo soportaría, podría morir ella o el bebé, y en el peor de los casos ambos, pero ella quiso seguir adelante, le había dicho que sabía que su hijo sobreviviría, que crecería para traerle amor a él, y así había sido, cuando Kibou nació, Sesshomaru fue el Youkai más feliz.

Pero en cuanto Kagome murió, dejó a Kibou a cargo de Kaede y Jaken, se sumió en su despacho y solo bebía, el alcohol no surtió efecto en él, solo causaba un horrible dolor de cabeza, pero eso le bastó para dejarse llevar y así olvidar un poco el dolor por la pérdida de su compañera.
•••

Kibou había crecido muy saludable, y eso hizo feliz a Sesshomaru, ahora lo veía jugando en el patio trasero, cual cazador el cachorro estaba buscando el preciso momento para alcanzar a Jaken, que no sabía que era acechado, de un momento a otro, Kibou estaba sobre el sirviente, presionando sus garras en el cuello y riendo.

–Déjalo vivir, aún nos sirve– dijo su padre haciéndolo retroceder– vas a cumplir nueve años humanos, ¿que te gustaría?

–Cuéntame más de mamá– pidió sentándose en el césped– se muy poco de ella y todos dicen que nos parecemos.

–Tus ojos son como los de ella, transmiten amor y tranquilidad– le respondió acercándose y sentándose al igual que él– antes de caer dormida, eligió tu nombre Kibou, que significa "esperanza"– tomó la mano del pequeño hanyo y lo hizo levantarse hasta quedar frente suyo– tu, representas la esperanza de Kagome por vivir, por seguir en este mundo– su hijo mordió su labio para evitar llorar– Claro que te pareces a ella, tan obstinado y siempre sonriendo, queriendo mejorar.

–¿Ella me amó?– una lágrima cayó por su tierno rostro e impacto en sus vestimentas.

–Ella te amó, te ama y te seguirá amando, por que ella vive en ti– tocó su pecho y después lo abrazó– eres y serás amado por tus dos padre.

Kibou sonrió mientras estaba en el abrazo, recordó la fotografía que había en las escaleras, la imagen de una mujer que sonreía y parecía cuidarlo siempre.

–¿Odias la inmortalidad?– preguntó cerrando los ojos.

–Si, pero solo por que ella no pudo tenerla– aseguró mirando a su hijo– pero la amo por que te veré crecer.

FIN

One-shots Sesshome Donde viven las historias. Descúbrelo ahora