A escondidas

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Kenta, Kikyo y Kagome estaban mirando atónitos a los visitantes, Toga e Inuyasha estaban pidiendo la mano de la princesa, como un acuerdo de paz entre la nación del fuego y del agua. Kenta le pidió a Kagome, su mejor soldado y maestra agua, que la acompañará para asegurar estuviera bien.

–Deberá perdonarme– Kagome hizo una reverencia y miró a Kenta– pero yo no iré a la nación del fuego, puede tomarlo como traición y matarme.

Kenta tomó del brazo a Kagome y se la llevó a un lugar apartado donde no los escucharan.

–No confío en nadie más para cuidar de mi hija, por favor, ve con ella– pidió haciendo una reverencia.

–¡Por favor, levántese!– pidió indignada por verlo así– iré, pero a la mínima muestra de no respetarnos, me llevaré a la señorita Kikyo de allí.

El viaje inició, Kagome y Kikyo iban en un carruaje distinto al de los hombres, no hablaron mucho en el camino, ninguna encontraba las palabras adecuadas.
•••

Era su segundo día viajando, habían parado en una posada para dormir y comer, supieron que habían dejado su nación cuando en lugar de glaciares vieron bosque y tierras fértiles.

Aun quedaba un día más de viaje, a una nueva vida, una donde sabían que no volverían a usar su agua control, Kagome suspiró mientras apoyaba su frente en el vidrio, admitía que el paisaje era hermoso, digno de ser apreciado, pero eso no quitaba la amargura de ya no estar en las tierras que nació.

–Debes odiarnos– habló Kikyo, haciéndola voltear– mi padre creyó que sería bueno que tu vinieras, has sido la única capaz de cuidar de mi– ambas sonrieron al recordar las veces que Kikyo estuvo en aprietos– y ahora, la mejor manera de salvar nuestra nación es con este matrimonio– se movió hasta quedar frente a su amiga– por favor, no me odies por hacerte venir conmigo.

–Jamás los odiaría– aclaró apretando sus manos– es solo que...no tuve la oportunidad de despedirme de Sota.

–Pediremos poder escribir una carta, no creo que nos lo nieguen.

El siguiente día lo pasaron escribiendo la carta, donde Kagome le decía a Sota que se cuidará, que entrenará cada día como se lo había enseñado y que la perdonara por no despedirse.

•••

Cuando llegaron a la nación del fuego, sintieron todas las miradas sobre ellas, Inuyasha había ido con la intención de ayudar a ambas mujeres a bajar, pero Kagome se adelantó y ayudó a Kikyo, quien dignamente caminó hasta el palacio.

–Muy bien, ahora que están aquí, habrán de seguir las reglas– habló Toga mirándolas serio– primero, se les proporcionará ropa distintiva de nuestra nación– dos mujeres llegaron con una muda de ropa y ambas las recibieron, notando como habían guantes negros, cuyos que nadie más llevaba– y segundo, se les prohíbe rotundamente usar agua control.

Kagome se volteó, dándole la espalda y todos perdieron el aliento, eso era una clara falta de respeto– mi Lady, si usted me dice que debo dejar de usar mi agua control, lo haré, pero solo si usted me da la orden– dijo mirando mal a Toga.

–No los uses dentro del palacio– respondió Kikyo y así, Kagome tomó la ropa y sonrió burlona– ¿Cuál es nuestra habitación?

Fueron llevadas a una habitación para las dos, les dijeron que después, Kikyo estaría en la misma habitación que Inuyasha y está quedaría para Kagome.

•••

Llevaban una semana en aquella nación, y Kagome ya deseaba irse, no se les permitía hacer nada, decidió que saldría unos momentos mientras Kikyo estaba en la habitación leyendo los libros de etiqueta de aquel palacio, tal parecía que hasta el mínimo detalle era distinto allí.

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