Avanzadas algunas cuadras más adelante, la rubia le pidió al conductor detenerse en la entrada principal del Colegio Barnard: la escuela de Artes Liberales para Mujeres; y que a pesar de ser una institución separada y legalmente financiera, está afiliada a la Universidad de Columbia.
En lo que el taxista le ayudaba a bajar su maleta, Candy observaba nuevamente emocionada aquel lugar, posando sus ojos en un oso que es el emblema de la institución y que estaba colocado en la punta de la reja negra que yacía abierta de par en par.
Después de pagar y agradecer la atención del conductor, con gran esfuerzo, la rubia levantó su maleta, cruzó el umbral de la puerta y comenzó a caminar por el patio de ladrillos rojos que la conducían hasta unas columnas que servían de marco dividiendo en tres, los accesos principales.
Sin titubear, Candy tomó la entrada de en medio y subió las breves escalinatas de concreto.
Ya casi para entrar al instituto, un grupo de chicas con gran algarabía, salían del interior, y la última de ellas le ayudó a la recién llegada a sostener la puerta cordialmente, mientras que Candy le devolvía el favor con una amplia sonrisa.
En cuanto la joven estuvo adentro, se dio a la tarea de localizar la Oficina de Admisión.
Cuando la hubo encontrado, hubo nadie que la atendiera.
Habiendo mirado hacia todas partes, Candy hizo la boca de lado; y es que el lugar parecía desierto.
Por consiguiente, y no habiendo de otra, ella comenzó a andar por un pasillo largo y oscuro.
Al llegar al final del corredor, sus ojos se recrearon ante un enorme jardín rodeado de árboles verdes y de nuevo el camino formado de ladrillos rojos partiéndose, ahora en dos, para rodear en círculo una jardinera bien cuidada y que conectaba al edificio vecino.
Precisamente allá, la chica se detuvo al pie de la puerta y miró hacia arriba para leer "Oficinas de Decanos".
— Pues entremos aquí. Al fin y al cabo ando en busca de uno de ellos — dijo Candy colándose en el lugar.
Al arribar a una agradable área de recepción, ella saludaba:
— ¡Hola! ¿Hay alguien que me pueda atender?
Candy lo hubo preguntado dejando al mismo tiempo su maleta en un sillón de piel que formaba la sala de espera.
Seguidamente, la joven se acercó hasta el mostrador alto de fina caoba y se paró de puntitas para ver si había alguien detrás al no haber obtenido respuesta.
Con gesto frustrado, Candy se giró para tomar de nueva cuenta sus pertenencias y salir de ahí.
En eso, un ruido la hizo volverse rápidamente y se quedó mirando hacia la puerta de cristal que estaba al fondo.
Sin pensarlo dos veces, la joven se dispuso a cruzarla, doblando a la derecha y distinguiendo un largo y solitario corredor.
Con pasos sigilosos y actuando como una ladronzuela, Candy comenzó a recorrerlo, dejando a su paso: oficinas vacías tras los cristales.
Al llegar al final, miró a ambos lados, pero a su izquierda había otra área de informes.
Nuevamente sonriendo, ella se acercó hasta el mostrador guiada por el sonido de un rápido tecleado.
— Hola — volvió a saludar provocando que una pobre mujer delgada, no mayor de 40 años, pegara tremendo brinco al escucharla.
— Perdón, no fue mi intención asustarle — dijo Candy prontamente.
— No hay cuidado.
La empleada se quitó sus gafas para cuestionarla:
— ¿Qué haces aquí? ¿Puedo ayudarte en algo?
— Lo siento, es que no había nadie en recepción.
Por la mirada reprobatoria de la mujer, la rubia actuaría rápido:
— Mi nombre es Candice Stevenson; y vengo de Chicago. Me dijeron que me presentara en la oficina del Decano. Traigo estos documentos conmigo —, extendió un sobre que sería recibido.
Aun así, la mujer no se quedaba con las ganas de reprenderla:
— Estas áreas están restringidas, pero por ésta vez, está bien. Normalmente los viernes recepción abandona el trabajo temprano y en este preciso momento, la Licenciada Grey tiene una reunión con los profesores; así que, deberás tomar asiento, por favor, y aguardar, porque probablemente tarden un poco más — concluyó la empleada devolviendo a su dueña sus documentos.
— Claro —. Candy los aceptó diciendo: — Gracias y disculpe.
Posteriormente, la jovencita Stevenson se iría a sentar en una de las sillas que le indicaran y que estaban justo a un lado del escritorio.
En lo que era atendida, la chica fijó sus ojos en la infinidad de fotografías que colgaban de los muros.
Picada por la curiosidad, la rubia dejó su inseparable mochila y caminó hasta quedar frente a las imágenes, y comenzó a prestarles atención una a una, leyendo la descripción que tenían grabada y enterándose de que los retratos correspondían a: primeros fundadores, presidentes de la nación y alumnos altamente reconocidos.
Sin embargo, los minutos fueron pasando lentos; y el estómago de Candy ya le estaba pidiendo cuentas.
Y es que eran casi las 3 de la tarde, y los profesores parecían no tener prisa por terminar su reunión.
Entonces, para apaciguar un poco su hambre, la golosa sacó los dulces que había traído consigo desde Chicago, y se fue comiendo uno por uno.
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Mi Querida Campeona
FanfictionUna joven soñadora deja su casa para emprender su propio camino, topándose en ese al amor. Uno lleno de comprensión y apoyo. Una amistad que terminara uniéndolos más. (2010)