Capítulo 2 parte C

82 12 5
                                    

Después de 40 minutos de espera, Candy estaba mascando goma y hacía una gran bomba con ella cuando una puerta era abierta de par en par.

Los profesores, finalmente, comenzaban a salir.

Y en lo que éstos desfilaban, la secretaria había tomado el teléfono para informar de la visita.

Al notar que sería la siguiente, Candy rápidamente se desharía de su dulce, tirándolo a éste en el cesto de basura más cercano y preparándose para ser atendida.

Despachada la última persona, la secretaria llamó a la chica para indicarle otra puerta por la cual debía pasar.

La rubia aprovechó el momento para pedir el siguiente favor:

— ¿Puedo dejarle mi mochila aquí?

— Por supuesto.

Ante la aprobación, la alumna solo tomó el sobre y se dirigió al lugar indicado.

En el trayecto, Candy se quitó la gorra y se sacudió un poco su cabello corto rizado antes de ingresar a la oficina.

Arribado allá, con mano firme, ella se apoderó de la perilla de la puerta; no obstante, cuando intentaba abrirla, alguien ya lo hacía por ella y fuertemente desde adentro.

Después de haber sido bruscamente jalado hacia el interior, el cuerpo de la chica se paralizó al ver a un hombre de cabellos castaños, muy alto, y a pesar de que su rostro reflejaba enojo, —porque por dentro no podía ocultar la risa que le provocara el incidente—, era verdaderamente guapo, quedando ella, desde ese momento, prendida de sus ojos.

— ¿De qué color son: verdes o azules? — se preguntó Candy interiormente, más su instinto le despertó porque expresaría:

— ¡Oh my goodness! Había visto hombres guapos, pero éste de plano... ¡quebró el molde!

Por supuesto, ella quiso echarse a reír de su pensamiento "malsano"; en cambio, la voz potente, varonil y autoritaria de éste se lo impidió porque decía con arrogancia:

— Licenciada Grey, parece que "un" joven — lo recalcó, — desea verle.

Él enarcó una de sus pobladas y delineadas cejas ante el escudriño descarado de Candy, quien a su vez parecía no poder abrir más la boca de lo impresionada que estaba, y que al sentir la mirada de él, le traicionó un suave rubor en las mejillas, provocando además que la joven agachara la cabeza y escuchara desde el interior:

— Sí, está bien, profesor Grandchester, que pase, por favor.

Con un indiferente movimiento de cabeza, el hombre le indicó a la chica que pasara.

Y en lo que Candy reaccionaba e ingresaba, el altivo profesor abandonó la oficina seguido de la mirada verde de ella.

En eso, un carraspeo llamó la atención de la joven; y con dolor dejó de ver el bello panorama para encontrarse con uno feo que la saludaba.

— Buenas tardes, señorita Stevenson. Pase, por favor, y tome asiento.

— Buenas tardes — contestó la joven recuperando su postura y dirigiéndose a una mujer: robusta, de voz muy ronca y que ocupaba su lugar detrás de un elegante escritorio también de caoba que hacía juego con todo el inmobiliario de la habitación y que le señalaba la silla que tenía enfrente de ella. — Gracias.

— Veo que ha sido puntual.

Candy asintió oyendo:

— No en vano la han recomendado muy bien. ¿Me permite sus documentos, por favor?

— Sí, por supuesto.

La rubia facilitó el sobre.

La rectora, por su parte, lo recibió, lo abrió y comenzó a revisar detenidamente su contenido. Al finalizar, diría:

— Excelentes notas, señorita Stevenson, la felicito.

Un "gracias" entre labios contestó la rubia; e iba a regalarle una sonrisa, de no haber sido por el siguiente comentario:

— Y por supuesto, magníficas recomendaciones.

La joven se reservó su obsequio para otra ocasión; ahora seguía prestando atención:

— Bueno, al parecer todo está en orden y no hay más que darle la bienvenida a nuestra institución. Sólo espero que sepa aprovechar al 100% su beca, ya que, es una suerte que pocos tienen, al contar con un patrocinador como éste —; con su dedo índice, la rectora había señalado la hoja. — Claro que a usted, no le resto méritos por su interés en el estudio —; de nuevo, Candy iba a sonreír, pero al oír despectivamente: — y al deporte, por supuesto —, se quedó otra vez con las ganas y continuó escuchando: — sin embargo, la educación siempre es primordial. Ahora, por favor, entregue todo esto a Margaret, la secretaria; y ella le informará del resto.

A la joven le devolvieron sus documentos; y ambas mujeres se pusieron de pie.

Sin embargo, y antes de retirarse, a la estudiante le indicaron:

— No olvide presentarse de inmediato con el profesor Williams para que esté al tanto de su llegada.

— Así lo haré — contestó finalmente la rubia.

— Es todo, entonces; ahora puede marcharse.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora