Capítulo 13 parte B

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A la mañana siguiente, los principales diarios de Chicago circulaban en su primera plana: dos fotografías tomadas la noche anterior de la feliz pareja, donde: una, plasmaba a toda la familia conforme abandonaban el restaurante visitado conduciéndose a sus vehículos, mientras que la otra era un close-up de la mano izquierda de la joven deportista, especulando los titulares: el próximo matrimonio.

Para casi al medio día, la señora Baker acompañada de un séquito de seguridad debido a la noticia expandida, se presentó en la Residencia Stevenson para empezar a organizar con Candy la boda que se celebraría en Nueva York a petición de la bella dama a pesar de que Terry le había alegado que era ¡su! fiesta y que debía ser ¡su! prometida quien eligiera donde festejarla.

No obstante, Candy había accedido gustosa a la idea, además de que ella no tenía tanta familia, únicamente su Tío George y el resto eran amigos conocidos, y los más queridos estaban precisamente en la gran manzana.

Así que, sentadas en el área espaciosa donde estaba el comedor que tenía de vista hacia el lago artificial, las dos mujeres hacían la lista de invitados que no superó a las 200 personas, entre amigos y familiares de ambos.

Pero cuando Candy oyó que su futura suegra mencionaba al padre de Terry, preguntaba muy preocupada:

— Señora Baker, ¿ya lo comentó con su hijo?

— No — respondió la linda señora como si nada, además de sonar muy segura: — porque sé que no habrá problema

En cambio, la novia la miró dudosa.

De sobra conocía el carácter de su amor y de los términos lamentables con aquel señor; así que, de antemano, Candy sabía que a Terry no le agradaría ni tantito la idea.

¡Y como fue!

Porque cuando él se les unió una hora más tarde y vio para su conocimiento la lista de personas a presenciar su evento matrimonial, gritaba muy alterado:

— ¡Eleanor, ¿has perdido la razón?!

— ¡Terrence, no me faltes al respeto!

— ¡Entonces, no me hagas perdértelo! ¡porque ¡tú! bien sabes que hace mucho tiempo no tengo ningún trato con... ese señor!

— Hijo, es tu padre.

— ¡Pero no por mí gusto te lo puedo asegurar!

— Candy, por favor, ayúdame a convencerlo diciéndole que es lo correcto — Eleanor hubo actuado astutamente.

— ¡¿YO?! — la involucrada, asustada, contestó.

Terry ya estaba hecho un energúmeno; y éste al ver lo que su progenitora intentaba:

— Madre...

— Terrence, escúchame —; y se le hablaría fuertemente: — ¡Aunque lo niegues es tu padre, y también tú lo serás pronto; y espero que nunca cometas ningún error como tal!

Cambiándose un tono de voz se decía a continuación:

— Vamos, hijo; mira que ya está viejo y además enfermo. Hazlo por consideración. Invítale, y ya si él no quiere asistir, por lo menos tú habrás cumplido con tu obligación.

A pesar de lo dicho sensatamente, Terry se talló la cara con desesperación y contestaba más calmado:

— No me pidas eso, por favor.

Con lo solicitado, la rubia mayor volvió de nuevo a su nuera para cuestionarle:

— ¿O tú no lo crees así, Candy?

La joven que se hubo mantenido mirando al padre de su hijo y la manera de negar con la cabeza, respondía:

— Yo... preferiría no opinar sobre esto.

— Bueno, entonces... ¡yo si lo haré yo! – finalizó Eleanor con firmeza.

Y en lo que ésta, caminaba para ir a encontrarse con Martha y su bebé, Candy se acercó hasta Terry, al cual veía muy molesto parado a un lado del ventanal y mirando hacia fuera.

— Lo que tú decides yo te apoyaré — dijo ella consiguiendo con su voz que él se girara para mirarla y aceptara el beso en los labios que Candy le ofrecía y donde el hombre apreciaría ya que le hizo calmar un poco.

— Gracias; aunque con todo esto, ni te he preguntado bien ¿cómo estás?... ¿cómo te has sentido?

— Estamos bien — respondió ella muy sonriente.

Posteriormente, ella lo llevó a sentarse para darle un masaje en los anchos hombros.

El guapo hombre le tomó de las manos, las besó con veneración y la sentó en sus piernas para decirle:

— Te he extrañado mucho.

Un beso apasionado le siguió, también una idea surgía:

— No sería posible que ¿nos escapáramos un rato?

Él había sonado muy ansioso; y atrapó uno de los carnosos labios de su amada para quejarse de modo infantil:

— Mira que me has tenido muy abandonado últimamente.

A lo que Candy no pudo resistirse a las caricias seductoras de aquel hombre y aceptó también deseosa su invitación, abandonando la casa minutos después.

Por otro lado, el entrenador Ofensivo de los Osos de Chicago Tom Stevenson, después de un arduo día de entrenamiento, era abordado por reporteros a la salida del campus para que les confirmara la noticia del matrimonio que ya se anunciaba a nivel nacional por los canales deportivos y por supuesto en los espectáculos; así que, en Nueva York no era la excepción y donde dos pares de ojos de color marrón miraban tras la pantalla del televisor: las noticias e imágenes que se transmitían de la campeona mundial y del exitoso productor.

De repente, un control remoto salió disparado con fuerza y se estrelló contra el monitor haciéndolo añicos.

— ¡Maldita infeliz! — espetó una mujer de cabellos rojos conforme caminaba como leona enfurecida por la sala de su casa.

— Al parecer no te has olvidado de lo que te hizo, ¿verdad, hermanita? — comentó Neal con mofa en lo que se servía un trago en la barra del bar.

— ¡Por supuesto que no!... ¡porque no sólo me humilló en la universidad, sino que ahora, la muy estúpida, pretende casarse con ¡MI Terry!

— Vamos, Eliza, eso ya pasó. Y no te engañes... porque bien sabes que Grandchester nunca fue tuyo y dudo que algún día lo sea.

— Eso lo veremos, Neal — amenazó la pelirroja con un extraño brillo en los ojos.

— ¿Qué pretendes hacer? — preguntó Neal viendo a su hermana tomar el teléfono.

— Cobrarme la que me debe; y de paso... quitarle lo que me pertenece. 

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora