Capítulo 10 parte I

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La necedad de ella consiguió que Terry se levantara molesto de la silla y aventara la servilleta a la mesa, dejando a Candy cabizbaja en lo que él caminaba hasta quedar parado cerca de la baranda y mirar hacia el río.

Ahí, metió sus manos en los bolsillos de su pantalón y posó su vista en un barco que cruzaba en ese momento.

Después de unos minutos de silencio, el castaño se giró para solicitarle de frente:

— Lo único que te pido es que me escuches. Si ante lo que tengo que decirte, sigues pensando lo mismo, te prometo que te dejaré en paz y no volverás a saber de mí.

Un nuevo silencio los rodeó, y eso le dio pauta a él de seguir, comenzándole a contar sobre esa "plática" pasada que sostuvo con su padre al día siguiente de la fiesta de Patty; las fotografías que poseía de ella y la amenaza de lastimarle junto a su hermano si no se casaba con Susana. Luego, Terry confesaba:

— Me dio miedo por ti, porque es en verdad, un hombre sin escrúpulos ¿sabes? que piensa que todo lo puede con dinero. Y sí, sí le creí capaz de destruir tus sueños, porque lo hizo con mi propia madre... ¡yo lo vi!... y de sólo pensar que tú... padecieras igual, me aterró la sola idea. Después, reconocí que cometí un error el haberme dejado amedrentar con eso, porque el día que no volviste más al colegio, me enteré de quién eras y no sabes lo estúpido que me sentí por haberme dejado engañar de ese modo, ya que tampoco yo te pregunté si tenías más familia. Aun así, había un obstáculo más y ese era Susana, que según ella, esperaba un hijo mío, y que cuando dio a luz y presintiendo que iba a morir, me confesó que los pequeños no lo eran, sino de mi medio hermano. Nuevamente me sentí engañado, pero ahí sí, cuando lo tuve cerca quise matarlo con mis propias manos para poder descargar en él, toda mi frustración contenida por haberte perdido tontamente. Recuerdo que estábamos en la casa de mi padre y éste, intentó detenernos metiéndose en la pelea y... en uno de mis movimientos, lo golpeé sin querer, pero... a ti, Candy, te puedo asegurar que no me arrepiento de haberlo hecho, porque Roger alcanzó a decir que él, mi padre, lo supo todo desde un principio. Eso me trastornó y no medí las consecuencias de mi furia; terminamos discutiendo fuertemente, que le provocó un infarto y ahora sufre de una parálisis de medio cuerpo y emplea todos sus millones para recuperarse. Yo, por supuesto, rompí todo lazo y contacto con él y me hice independiente, no necesitaba ni necesito de su dinero para valerme por mí mismo. Quise buscarte en aquel tiempo, pero... comprendí que si lo hacía truncaría tu exitosa profesión, ya que todos los medios hablaban de ello... no quise ser más egoísta, como la primera vez que te pedí te quedaras a mi lado... por eso que no te busqué, además de que sabía que no sería tan fácil llegar a ti y mira... no me equivoqué... pero eso no es todo lo que quería decirte, sino que... ayer, te amé sinceramente, Candy, y me arrepiento verdaderamente por haberte lastimado y perdido inútilmente, pero desde ese día que partiste no lo he dejado de hacer. Así que, hoy, soy un hombre libre para decirte francamente, que... te amo como nadie lo hará en este mundo y que siempre has sido y serás la única mujer a la que amaré toda mi vida.

Con esa confesión y arrojando un hondo suspiro, Terry finalizó su relato.

Los dos se quedaron serios, contemplándose el uno con el otro.

Candy no supo qué decirle; y sin poder soportar más su intensa mirada, bajó la vista; acto que el guapo hombre malinterpretó y le dolió profundamente.

Él se giró para darle la espalda y posar sus ojos, que se cubrieron con tristeza, en el cielo que comenzaba a oscurecerse.

Candy se levantó lentamente y fue hasta él; se paró a su lado y se deleitó con su atractivo perfil: tenía una ceja enarcada y apretaba fuertemente su mandíbula que su vena se le alteró.

Terry, al sentirla cerca, giró levemente la cabeza para mirarla, pero los ojos de la joven estaban posados sobre la boca del hombre aquel.

Candy pasó saliva recordando lo deliciosos que eran sus besos, e inconscientemente, se mordió un labio con seducción.

El castaño no quiso desaprovechar la invitación y poco a poco sus rostros se fueron acercando.

El pecho de la joven comenzó a latir agitadamente; y antes de que Terry se adueñara de su boca, lo detuvo para confesarle:

— Yo también te amo. Nunca dejé de hacerlo, pero...

Su voz tembló y acarició el bello rostro varonil mirándolo con adoración.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora