Capítulo 8 parte D

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Cuando estaba a punto de bajar las escaleras, Terry se topó nada menos que con Susanita; y por supuesto, se desquitó con ella, atrapándole el cuello con una sola mano y cerrándola poco a poquito al igual que él fue apretando su mandíbula a causa de la rabia y prepotencia que sentía; pero, además de regalarle una mirada endemoniada, le advertía:

— Más te valdrá que ese hijo que llevas dentro, sea en verdad mío, porque si no... ¡te juro que te mataré!

Al instante seguido, la soltó al notar cómo la rubia comenzaba a ponerse morada por el asfixio.

Brutalmente, él la hizo a un lado para salir de la casa hecho una verdadera fiera.

— ¿Estás bien, Susana? — preguntó Eliza que había escuchado todo escondida en el pasillo.

— S-sí — contestó la agredida recuperando el aire y observando: — Está... furioso —, tosió; — nunca le... —, tosió otra vez; — había visto así.

— Sí, eso parece. Pero, ya estate tranquila, ya pasó.

La pelirroja la ayudó a incorporarse, poniendo en su rostro una sonrisa burlona, ya que gracias a ella ¡todo se había descubierto!

Y es que, curiosamente en el interior del auto, donde Candy se había recargado esperando al profesor, estaba la pelirroja en pleno agasajo con otro chico que no era ni su acompañante en aquella fiesta.

Por lo tanto, para matar dos pájaros de un tiro, Eliza había salido rápidamente de su escondite para ir con el chisme a todos y aprovecharse para llenar la cabeza de Susana con ideas.

Esa rubia, al sentirse burlada y plantada por el prometido, le llamó a "papá-suegro" para darle la queja, aconsejándosele que no se hiciera nada en el momento, ya que Richard lo arreglaría todo por ella, gracias al as que tenía bajo la manga, y que eran esas dichosas fotografías, que personal al cuidado de vigilar a Terrence, le habían conseguido.

Entonces, en lo que las arpías se dirigían a una habitación, Terry regresaba velozmente a la ciudad, y Candy que había salido a comer, leía una nota:

"Llámame en cuanto regreses"

Eso lo había dejado Annie que pasó a dejarle sus pertenencias; y que al no encontrar a la habitante, se las dejó al pie de la puerta, no habiéndose visto la actitud de congoja por parte de su amiga que si no, Candy le hubiese puesto mayor atención al mensaje urgente.

Lo que sí se agradeció mucho fue el hecho, ya que gracias a la morena, Candy tenía ropa decente para salir con Terry que la llevaría a dar un paseo en ferry hasta la Estatua de la Libertad.

Para la especial ocasión, la rubia se vistió en una coqueta combinación de pantalón chino y chaqueta de algodón en color blanco, top azul turquesa y zapatos blancos de piso.

Bueno, pues ya faltaban escasos cinco minutos para las dos de la tarde cuando a la rubia se le vio abandonando el edificio del colegio y caminar cuadra y media abajo, donde en la esquina, ya la estaban esperando.

Por supuesto, Candy lo distinguió de lejos, recargado en su auto con pies y brazos cruzados.

De repente, lo vio llevarse una mano a la frente y luego masajearse los ojos.

Al verlo así, el corazón de la chica brincó; pero de nuevo no le prestó atención al confundirlo como uno de los tantos efectos que Terry le provocaba.

Por ende, sintiéndose nerviosa, ella lo admiró de pies a cabeza con sus pantalones color avena combinados con sus zapatos y una polo merino de manga larga.

Por su parte, Terry, al sentir una presencia, levantó la vista; y al verificar que se trataba de ella, fue de inmediato a su encuentro.

— Hola — se dijeron los dos al mismo tiempo.

Ella sonrió.

Él apenas hizo una mueca que llenó de consternación a la joven que se le hizo mayor al ofrecérsele:

— Me gustaría que camináramos un momento, ¿te parece?

— Sí... por supuesto — contestó ella tímidamente; y la pareja comenzó a andar uno a lado del otro sin decir nada.

Así cruzaron la calle y se dirigieron al Gran Monumento de Ulysses Grant.

Dentro de esta área había un parquecito donde se encontró una banca.

Ahí, Terry pidió a Candy se sentara.

Ella obedeció sintiendo un nerviosismo que ya no le era normal, y por lo mismo comenzó a morderse una uña.

El castaño, que se había quedado de pie, no sabía ni qué decir ni mucho menos por dónde empezar, porque la miraba tan linda, recordando que horas antes había sido suya y en ese momento debía renunciar definitivamente a ella.

Con poco valor, Terry se puso de cuclillas frente a su "novia" para quedar a su altura y tomarle las manos.

La chica, al sentir el suave contacto de su piel, lo miró al rostro, mirada que aquél no pudo soportar y agachó la cabeza para besarle las palmas de las manos.

En cambio, la rubia, que ya presentía lo peor, lo alentó con titubeante frase:

— Tenga... lo que tenga que decir... dígalo pronto.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora