Capítulo 8 parte B

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Dejando de chulearse, Terry retomó el camino. Y avanzaría unos cuantos pasos para arribar a una puerta y anunciarse, reconociéndose de inmediato la voz que le daba acceso.

— El dios ha hablado — expresó irónicamente.

Y apenas estaba cruzando el umbral cuando su persona fue recibida con una bienvenida llena de prepotencia:

— ¡Pensé que no llegarías! ¡Tengo una hora esperándote y sabes que mi tiempo es oro!

— Buen día, padre. Yo he estado muy bien. Gracias por preguntar.

El hijo hubo devuelto el agrio saludo a un hombre de cabellos canosos, bigote perfectamente cuidado, de porte altanero y que estaba parado a un lado de un finísimo librero.

— ¡Deja tus sarcasmos a lado, Terrence, y toma asiento! — se ordenó.

El castaño iría a sentarse en un sofá de piel que combinaba con el decorado del lugar.

Ahí, el recién llegado se cruzó de piernas con tal desfachatez, y estiró sus brazos para apoyarlos sobre los respaldos.

Ya muy bien acomodado, el hijo preguntaba:

— Y bien, ¿para qué me has llamado con "tanta urgencia"?

— Me ha llegado un rumor de que has estado frecuentando el teatro — habló el padre conforme ocupaba su sillón detrás del escritorio y sobre de éste, depositaba un libro.

— ¡Ah! ¡¿Es sólo eso?! — se empleó sardonia. — En verdad me sorprendes, señor; porque eso no es algo nuevo para ti.

— Me conoces bien — se le miró altivamente; y Terrence...

— Eres mi padre ¿no? Algo tuve que haber aprendido.

Una cabeza asintió con su acierto.

— Bien, entonces no andaré por las ramas contigo. Tú sabes que soy un hombre que cumple lo que dice y yo di mi palabra a mi buen amigo Marlowe de que te casarás con su hija. Así que quiero que esta noche le propongas a Susana en matrimonio y para Día de Gracias, anunciarlo públicamente.

Con la orden, Terry ni siquiera se inmutó un tantito.

Calmada y sardónicamente, aclaraba:

— Lo siento. No puedo hacerlo. ¡No, espera! ¡Corrijo: no quiero casarme con ella!

— ¿Algún motivo o razón?

El hijo se encogió de hombros para contestar al padre:

— No la amo simplemente. Además, de que tengo otros planes; y por supuesto, ella no está incluida en ellos.

— Pero, Terrence —, el hombre sonó hipócritamente; — algún cariño le has de tener. Han sido años a su lado.

— Pues sí; y ya que lo mencionas, lo que siento por ella ¡es una simple y vana costumbre a su presencia! En cambio, yo es otra a la que deseo. Así que, padre, lo lamento mucho por ti y claro, también por tu amigo, porque antes de hacer ese tipo de arreglos, debiste haber esperado. Sin embargo... —, Terry respiró aliviadamente; — para fortuna mía, mi tiempo de obligaciones contigo ha llegado a su fin. Te entregaré el diploma que siempre has deseado y quedaré libre de todo lo que tenga que ver contigo.

Richard de Grandchester en lo que se burlaba descaradamente de su hijo, se disponía a abrir uno de los cajones.

— Terrence, Terrence. Yo no estaría tan seguro de eso.

Sin cordialidad alguna, encima del escritorio se arrojó un sobre amarillo que por supuesto el castaño quiso saber:

— ¿Qué es eso?

— ¡Ven y ábrelo! ¡¿Cómo sabrás qué es, sino te enteras de su contenido?! Aunque, hijo. A mí me hubiese gustado haberlo manejado de otra manera.

Con ironía vil, el hombre mayor sonrió ante el gesto fruncido del castaño que ya se levantaba de su lugar para acercarse adonde su padre.

Mirándose seriamente, Terry, con suma firmeza tomó el sobre, lo abrió y puso sus ojos en su contenido endureciéndose rápidamente el rostro del profesor conforme leía y exigía conocimiento:

— ¡¿Qué significa esto?!

— Lo que dice —, Richard se cruzó de brazos para sonar cruel: — e, hijo, toda esa basura que me acabas de decir, lo hubieras pensado mejor y antes de llevarte a Susana a la cama

Por supuesto, el castaño clavó la mirada en él para decirle lleno de seguridad:

— ¡Este hijo no es mío!

— ¿Lo negarás ahora? ¿Acaso ella miente?

— Puede ser.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora