Capítulo 9 parte F

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El castaño se hubo exaltado tanto de la noticia recién compartida que atrajo la atención de los presentes y sorprendió al mismo Albert que observaba:

— Ahora entiendo todo.

— ¡Pues explícate porque yo no! — se exigió la aclaración.

— Terry, tranquilo, te lo diré —; y se le hizo la señal de bajar la voz para oír: — Candice Stevenson es sobrina de Johnson. La madre de la chica era su hermana, por eso los apellidos no coinciden.

— Entonces... él era su...

— Es su tío y le pagaba la beca.

— Albert...

El castaño se talló la cara con desespero, pero fingió tranquilizarse.

— Está bien, pero... ¿por qué dijiste que no volverá?

— Porque el mismo Johnson habló conmigo. Su beca ha sido retirada, porque...

El rubio se interrumpió al ver el rostro entre endurecido y temeroso de Terry esperando lo peor:

— ¿Estás bien? — se quiso saber.

— Sí — apenas dijo Terry, luego carraspeó y se sacudió las ideas; — sólo me agarraste desprevenido. Dices que porque...

Albert sospechó ante sus alteradas reacciones.

— ¡Oh, Amigo! Ya no sé si debería decir esto precisamente a ti.

— ¿Decir qué?

— Contéstame honestamente, Terry... ¿qué tipo de relación entablaste con esa chica además de profesor-alumna?

— ¡Albert, ¿terminarás de decirme de una buena vez?!

El entrenador lo dudó, porque conociendo a su amigo y si lo que estaba pensando era cierto, la noticia sería un vil golpe bajo para él.

Terry, por su parte, estaba más que ansioso por saber de ella que...

— Amigo, te prometo que te contaré después, sólo responde... ¿por qué Candy ya no volverá?

El rubio tragó saliva; y con pena, confesaba:

— Se fue a Brasil.

— ¡¿QUÉ?!

El gesto de sorpresa no pudo ser peor y una furia comenzó a crecer en un interior.

— La ha comprado un club para hacer carrera y jugar profesionalmente. Y en estos momentos, puede que ya esté allá. Terry... de verdad lo siento.

El entrenador quiso tocarlo, pero el profesor dio un fuerte golpe a la pared acompañado de un ¡maldición! lleno de impotencia, que se escucharon en todo el lugar.

Después, salió a toda prisa de ahí seguido de las miradas de sus compañeros y un ¿Adónde vas? por parte de Albert.

Velozmente, Terry llegó al estacionamiento y abordó su auto pisando el acelerador hasta el fondo que cuando arrancó, las llantas del vehículo rechinaron, quedándose marcadas sobre el pavimento.

Luego, y bruscamente, el castaño dio vuelta en la esquina de la calle 123 con dirección a Riverside Drive y la ruta 9A Norte para cruzar el Puente George Washington para salir a su segundo nivel y donde el tráfico a esa hora ya era sumamente pesado.

Sin embargo, su enojo, dolor e impotencia era mayor que al maestro se le veía rebasando y saltando de un carril a otro sin importarle ser detenido y multado o causarse un accidente.

Sin llevar punto fijo, Terry tomó la primera salida hacia Palisades Parkway, Nueva Jersey.

La carretera recta era perfecta para correr; y ahí él comenzó a acelerar más y más y más porque su inconscientemente le gritaba ¡Ve por ella!

Pero conforme avanzaba, comprendió que era imposible, él mismo se había engañado, porque se había dicho que si no podía tenerla como él quisiera, al menos con verla todos los días, se conformaría.

Mas ahora, se le había ido, la había perdido verdaderamente.

Como un desquiciado, el castaño manejó unos quince minutos más hasta que comenzó a relajarse y redujo la velocidad orillándose en un paraje con mirador hacia el ancho río Hudson.

Sin bajarse de la unidad, Terry echó atrás su cabeza que recargó en el respaldo de su asiento mientras que apretaba fuertemente los ojos sintiendo que la garganta le quemaba.

Seguidamente, descendió y caminó hacia la barda que cercaba el lugar.

Con mirada triste recorrió el paisaje: hacia el sur podía ver a lo lejos la gran manzana, al frente tenía el condado de Westchester y hacia el norte el Puente Tappan Zee.

Después, apoyó sus manos en las frías piedras y agachó la cabeza en señal de total derrota mirando como abajo las olas del río chocaban en el alto y rocoso peñón.

Así se quedó pensando en nada... hasta que, una ráfaga de viento agitó sus cabellos y le hizo levantar el rostro y sentir lo frío del aire.

Casi enseguida, él se sentó sobre la barda y permaneció ahí por varias horas... sólo recordándola.

Por su parte, los hermanos Stevenson habían llegado a Río de Janeiro ese mismo lunes a medio día e inmediatamente fueron instalados en un departamento que les facilitó el club.

Por la tarde, Candy fue a las instalaciones deportivas para presentarse con sus nuevos entrenadores y compañeras; y el recibimiento que éstas le dieron la sorprendió mucho, porque todas la trataron con cordialidad.

La directiva le dio un día de descanso; pero a partir del siguiente, a muy tempranas horas, Candy debía estar en los campos de entrenamiento; empezando de este modo, su nueva vida, entre estudios y un nuevo trabajo, entrenándose duramente y aprendiendo y conociéndolo todo; no costándole mucho a Candy el adaptarse ni al juego de las brasileñas ni del clima que la tenía de lo más encantada.

Lo malo que empezando el mes de diciembre las lluvias se hacían muy presentes en Brasil, pero cuando había sol, Candy lo sabía aprovechar en su totalidad yendo a las playas, ya fuera sola, con dos amigas que conoció allá: una mexicana llamada Mery Díaz y Dalila Marco, italiana, o con Tom, que se pasaba el mayor tiempo posible con ella y que se había convertido en su asistente personal hasta que a éste se le programara su operación de la columna.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora