Capítulo 8 parte A

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El haber estado durmiendo cobijada entre sus brazos, pero mayormente el haber sido amada por él por casi toda la noche ¡sería la más maravillosa de las experiencias vividas como la mujer que ya era!

Entonces, y conforme subía rápidamente las escaleras del edificio que la conducían a su dormitorio, Candy, con un rostro radiante, se decía entusiasmada:

— "Terry me ama, y yo indudablemente lo amo" "¡Terry me ama y yo locamente lo amo!"

Además, la chica todavía llevaba impregnado en los labios, ese último beso compartido cuando se despidieron brevemente en el interior del auto estacionado en frente del colegio.

De repente, unos discretos tosiditos llamaron su atención.

Candy, al detenerse y mirar hacia abajo, reconocía a:

— ¡Mrs. Blanchet!

— Buenos días, señorita Stevenson. ¿No le parece qué estas horas no son apropiadas de llegar?

— Perdón. Es que fui a una fiesta y me entretuve — hubo sido la mentirota a medias.

Aun así, la rubia se libraba del regaño.

— Candice, no porque sean días de vacaciones puede llegar a la hora que quiera. Cero y van dos — se le advirtió.

— Discúlpeme — dijo la chica ciertamente apenada. — No volverá a suceder.

Y Candy prosiguió prontamente con el camino.

Al llegar a la habitación, ella se recargó en la puerta; y poco a poco se fue deslizando hasta caer sentada en el suelo ¡con la sonrisa más grande mundo!

El rostro de Terry no era tan diferente. Lo malo, que le cambiaría al arribar a su domicilio.

Ahí, el recepcionista le entregaría una nota; y al leerse un remitente, se despotricaba rápidamente:

— ¡Maldición!

Era un padre que anunciaba estaba en la ciudad y urgía ver a un hijo de inmediato.

El castaño, por su parte y con toda la calma del planeta, se dirigió a su habitación.

Allí, emplearía la misma actitud en cambiarse de ropas y en abandonar su nido.

Una hora más tarde, la reja eléctrica que protegía la espectacular e impresionante riqueza de la Mansión de Los Grandchester, en Alpine, Nueva Jersey, se abría lentamente; y Terry, en el interior de su auto, aguardaba lleno de impaciencia.

En cuanto la puerta le dio acceso total, el castaño agradeció con un simple ademán al guardia de seguridad y avanzó velozmente unos doscientos metros de distancia, yéndose a estacionar justo en la entrada principal de aquella casa castillo construido en piedra y de estilo muy clásico.

Él se bajó rápidamente de la unidad; y en el punto de alcanzar la puerta, la mucama lo atendía:

— Joven Terry, buenos días.

— Hola, Lucy. ¿Mi padre?

— En el privado de arriba —, se apuntó.

Sin reducir su paso, Terry se dispuso a cruzar el amplio recibidor para subir por las escaleras que estaban al centro de aquella residencia en forma de "Y".

Allá, tomaría la desviación hacia el ala izquierda.

Al llegar arriba, el castaño se detuvo en el pasillo para mirarse en un espejo; y conforme se arreglaba el cuello de su camisa, sonreía de ver su cara de felicidad y decía:

— Parezco chiquillo con juguete nuevo —, uno que ni siquiera imaginaba estaban a punto de arrebatárselo y lo peor, a la mala.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora