Capítulo 11 parte C

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Esa noche no había sido la excepción; y es que después de terminada su función en el teatro, Terry se fue al antro donde se presentaba Karen, pero algo no le pareció al productor y se salió dejando plantada a la escultural castaña y no volviendo a saber de ella.

No obstante, eran las 11 de la mañana cuando las cortinas de su habitación se abrieron y la claridad del día le lastimó despertándolo, además de escuchar:

— ¡Qué barbaridad, Terrence! ¡Estás hecho un...!

Las palabras de una mujer indignada no pudieron ser completas al presenciar el relajo en la recámara de un hijo que la reconoció como su:

— ¿Madre?

Él se levantó rápidamente. En eso, un fuerte dolor de cabeza lo volvió de nuevo a la cama, desde donde cuestionaba:

— ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste?

Terry se tallaba los ojos porque no la enfocaba bien.

La hermosa mujer rubia no le dio contestación, sino que se le acercó; y con enojo le dio un coscorrón tan fuerte que lo hizo gritar.

— ¡Eleanor! ¡Eres una desconsiderada, mujer!

— ¡Y tú, un inconsciente! ¡¿Ya te has visto en un espejo?! ¡Estás hecho un verdadero asco!

— ¡Madre, por favor! Modera tu voz porque siento que la cabeza me va estallar si vuelves a gritar.

— ¡¿Ah, sí? Pues gracias por decírmelo porque a puros gritos te bajaré la cruda.

Terry se levantó, la alcanzó y la abrazó cubriéndole la boca para decirle el muy descarado:

— Así te ves más bonita, bien calladita —, y besó la mejilla de su enfurecida madre que fingía repugnancia al decir:

— ¡No me toques, que a puro alcohol hueles!

— ¡No exageres, Eleanor — se defendieron — porque anoche ni siquiera tomé!

— ¿No? Entonces ¿Por qué estás durmiendo hasta estas horas de la mañana?

— ¿Por qué será? — Terry hizo un gesto sarcástico. — ¿Porque no he podido dormir y si tengo unos 30 minutos en que me acosté serán muchos?

— ¿De verdad? — la mujer sonó avergonzada por su maltrato hacia su único retoño el cual la miró de reojo y molesto.

— Discúlpame, hijo... es que Robert me contó de cómo te la has estado pasado y pensé...

El grosero de Terry se metió al baño; y cuando salió, su progenitora ya había levantado todos los papeles del suelo que eran infinidad de cartas donde plasmaba todo su sentir hacia Su Querida Campeona a la que había seguido por televisión en cada uno de los encuentros futboleros cumpliendo Candy de eso modo, uno de sus más grandes sueños.

Eleanor, sorprendida de lo que leía, se le hizo fácil preguntar:

— ¿Qué significa todo esto, Terry?

— ¡Mujeres! ¿Cuándo no han de ser tan curiosas?! —, y se las arrebató.

La rubia dama al punto de las lágrimas, se le acercó mientras aquél se ponía sus pantalones; y rodeándole por detrás lo abrazó y le besó la espalda pidiendo:

— Hijo, perdóname por husmear entre tus cosas.

— No, madre, perdóname tú.

Terry se giró para explicarle:

— No han sido días fáciles ¿sabes? Pero me da mucho gusto verte — expresó sincero poniendo una sonrisa en su varonil rostro.

Para celebrar tu visita te invito a desayunar.

— Será a comer... bueno, lo que sea, acepto... te espero en la sala en lo que terminas de arreglarte.

Minutos más tarde, madre e hijo salieron del edificio; y Terry la llevó a Rock Center Café: una cocina italiana americana ubicada al lado norte de la pista de patinaje del Centro Rockefeller sobre la Quinta Avenida.

Y ahí, por primera vez, el castaño abrió su corazón a su progenitora la cual lloraba desconsoladamente por la pena embargada de su hijo, quedándose ella a partir de ese día con él para ayudarle y aconsejarle.

Sin embargo, otro mes se cumplió y en el aeropuerto de O'hare de Chicago, una joven con triste semblanza, devolvía un bebé a los brazos de su madre después de haberle dejado un beso en la frente.

— Está hermoso, Martha. Cuídalo mucho, por favor.

— Claro que sí, Candy. Te voy a extrañar, hermanita — expresó la otra, dándose un beso en la mejilla.

— Yo también — Candy contestó; y luego se giraba hacia: — Tom.

— Lamento que ésta vez no pueda acompañarte, ya sabes, por el contrato que me dieron con los Osos.

— Lo sé, Bro.

La campeona le dio un golpe en el brazo; y sonriéndole orgullosa le pediría:

— Tienes que llegar a un campeonato ¿eh, Coach? Me lo debes.

— Trataré — respondió él, y conforme la abrazaba fuertemente, le aconsejaba al oído: — Las oportunidades profesionales son buenas, hermana... pero para las personales, el amor es lo primordial y vale la pena sacrificarlo todo por tenerlo.

Ante eso, la joven le sonrió casi a la fuerza.

— Sí, claro. Bueno, me despido de una vez. Los quiero — fue lo último que se dijo; y Candy caminó hacia el área de revisión.

Horas más tarde la joven volaba hacia su nuevo destino elegido.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora