Capítulo 8 parte F

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Después de haber escuchado réplica, Candy colgó la bocina, se recargó en la pared a esperar que pasaran los minutos, y rogando fervientemente que su hermano consiguiera un lugar si fuera preciso en ese mismo instante.

Al cumplirse el tiempo solicitado, la joven se volvió a comunicar, notificándosele que su plegaria casi había sido escuchada, porque debido al periodo vacacional, pudo conseguírsele el vuelo de las 10 de la noche para ese mismo día.

Por lo tanto, después de recibir indicaciones, Candy rápidamente dejó la bocina en su lugar y abordó un taxi.

Al llegar al colegio, la rubia se digirió a la oficina administrativa para avisar de su ausencia.

Con acelerados pasos, fue hasta su habitación y empacó todas sus pertenencias.

Cuando finalizó, ella misma se extrañó de ver lo que había hecho, ya que el cuarto estaba completamente vacío, no habiéndose dejado rastro alguno de que aquella habitación hubiese estado alguna vez ocupada.

De repente, un sueño comenzó a vencerle.

Candy miró su reloj de pulsera que marcaba las 3 45 PM.

Debía estar en el aeropuerto a las 7:30.

Al ver que tenía tiempo, ella se quitó la chaqueta, se acomodó en la cama y cerró los ojos.

Un par de horas más tarde, la joven se levantó con un tremendo dolor de cabeza y se fue a refrescar el rostro.

Después, se acordó que no había probado alimento más que el de la mañana, por ende, poniéndose nuevamente la chaqueta, tomó sus maletas y dejó la habitación para encaminarse hasta llegar a la avenida principal y solicitar un servicio.

¡Pero! al estar en la parada aguardando por el taxi, la rubia vio que un grupo de chicas venían en esa misma dirección; y una, muy mal intencionada, comenzó a decir cuando pasaban a su lado:

— ¿Ya se enteraron de la buena nueva?

¡No! habían respondidos todas, entonces Eliza compartía:

— Que Susana ¡por fin! atrapó a Grandchester y hoy en la noche le pedirá matrimonio; y por supuesto, yo he sido invitada de honor. Mi amiga está de lo más feliz, y no sólo porque se casará con el hombre que ama, sino que...

Se fingió emoción que hasta se gritaba:

— ¡Está embarazada!

... consiguiendo que con ese dato, a Candy se le abriera el pavimento a sus pies; y conforme caía en el abismo, siguió prestando atención:

— ¡¿Cómo?! Pero si dicen que anoche la dejó botada en medio de una fiesta — fue el comentario de alguien más.

— ¡Ah, sí! Por una "marimacho perdedora" que no vale la pena. ¿Acaso ustedes creyeron que Terry, con el dinero que su padre posee, iba a cambiar su vida de comodidades por una estúpida como esa? ¡Por supuesto que no! Además, mi amiga Susy con lo comprensible que es... lo ha perdonado; y él, como recompensa a su falta, la llevará al altar. Y sobra decir de que Terry está ¡FELIZ! con la idea de ser padre.

Eliza estaba tan enfrascada en su venenosa plática que no se dio cuenta cuando Candy, —enfurecida por haberla insultado—, se acercaba a ella.

Como ya le había soportado muchas, ésta dijo que no se la pasaría.

Por lo mismo, mezclándola con su dolor, quiso desquitar con ella su frustración.

Así que, sin medir su consecuencia y fuerza, la rubia estampó un puñetazo en el rostro de Eliza que la mandó de sentón al suelo ciega de dolor.

Todas las ahí reunidas veían como la rubia seguía bufando del coraje y todavía mantenía los puños apretados en espera de que aquella respondiera a la agresión.

En cambio, no fue así, porque la pelirroja sólo se llevó las manos a la cara y todo el grupo vio cuando la sangre comenzó a brotar; y por supuesto, Eliza a berrear:

— ¡ESTÚPIDA INFELIZ! ¡MIRA LO QUE ME HAS HECHO!

Las amigas de la golpeada estaban horrorizadas y miraban cuando la rubia se retiraba de lo más tranquila.

Con temor, una de las ahí presentes, decía:

— Eliza, tienes desviada la nariz.

Con eso y después de corroborarse...

— ¡CANDICE, ESTO LO PAGARÁS CARO! ¡TE DEMANDARÉ, TE LO JURO! — la pelirroja chilló adolorida.

La rubia, que ya iba a medio camino, se giró sobre sus talones y le hizo una reverencia con mofa contestándole sin amedrentamiento:

— ¡Cuando quieras, Eliza!... ¡Mi abogado estará esperando!

Dicho eso, Candy retomó su camino hacia el servicio que ya había solicitado; metió sus maletas y lo abordó tranquilamente.

En lo que se sobaba el puño, oyó cuando el conductor, sonriendo sorprendido e iniciando la marcha, le decía:

— ¡Caramba, señorita! ¡Tremenda derecha que tiene! Uno debe tener cierto cuidado con usted.

— Sí, ¿verdad? —, la pasajera fingió una sonrisa; — aunque sólo la uso con "tipejas" como esa. Además, de que me la debía

Candy dijo con mucho rencor tocándose también su nariz y viendo pasar las calles a través de la ventana, sin sospechar que el destino le tenía preparado otro camino, e yéndose de Nueva York sin despedirse absolutamente de nadie.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora