Habiendo arrojado los exagerados suspiros contenidos al volver a recordar esos enigmáticos ojos, —que aunque molestos—, la habían mirado, Candy cerró las puertillas de la ventana y salió de su habitación para ir en busca de la famosa Avenida Broadway.
Por ser la primera vez que pisara suelo neoyorkino, la rubia prefirió volver a tomar un taxi para que la llevara a la Calle 218, —donde estaban los estadios—, hasta que se familiarizara por completo con el medio de transporte de la enorme urbe.
Pese a que un servicio le haría el viaje más fácil, a la joven le fue difícil encontrar uno disponible; empero, gracias a que después de un buen rato de espera y justo enfrente de ella, se detuvo un taxi y de éste un clérigo de avanzada edad intentaba descender y la joven prontamente se ofreció a ayudarle, pudo ser precisamente ella la siguiente ocupante de ese auto.
Minutos seguidos y conforme el vehículo avanzaba cuadras al norte, Candy nuevamente perdía su mirada entre las calles transitadas.
Treinta minutos fue el tiempo que les tomó en llegar a las inmediaciones deportivas.
Sin embargo, la joven estaba tan ansiosa por llevar, que aprovechando que tenían la luz roja y el auto estaba en total alto, quiso bajarse.
Conforme ella pagaba el servicio, preguntaba la dirección a seguir.
El conductor, por su parte, le sugirió esperar; ya que saltaría al carril izquierdo, y debido a que el semáforo de ese preciso carril señalaba verde, doblaría y avanzaría por una colina metros arriba, para dejar a la rubia justo enfrente de la unidad deportiva.
Agradecido el viaje y la atención, Candy siguió su camino, distinguiendo a su paso, por la parte izquierda: un estacionamiento de un edificio de tres niveles de alto; por la derecha, unas simples áreas verdes y teniendo al frente: dos campos de soccer, siendo el primero de dimensión amplia, cercado con malla de acero y gradas de concreto colocadas hasta el fondo; mientras que el segundo era de pasto sintético y le rodeaba un sencillo muro. No obstante, ambos estaban vacíos.
Entonces, Candy prosiguió con su andar para doblar más adelante hacia la izquierda y descender la colina justo debajo de las gradas del estadio de los Leones: nombre del equipo de football americano columbiano, mirando de soslayo a la estatua emblemática de bronce que consistía en un león y que estaba colocada en la entrada principal de aquel inmueble.
Pero los ojos de la chica ya estarían sobre el campo de baseball, cuando el sonido de un silbato la hizo acelerar sus pasos para llegar ahora hasta la entrada de la sede universitaria.
Desde ahí, la recién llegada distinguió a un grupo de chicas.
Ellas rodeaban a un hombre también de gran altura, rubio y vestía pantalones deportivos, playera y gorra.
Como no se le hizo propio interrumpir la práctica que ya se llevaba a cabo, Candy ascendió dos peldaños y se sentó en la primera hilera de gradas para observar por unos momentos el entrenamiento.
En eso, un grupo de hombres con mochilas al hombro hizo su llegada.
La rubia los vio pasar uno a uno, y por supuesto, los cuerpos atléticos de todos ellos, no pasaron desapercibidos por ella, que concluía se trataba de los miembros del equipo local.
En cambio, los jugadores ocuparon la banca de visitantes y de inmediato comenzaron a prepararse para su práctica.
Sin embargo, la chica estaba tan entretenida viendo a los guapos especímenes, que no se percató que alguien pasaba a espaldas de ella, y que con descarado descuido le había golpeado la cabeza con su maleta.
Por supuesto, Candy se quejó y frunció el ceño mientras se sobaba; pero cuando se volteó molesta para confrontar a su agresor, su gesto furioso lo cambió por uno de sorpresa al descubrir que el osado aquel que la había agredido a propósito, y ahora vestía ropa deportiva y que iba riéndose por su maldad y ni aún así se detuvo para disculparse, no era otro más que:
— ¡¿Profesor Grandchester?!
Candy lo llamó para sí, y una gran sonrisa apareció en el pecoso rostro de la joven, que lo siguió con la mirada, y desde ese momento, no quiso apartar sus ojos de él, admirándolo a sus anchas por un buen rato; y es que...
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Mi Querida Campeona
FanfictionUna joven soñadora deja su casa para emprender su propio camino, topándose en ese al amor. Uno lleno de comprensión y apoyo. Una amistad que terminara uniéndolos más. (2010)