Capítulo 11 parte G

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Habiendo combinado caricias tiernas y desenfrenada pasión, Terry y Candy se amaron hasta la puesta del sol; y eso porque el hambre los hizo abandonar la cama.

Por lo mismo, después de asearse y vestirse, el guapo hombre la invitó a cenar a uno de los muchos restaurantes que había en la zona, y como el lugar estaba cerca, caminaron por la playa tomados de la mano, luego se abrazaban y otros momentos corrían jugueteando con el agua del mar y besándose infinidad de veces.

Durante la cena, comentaron de sus planes; y por supuesto, Terry le propuso matrimonio, el que ella sin vacilación aceptó, sólo quedaba ir a ver a su hermano y... hablar al respecto.

De regreso a casa, se quedaron sentados sobre unas rocas altas oyendo como rompían las olas del mar y mirando hacia el horizonte a la hermosa luna llena que parecía estar dándole un delicado beso al océano.

Terry, sentado con las piernas totalmente estiradas y apoyado un codo sobre la piedra, no dejaba de contemplar a su compañera que estaba sentada a su lado con las rodillas dobladas y abrazada de ellas y la cual le pediría con timidez:

— No me mires tanto.

— ¿Por qué no? — contestó él tomando un rizo de sus cabellos oscuros.

— Porque me sonrojas.

— ¿De verdad? — expresó Terry con "inocencia".

Ella dijo Sí, volviendo su cara hacia el otro lado porque la mirada que él le dedicaba la ponía más nerviosa.

Pero el castaño aprovechó ese movimiento para acercarse, besarle en el cuello y decirle al oído:

— Te amo, CiCi.

Ella sintió un escalofrío recorrerle por la espalda provocando además que se girara para encontrarse con el azul profundo de sus ojos y besarlo como a él le gustaba.

— Yo también te amo, Terry, pero prefiero que me llames Candy — le pidió entre besos que comenzaban a agitarse.

— Entonces... si te pido algo... ¿lo harías? — él habló entre susurros.

La rubia sonrió pícaramente.

— No seas mal pensada.

El castaño le pegó en la frente con el dedo índice, logrando que ella hiciera un gesto de decepción, además, de encogerse de hombros y causando con su acción que Terry carcajeara ante la cara de su amada.

Pensándolo bien, la tomó de la nuca y le volvió a hablar al oído:

— Aunque no sería mala idea —, consiguiendo que con su caricia Candy se removiera en su lugar llenándola nuevamente de escalofríos y atreviéndose a decir con placer:

— Pídeme lo que quieras.

Con tal ofrecimiento, a Terry se le olvidó lo que le iba a solicitar y optó por lo segundo.

Por lo tanto, la tomó entre sus brazos y la sentó en él agradándole a Candy la posición.

— ¿Qué es lo quieres? — ella, conforme se movía lentamente, desabrochaba la camisa blanca y se inclinaba para besarle el pecho logrando que el hombre pasara saliva diciendo:

— Me gustaría...

Él brincó de repente al sentir la traviesa mano de ella sobre la bragueta de su pantalón e incoherentemente preguntaba lo más obvio:

— ¿Qué haces?

— Nada — se respondió traviesamente inocente, y Candy se adueñó de la boca de su amor tomando sus grandes manos y colocándolas sobre su curvilíneo cuerpo para que le acariciaran como sólo ellas podían hacerlo.

Sin haber necesidad de pronunciar más palabras, se hicieron a un lado las prendas obligadas; y bajo el romanticismo de la luz de la luna, repitieron una nueva entrega de amor donde los gemidos placenteros se perdieron entre el sonido de las olas del mar.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora