Epílogo parte A

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En una amplia cama cubierta de blancas sábanas de seda, una mujer palmeaba suavemente la espalda de su bello durmiente que ni siquiera se inmutó un tantito; entonces y cuidadosamente, ella se acercó para hablarle quedo al oído:

— Amor.

El hombre apenas respondió.

— Terry —, volvió a llamársele.

Él se removió quedando boca arriba, pero sin abrir los ojos hasta que se alzó un tanto la voz.

— ¡Terry!

— ¿Qué pasa? — finalmente contestó aquél que conforme se tallaba los ojos, bostezaba.

— Ya — dijo ella.

— ¿Ya qué? — cuestionó de nuevo el aturdido hombre estirando su mano para atrapar la cadena, y encender la lámpara sobre el buró de a lado.

— Ya es hora — indicó su mujer haciendo un leve gesto.

El marido no la vio, porque estaba tomando su reloj.

— Candy, apenas son las 4 de la mañana — se quejó él bostezando nuevamente y volviendo a recostarse y taparse.

Más, cuando quiso abrazar a su esposa, ésta ya se había levantado, así que le preguntaba con extrañeza:

— ¿Adónde vas?

Él apoyó su codo para sostener su torso y ver que Candy se vestía cómodamente y le contestaba un tanto sardónica:

— Al hospital... y al parecer sola.

— Oh, shit! — se escuchó del hombre que entendió la indirecta y abandonó la cama rápidamente.

Previamente su esposa lo había reprendido:

— ¡TERRY!

— ¡Lo siento, cariño! — él se disculpó.

Y mientras el próximo padre saltaba en su pie tratando de ponerse rápidamente los pantalones, Candy comenzó a reír de lo gracioso que se veía su marido corriendo nerviosamente de un lado para el otro dentro de la habitación y tirándolo todo en busca de algo.

Luego, lo vio salir velozmente de la recámara e instantes después regresaba preguntando incoherentemente:

— ¿Tú no vienes?

Los dos soltaron la carcajada, aunque la de ella sonaba muy serena.

Minutos pasados abordaron su vehículo; y en lo que eran transportados en una camioneta Cadillac negra, Terry llamó al doctor que atendía a su esposa desde que llegaron a instalarse en California siendo la primera indicación del médico: tomar el tiempo de las contracciones.

Después de veinte minutos de trayecto llegaron al hospital; y en la recepción el ginecólogo les recibió, dando posteriormente un diagnóstico donde la madre estaba en excelentes condiciones y muy relajada, cosa que no pudo decirse del padre que se le dio un cálculo que a las 7 de la mañana... habría un nuevo ciudadano estadounidense.

Una vez que Candy estuvo bien instalada en su habitación, las contracciones se le presentaban cada quince minutos a partir de las 5 30 AM, hora donde la angustia se había apoderado de Terry que en ningún instante se despegó de su mujer siguiendo al pie de la letra las indicaciones del doctor.

A la siguiente hora, su martirio realmente comenzó cuando los dolores de parto aumentaron.

Sin embargo, el médico fue informado del estado de la paciente y se presentó a la habitación.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora