Capítulo 6 parte C

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Candy cerró los ojos, se llevó la mano justo a la mejilla donde Terry había pasado sus dedos y sintió claramente la misma sensación que le había provocado con su contacto.

Como ya estaba oscureciendo y le era imposible concentrarse, la rubia se levantó, cerró la ventana porque un viento frío comenzaba a colarse, acomodó sus libros sobre la mesa y fue a tumbarse en la cama.

Ahí, miraba hacia el techo y pondría lentamente una sonrisa en su rostro.

Mientras tanto, en la terraza de un departamento en un quinceavo piso, un hombre yacía acostado sobre un elegante diván blanco y observaba el cielo estrellado en lo que abajo se escuchaba el bullicio de la ciudad.

Con la cabeza apoyada en uno de los almohadones y sus brazos cruzados debajo de la nuca, Terry cerraba lentamente los ojos para tratar de recordar ¿en qué preciso momento la chica de graciosas pecas comenzó a ocupar la mayor parte de sus pensamientos?

Todos los momentos vividos con ella, los tenía grabados en su mente como si fueran tatuajes.

Su espontaneidad, originalidad y carisma lo tenían atrapado; y es que a sus 30 años había conocido muchas mujeres ¡todas hermosas por fuera, pero vacías por dentro! ya que ninguna le hizo sentir lo que Candy le causaba al simple hecho de tenerla cerca.

Aceptaba que le gustaba verla en los campos deportivos con toda esa energía que de ella brotaba, pero más era ver esos hermosos ojos verdes brillando bajo los rayos del sol, tan claros, tan llenos de vida.

Y aunque muchas veces lo quiso negar, Terry finalmente acordó que era hermosa, así, al natural, sin una sola gota de maquillaje, percibiendo que su nívea piel era tan tersa como el pétalo de una rosa; y como tenía la urgencia, debía comprobarlo ya, por eso fue que se atrevió a tocarla al mediodía que la vio, cometiendo el error de compararla con Susana que no dudaba que era bonita, pero cuando la llegaba a ver sin pintura alguna, su belleza se le esfumaba por los poros porque se veía tan pálida ¡tan transparente!

En cambio, Candy, ese rubor rosado en sus mejillas que aparecían a causa del ejercicio quedándose con ella la mayor parte del día ¡la hacía verse tan fresca, tan natural, tan hermosa!

Por eso, él no dudaba que alguien más se fijara en ella. En esa alma que era tan pura e inocente, a pesar de que aparentaba no serlo, más sumada su libertad de expresión... la hacía única.

Sí, Anthony no había sido nada tonto al no enamorarse de la rubia pecosa. Cualquiera que la conociera sería un idiota al no hacerlo y él, Terry Grandchester, debía reconocerlo ¡la chiquilla se le había colado hasta el corazón!

Y cada vez que la escuchaba hablar de Anthony sentía unos celos que le eran imposibles ya de contener.

— ¡Estás enamorado como un estúpido colegial, Grandchester! — se llamó con enfado.

... y como ya no quería pensar en ella, porque no era justo para ninguno de los tres, el castaño abandonó el sofá e ingresó al apartamento decorado con elegancia para telefonear a Susana y confirmarle lo que unos días atrás le propusiera ¡irse juntos a Florida!

Y sí.

A la mañana siguiente, cuando a los alumnos se les notificara del repentino permiso vacacional del profesor Grandchester, la más sorprendida fue Candy, ya que el día anterior habían estado juntos y nunca se lo comentó.

— Bueno, él sabrá sus motivos — se dijo comprensivamente y encogiéndose de hombros.

Empero, lo que su corazón no soportó fueron las palabras mal intencionadas de algunas compañeras, las cuales comenzaron a rumorar que el profesor por fin había dado su brazo a torcer con Susana ya que había sido con ella con quien partiera.

Ese hecho la desilusionó mucho; y no queriendo prestar más atención a los comentarios, se retiró a su dormitorio, agradeciendo nuevamente que nadie ocupara la cama de junto, porque se hubo tumbado en ella y lloró hasta que se cansó.

Sin embargo, los días debían continuar así fueran lentos y muy tristes, como Candy los sintió a lo largo de esa primera semana sin verlo ni tenerle cerca y lo peor sabiéndolo a lado de otra.

Y ese cambio de humor fue notorio para Anthony quien se preocupó por ella la cual simplemente se excusaba diciendo que extrañaba al hermano, lo que no era del todo mentira, ya que nunca había estado separada de él por tanto tiempo y por lo mismo le urgía que pronto llegara Día de Gracias para partir a Chicago y estar a lado de Tom.

El rubio, al conocer "el motivo de su tristeza", se propuso a visitarla con más frecuencia, llevándola un día a comer; otra noche, antes de presentarse a su trabajo, la llevó a cenar, pero eso sí, siempre llevándole un lindo detalle, reconociendo Candy que Anthony era el chico más atento y amoroso que nunca conoció.

Y pensando que superaría su frustración, se dispuso a olvidar a su amor imposible.

Así, el sábado de campeonato llegó; y la copa de aquel torneo la levantó, sin problema alguno: el equipo donde Candy jugaba.

Ahora, sólo le quedaba prepararse para competir contra la universidad y sus estudios, ya que en la semana debía concentrarse al cien por ciento en la aplicación de los exámenes, los cuales, aunque no se les puso el estudio requerido debido a la ausencia de "alguien", la rubia también salió victoriosa y sin ningún contratiempo, llegándose con su culminación, el día tan esperado de confrontarse contra Columbia.

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora