Capítulo 5 parte B

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Pasados 20 minutos, el auto tomó otra salida: hacia la Calle 242 para llegar al Parque Van Cortlandt, el cuarto más grande en el Estado de Nueva York.

— ¡Está enorme! — expresó la rubia al ver pasar las canchas de tenis y de basketball.

Al llegar a los campos verdes, compartieron un poco de historia del lugar visitado:

— En los tiempos de la Colonia, todo esto fue una prominente área de ingleses y holandeses; y todo lo que alcanzas a ver pertenecía precisamente a la familia Van Cortlandt. Tiempo después, el Estado las adquirió — finalizó el castaño estacionando el auto sobre la acera exactamente frente al parque.

Consiguientemente, la invitó a salir.

Él lo hizo igual, pero caminando hacia la parte trasera del vehículo donde diría:

— Te traje aquí porque hay un torneo de soccer femenil.

Al oír eso, la chica despegó su vista de los inmensos campos que ya admiraba para girarse y agradecerle.

— Ahora, ven — solicitaron; y él abrió la cajuela en lo que que ella se acercaba.

— ¿Traes todo tu equipo? Espinilleras, tobilleras, zapatos — fue lo que le preguntaron cuando estuvo cerca.

— Sí, todo, hasta agua — aseveró Candy abrazando su mochila.

— Bien, entonces por el momento sólo necesitaremos estos dos balones y la bomba de aire.

La rubia tomó los esféricos desinflados mientras que Terry sostenía la bomba entre sus piernas, sacando a la vez un par de tacos (sólo por si acaso: así se les llama a los zapatos empleados para jugar el soccer) y cerrar la cajuela.

A la par, la pareja inició su marcha cruzando por los campos, y no se detendrían, sino hasta donde estaban paradas unas porterías.

Muy cerca de ellas, dejaron sus pertenencias para que ayudados entre ellos mismos, inflaran los balones, siendo Terry quien preguntara sobre el peso correcto.

Para verificarlo, Candy con su pie derecho, levantó del pasto el primer balón y comenzó a hacer dominadas con éste.

Casi enseguida se auto-pasó la bola al izquierdo.

Ejercitado este, también se repetiría el mismo ejercicio con el otro esférico.

— Sí, profe, así están bien — ella aseveró; y él, por supuesto, nunca perdió detalle de esa habilidad.

— Perfecto. Ahora, empecemos con un poco de estiramiento y correremos solamente en esta cancha por diez minutos — hubo sugerido el hombre y la chica asintió.

Consiguientemente de dada la orden, ambos se deshicieron de sus chaquetas y las aventaron sobre el césped.

A una nueva indicación por parte del castaño los dos iniciaron con el trote, llevando ambos el mismo ritmo, siendo la primera vuelta ejecutada sin movimiento extra alguno, pero ya en la segunda, empezaron a ejercitar el resto del cuerpo, comenzando con los tobillos, rodillas, movimientos de torso, brazos, cuello... en fin.

Pasados los diez minutos estipulados iniciaría la verdadera rutina al decirse:

— Con esto es suficiente; ahora, cámbiate los zapatos para que trabajemos con el balón.

La rubia se acercó hasta su mochila y se calzó, poniéndose primero un par de calcetas más gruesas.

Mientras ella lo hacía, él le observaba:

— Hace unos momentos noté que tienes control en ambas piernas.

La joven sólo asintió.

— Pero para hacer un servicio más largo o un tiro para anotar... ¿con cuál te acomodas mejor: la derecha o la izquierda? — había cuestionado Terry viéndola conforme se ataba las agujetas.

— Puedo hacerlo con las dos — informó Candy con seguridad.

— Excelente, ya que es bueno saber que cuentas con un arma secreta para desconcertar a tu contrincante. Bien, ahora hazme una demostración y yo cubriré la portería. Sólo recuerda... — le dijo con voz más estricta: — No quiero que pegues en ningún momento con la punta de los dedos ¡usa todo el tiempo el empeine!

— Sí, claro, lo sé — respondió ella, la cual en lo que se ponía de pie, el profesor tomó los esféricos y emprendió camino hacia la portería.

La rubia, por su lado, se dirigía al manchón blanco para tiros de penal dentro de una cancha de soccer.

Ya estando cada uno en su lugar:

— ¿Lista? — preguntó el castaño.

— Sí — gritó la joven, lanzándose, con su señal, el primer balón al aire.

Candy miró la bola conforme ésta iba bajando.

Al tenerla a centímetros de ella, la pateó fuertemente, habiendo utilizado la pierna derecha.

Con su servicio, sorprendió al hombre que ni oportunidad tuvo de moverse porque ya el balón estaba enroscado en la red.

Obviamente, la primera reacción del castaño fue reírse de sí mismo al reconocer honestamente que no vio pasar al esférico.

Enseguida se dijo que debía tener cuidado, porque la chica pegaba "como patada de mula".

Entonces, para no sentirse ridiculizado, el entrenador argumentaba:

— Te di la oportunidad —, y guiñó un ojo logrando que Candy riera.

Bueno, pues con esa sencilla demostración, la lluvia de tiros comenzaron a caer; y conforme los minutos transcurrían, Terry confirmaba que Candy ¡no era una fanática! lo que hizo que el hombre se recriminara por habérselo dicho el día anterior.

Por ende, para corregir su error, el castaño tomó seriamente el entrenamiento y lo demostró, haciendo que bola que llegaba a atrapar, se la devolviera rápidamente a ella, rodándola por el pasto en diferentes direcciones, a modo que la joven fuera arduamente tras la pelota.

Empero, llegó un momento en que él tuvo que gritarle con voz enérgica e irónica:

— ¡Creo que ya me demostraste lo suficiente que controlas excelentemente bien la derecha, Candy... ¿o será que la izquierda la dejaste en casa?!

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora