Capítulo 5 parte D

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Quince minutos después, Candy daba inicio al juego portando un jersey color verde marcado con el número 28.

Terry, por su parte, la veía desde el otro lado de la cancha, muy apartado de los familiares de aquellas jovencitas y que ya habían formado una hilera de sillas al contorno de la misma.

Sin embargo, no se había completado ni el primer minuto cuando Candy, parada a media cancha, recibió un balón; y desde ahí se lo llevó, burlando a las chicas contrarias, pero buscando a sus compañeras.

Al no ver a ninguna, recibió orden por parte del rubio para que ella anotara, convirtiéndose así la jugada, en su primer gol.

Candy, volviendo a su lugar para que reiniciaran el juego, se topó con la mirada de su "entrenador" y se encogió de hombros, provocando la risa de aquel guapo espectador.

Así, la rubia se la pasó en todo el primer tiempo que finalizaría con un marcador de 7-0 siendo todos los goles... de ella.

Cuando el tiempo de descanso se pitó, la rubia caminó hacia donde el profesor que le ofreció de inmediato una botella con agua.

— Gracias — dijo ella aceptándola y echándose sobre el pasto para beber su líquido.

Al terminar de ingerirlo, se dejó la botella para pedir consejo:

— ¿Usted cree que deba seguir jugando, profesor? Casi no saben y me siento mal por ellas.

Sin haber esperado respuesta por parte de él, ella misma hubo observado; y conforme lo hizo, arrancaba la hierba verde, teniendo los ojos de Terry puestos sobre Candy y en lo que le hacía al pobre césped.

— Sí, estoy de acuerdo contigo. Se nota a leguas la desventaja que les llevas. Además, debes cuidarte, porque por lo mismo que no saben, puedan darte un mal golpe y eso sería fatal.

— Sí, eso es cierto — acordó la joven.

El hombre tomaría ventaja para preguntar:

— ¿No tienes hambre, Candy? porque yo sí.

La respuesta aguardó un momento; y es que el rubio ya se acercaba nuevamente a ellos, lo que Candy aprovechó para ir a su encuentro y decirle que no podía jugar más, devolviéndole con su afirmación la playera y agradeciéndole la oportunidad brindada.

Sin poner objeción, Anthony la comprendió; y como agradecimiento le informó de un equipo con mayor experiencia y le sugirió que fuera a verlo, ya que él estaba muy seguro de que le aceptarían, sólo le indicó que mencionara su nombre: Anthony Brown; y para cualquier otra cosa que a ella se le ofreciera, el rubio le entregó una tarjeta con su teléfono y dirección anotados.

Cuando Candy regresó a lado de Terry que no perdió detalle, éste, celoso dijo:

— Bueno, entonces vayámonos — se puso de pie y quitó, para sorpresa de la chica, su mochila que ya se la echaba al hombro.

Comentando con emoción la invitación del rubio y agradeciendo al castaño por haberla llevado ahí, llegaron hasta el auto.

En éste, dejaron sus pertenencias.

Luego se dispusieron a cruzar la calle; y caminaron media cuadra abajo para entrar a un restaurante que servía buffet en las mañanas.

Sentados en un gabinete y mientras ingerían sus alimentos, Terry conoció un poco más de ella, como el accidente automovilístico que sus padres sufrieron cuando Candy tenía pocos meses de nacida quedando con ello huérfana y al cuidado de su hermano mayor: un hombre de grandes aspiraciones también y que de no haber sido por esa mala jugada donde le desviaron la columna, ahora sería un elemento más de los Osos de Chicago.

— ¿Y usted, profesor? Yo le he contado de mí y, ¿qué hay de usted?

La joven puso su codo en la mesa y recargó su barbilla sobre la palma de su mano.

— ¿Como qué quieres saber?

Terry había limpiado la esquina de su boca para oír con gracia lo siguiente:

— Si es usted... casado, soltero, viudo, dejado y con cuántos hijos.

Él rió afirmándole con dignidad:

— ¡Por supuesto que soy soltero! ¿Aunque hijos? — él se rascó la ceja inquiriendo: — Hasta la fecha ni uno de esos me ha dicho ¡Papá! en la calle.

Él había abierto los brazos; e incluyó coquetamente:

— Sólo "papacito"

Con eso, Terrence consiguió que Candy riera fuertemente y negara con la cabeza ante la arrogancia natural de aquél que compartía:

— Pero ya hablando seriamente te digo que tengo dos profesiones, la primera es un Doctorado en Leyes que estoy a punto de concluir y eso gracias a la presión de mi querido padre ¡claro está!... y la segunda es que gustosamente: soy profesor de Artes.

— WOW! — se expresó primero; y después frunciendo el ceño ella quiso saber: — ¿qué edad tiene?

— 30 años — él respondió; pero al mirar el reloj y su hora marcada diría: — Bueno, Candy, creo que ya es momento de retirarnos, tengo algunos pendientes qué atender.

— Oh sí, por supuesto, profesor.

Sin embargo, a partir de ese entonces, Candy comenzó a sentir por aquel hombre un sentimiento desconocido y que por más que intentara, no controlaría como tampoco el que los días siguieran su curso; y con ellos...

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora