Capítulo 4 parte C

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El profesor, por su parte, no dejaba de mostrar su blanca, perfecta y bella sonrisa; y para ponerla peor, se inclinó para buscarle el rostro, consiguiendo que Candy soltara una carcajada ante el gesto juguetón del guapo espécimen.

— Lo siento — expresó ella.

— ¿Por qué? — él cuestionó.

— Por mi tonto comportamiento.

— Bueno, es entendible. Ese es el impacto que provoco en las mujeres y a veces en algunos muchachitos, como tú —, el hombre guiñó un ojo.

La joven, indignada por la arrogancia de aquél, diría:

— ¿De casualidad su nombre no es Modesto, profesor Grandchester?

El mencionado, primero soltó una carcajada; y casi enseguida se presentaba:

— No, mi nombre es Terrence —, estiró la mano. — Y el tuyo, ¿cuál es?

— Candy —, ella sin descortesía la aceptó.

— Muy bien — dijo él.

En cambio, la joven sintió un sudor frío al escuchar futuramente su nombre en su boca.

— Candy, mucho gusto, aunque... es un nombre demasiado dulce para un niño, ¿no lo crees?

De otra mofa, enfadosa la chica se soltó, estallando el castaño de nuevo en risas; sin embargo, le pidieron a éste:

— ¿Dejará de burlarse de mí?

— Está bien, ya no me reiré.

El hombre serio se apoyó sobre los maderos, cruzó los brazos y los pies fingiendo mirar hacia el horizonte.

Candy, en verdad, estaba fascinada de tenerlo así ¡tan de frente y tan alcanzable!

Por consiguiente, aprovechando que él no la miraba, ella comenzó a admirarlo, empezando desde los pies protegidos por unos tenis muy modernos; luego esos pants ajustados a sus musculosas piernas y glúteos; la camiseta con las mangas dobladas dejando al descubierto sus bíceps; el rostro perfectamente perfilado y ese cabello castaño corto con flequillo hacia un lado luciéndolo a la moda, pero a la vez muy conservador, haciendo que todo eso en conjunto, el hombre se viera cuán más ¡deseable! No obstante...

— ¿Te gusta lo que ves? Aunque te confieso que me estás poniendo muy nervioso, ¿eh? — él, por supuesto, hubo bromeado.

— ¿Ah? — ella exclamó idiotamente al verse descubierta.

Y la pondrían peor porque como si hubiese encontrado algo nunca antes visto, medio cuerpo del profesor se inclinó hacia el frente para quedar muy cerca del rostro de Candy y mostrarle una sensual sonrisa que la chica pudo apreciar y ¿saborear?

— ¿Sabes? No te había visto bien, pero tienes millones de pecas, ¿acaso las coleccionas?

Candy seguía tan embelesada con la forma tan perfecta de sus labios que ni reaccionó ante eso, sino cuando:

— Sí, yo creo que sí. ¡Eres un niño muy pecoso!

— ¿Cuándo dejará de decirme niño?

— Entonces... ¿sólo pecoso?

— No, tampoco. Mi nombre es Candy o Candice Caroline para usted.

— ¡Caramba! Ya te enojaste.

— No. Pero si sigue diciéndome niño, sí lo haré.

Ella se cruzó de brazos fingiendo seriedad y quedando en silencio por los siguientes instantes, dejando así oír clara y únicamente el ruido del agua que corría en aquel riachuelo.

De repente, Terry se reincorporó invitándola:

— ¿Quieres caminar conmigo?

Candy finalmente aceptó, y enseguida comenzaron a andar por las veredas del parque mientras que el profesor iniciaba una plática.

— Y, ¿de dónde eres, pecoso?.

Ante su pesada necedad, le reprochaban:

— ¡Profesor!

— Perdón ¡qué carácter, mujer!

Candy sonrió al ser reconocida como tal por él que se le confiaría:

— Soy de Chicago.

— ¡Qué bien! Y ¿qué te trajo hasta Nueva York?

Un tronar de boca fue la respuesta a la pregunta hecha consiguiendo que el castaño indagara:

— ¿Pasa algo, Candy? Como que no estás muy feliz que digamos.

— No; todo está bien.

— Vamos, cuéntame. Te aseguro que soy una persona confiable. Además, a partir de la siguiente semana, seré tu maestro.

— ¡¿Cómo?!

El cuerpo de la rubia se detuvo al escuchar tremendo notición; y al no poder ocultar el gusto así lo miró, logrando que el maestro sonriera y le afirmara:

— Así es. He estado al tanto de tus créditos; y ha llegado la hora de iniciar mi clase contigo. Además, como profesor, debo conocer a mis alumnos y he notado que algo te pasa.

Con ello, Candy resopló con frustración, reinició su caminar y se dirigió a una fuente.

Ahí, se paró; intrigándose el maestro y acercándosele para decirle:

— Si de algo te sirve... soy bueno guardando secretos.

La rubia se volvió sobre sus pies para quedar de nuevo frente a él; y después de pensarlo por unos instantes, le decía:

— Me preocupa mi hermano.

— ¿Tu hermano? — hubo dicho él con extrañeza.

— Sí. Le he estado mintiendo con respecto a la escuela.

Culpable, la joven agachó la cabeza, queriendo él más información:

— Y, ¿cuál es el problema?

Levantando el rostro, ella sonaría titubeante.

— Él que cree que... bueno, porque yo le he dicho que... estoy jugando en el equipo de soccer.

— Y, ¿no es así?

El castaño frunció el ceño aseverándole:

— Porque yo te he visto varias veces por allá

Con ese, dato la rubia se sorprendió; y lo cuestionaba:

— ¿Me ha visto?

Terry asintió con la cabeza observándole:

— Pero te notas desanimada.

— ¿Será porque lo estoy?

La chica se talló la cara en señal de desespero.

— ¿Quieres contarme?

Él le pidió; también el que se sentara a su lado en el filo de la fuente. 

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora