Capítulo 5 parte A

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Aunado el inesperado encuentro, con el sentimiento de nervios de recordar que lo había tenido ¡tan cerca! más la emoción del siguiente día, a Candy le fue imposible conciliar prontamente el sueño.

En lo que éste llegaba, y para asegurarse de no llegar tarde a la hora citada, ella había preparado el despertador para que éste sonara a las 5:30 de la mañana.

Sin embargo, era tanta la inquietud de la joven, que no le dio tiempo al reloj a que la despertara, ya que, eran apenas las 5 AM de ese sábado, cuando Candy se levantó por su propia voluntad y alistarse para salir.

A las 6:20, la rubia arribó al lugar citado. Y no esperaría ni cinco minutos cuando Terry apareció vestido deportivamente y complementándole:

— Vaya que eres madrugadora.

— ¡Es que estoy emocionada!

Ella, con inocencia y abiertamente, hubo confiado.

Por supuesto, el profesor Grandchester lo aprovecharía para bromearle:

— ¿De verme?

Candy, con cara de asombro, rápidamente exclamaba:

— ¡Por supuesto que no! —, y le aclararía con timidez: — de la práctica.

— ¡Ah, menos mal! — dijo él sonriendo para sus adentros.

Seguido de ese penoso momento, él indicaba:

— Entonces, en marcha.

— ¿Adónde? — Candy quiso saber:

El magistral la miró fijamente para apuntarle:

— Señorita, a partir de este instante, emplearemos reglas; y la número uno es: Nunca cuestione las órdenes del entrenador.

— Está bien, señor.

— Bien. Ahora, vámonos.

Los dos emprendieron el camino hacia la avenida donde él señalaba:

— El auto está de este lado —, y se dirigieron hacia al sur.

Candy, por su parte, habiéndole seguido los pasos, se detuvo en seco; primero al oír el sonido de una alarma que encendieron rápidamente las luces de un Ferrari en color rojo.

Después, ella pasó saliva al ver que el profesor le abría cortésmente la puerta del copiloto y la invitaba.

— ¿Vienes?

— Profesor... —, ella sonaba y se veía titubeante, — yo creo... que no es necesario que... se tome tantas molestias conmigo. Yo no quisiera...

Terry pondría cara de fastidio y así mascullaba:

— ¡Mujeres, ¿quién demonios las entiende?!

Molesto, él regresó sus pasos hacia ella para tomarla del brazo y dirigirla al auto donde le ordenaba:

— ¡Ahora hazme el favor de subir!

Sintiéndose intimidada por aquel espectacular ser, la chica ocupó su asiento.

Ahí abrazó su mochila y se masajeó suavemente el brazo.

Terry hacía un buen de tiempo que la había soltado, pero ella todavía podía sentir su agarre.

Posteriormente, lo vio subir y ocupar su lugar en el volante.

Él la volteó a ver y sacudió la cabeza con negación.

Empero, con el ronroneo del poderoso motor, a la jovencita le pasó rápido la impresión y observó con atención cómo el castaño presionaba el acelerador y le indicaba ponerse el cinturón de seguridad.

Al ver el rostro emocionado de ella, Terrence preguntaba:

— ¿Te gusta la velocidad?

— Sí — la rubia respondió.

Seguido de la afirmación, el auto se puso en marcha a una velocidad moderada, transitando así, rumbo al norte, por toda la Avenida Broadway.

Conforme avanzaban, Candy una vez más veía todo a su alrededor y al mismo tiempo escuchaba con atención a lo que Terry le informaba, indicándole también ciertos puntos que fueron lugares de nacimiento de algunos jugadores de Baseball ú otro personaje famoso.

En eso, el vehículo se detuvo justo debajo de un crucero de vías del metro que en ese momento hacía su paso.

Y en lo que esperaban señal de siga, el profesor volvía a informar:

— En el momento que crucemos este puente, entramos al Bronx y la isla termina aquí.

Y precisamente terminando su frase, la luz cambió a verde.

El carro dio vuelta a la derecha, cruzó el puente mencionado, y a pocos metros más adelante, se dobló hacia la izquierda para tomar la salida hacia la autopista 87 donde se aceleró motor y recorrieron la carretera a más de 80 millas. 

Mi Querida CampeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora