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CAPÍTULO 21. DANIEL

Tanto hablar las chicas de días nublados, que al final se habían enfadado las nubes. O entristecido. De cualquier manera estaba lloviendo y aún así Tobías estaba decidido a llevar a cabo la misión.
    —Ten, ponte este chubasquero.
    Cogí el supuesto impermeable amarillo y metí los brazos por lo que creí que serían las mangas.
    —Menos mal que íbamos de incógnito... —murmuré en voz baja.
    —Más actuar y menos hablar señorito.
    —Puedes contarme de que se trata dentro de la cabaña. No me apetece acabar como un perro mojado.
    —No seas blando, además a las chicas les encantan los chicos mojados, mira al DiCaprio, ¿por qué te crees que se pasa la vida en las piscinas? Es un tipo listo.
    Sin ganas de nada, gruñí y cerré de un portazo a nuestras espaldas.
    —Más te vale que merezca la pena.
    —Claro que sí, te voy a salvar la vida.
    *
Mi cuidado y adorado pelo rubio estaba asquerosamente mojado y ondulado.
    No tenía claro si los chubasqueros ejercían su función o no. Lo único que sabía, era que me sentía calado hasta los huesos. El instinto me decía que corriera y me refugiara en los brazos de Valentina, y el sentido común que esperara con el friki de Tobías, pues era mi esperanza para hablar con Eloy.
    —¿Cuando va a llegar tu amigo? Llevamos aquí la vida. —le dije escurriendo el borde de mi camiseta y haciéndola chorrear.
    —Llevamos aquí cinco minutos. No te quejes tanto.
    —Pues fíjate como estamos en solo cinco minutos. —le espeté.
    —Pareces un niño pequeño —me dijo golpeándome en el hombro.
    —Mira quien lo dice, el madurito. Y que sepas que eres un año mayor que yo.
    —Que yo sepa tengo veinte años, y tu dieciocho, adolescente.
    —Cumplo diecinueve este año.
    —Y yo veintiuno. —me soltó poniendo una mueca que le hinchaba los carrillos.
    —Genial, abuelo.
    —Cállate, bebé.
    Nos desafiamos con la mirada. Frunció los ojos, yo los fruncí más. Sentí como las arrugas se formaban en mi entrecejo y frente. No me detuve. Los minutos pasaban, solo se escuchaban las gotas chocándose con fuerza contra el suelo.
    De repente, por encima de la valla de arbustos, se vieron una luces parpadeando.
    Tobías asintió con la cabeza, perdiendo el duelo y se aproximó a la puerta de hierro de la cual nos ocultábamos. Él se asomó por la derecha, yo por la izquierda.
    La presencia un camión blanco en la parada de autobús me asustó, bastante.
    —Oye, Toby... —le dije temiendo levantar mucho la voz.
    —¿Qué? —él rebuscaba en su bolsillo la llave.
    —No me has dicho a que te dedicas.
    —Has estado quejándote de la lluvia.
    —Ya, pero, ¿me estoy metiendo en un lio gordo? —cuestioné.
    El corazón me martilleaba contra el pecho.
    —¿Me estás preguntando si trafico con drogas?
    Se me fue la luz, el color y todo lo posible de la cara.
    Empecé a sudar a pesar del frio que sentía y aquello me confundió bastante. Mierda, me había fiado demasiado pronto del joven con cara de niño. Miré en derredor en busca de una salida, lo cual era absurdo pues no estaba encerrado.
    —¿Dani? —me cogió por los hombros, y me dejé. Estaba a dos pestañeos del desmayo—. Joder, lo siento colega, no quería asustarte. Es un negocio inofensivo. Me sacó unas perras.
    —¿Cuantas son unas?
    —No son drogas de verdad. A veces algo de alcohol para las fiestas clandestinas de esta gente, pero no es mi producto principal.
    —Producto...
    Yo ya no sabía donde meterme.
    —Respira, por favor. Me dedico a proporcionar dispositivos electrónicos. Móviles, ordenadores... Todo ese tipo de cosas.
    —¿Móviles?
    —Claro, piénsalo. Es un acampamento para desconectar con gente que quiere hacer de todo menos eso. Les doy móviles de prepago con datos, aquí llega poca cobertura pero algo sí. Ordenadores con cuentas de Netflix y otras plataformas. Son temporales, para que no se conecten con las suyas y les descubran sus padres.
    Conformé escuchaba sus palabras, no solo sentí la adrenalina llenar de nuevo mi cuerpo de vida, sino la emoción de ese proyecto. ¿Hello? Era la bomba.
     —Por eso podré llamar a Eloy... —deduje sonriendo.
    —Obvio, nos lo vamos a pasar de miedo. Este año he incorporado HBO y Movistar Plus. Espero petarlo. Además tengo unas tarjetas con códigos Qr que distribuiremos esta noche, ahí pueden encontrar todo el catálogo. Tengo, tenemos comida, nada healthy: Donetes, Panteras Rosas, Oreo... cosas que no pueden pedir aquí. También les llevo a los cocineros por esos me adoran.
    —¿En serio? No te pega nada. Pensaba que eras más bobo.
    Incliné la cabeza asimilando la información. Eso estaba muy currado.
    —Todd. —una voz aguda salió por los barrotes de la puerta—. ¿Vienes o qué?
    El chico que hablaba era pelirrojo y muy bajito, era delgaducho y con pinta de frágil. Sus ojos eran pequeños y su boca demasiado grande. Al lado de mi mejor amigo Samuel no tenía nada que hacer.
    —Esos modales, Águila.
    ¿Águila?
    —Tenemos un nuevo aliado, Águila este es...
    —Da... —empecé a decir.
    —Y luego yo soy el bobo —negó con al cabeza—. Tienes que ponerte un nombre en clave.
    —Peter Pan. —no pensé mucho.
    —Bien... Presentaciones hechas. —Tobías dio una palmada que no encajo en absoluto con el ambiente.
    Después de probar con diez llaves, una de ellas giró y la puerta chirrió al abrirse.
    Una vez fuera, el par de aspecto "friki jugando a juegos de rol en un sótano" se puso a charlar y yo inspiré una bocanada de aire como si hubiera estado prisionero en el campamento. Observé la maltrecha parada de autobús con curiosidad y vi una casa al otro lado de la carretera. Era de aspecto antiguo y grande, de madera azul y ventanas blancas. La valla blanca y el buzón torcido me recordaron a una película americana. Probablemente fuera la casa de la abuela de Tobías, o sin el probablemente. Este me dijo que vivía al otro lado y no había más casas a la vista.
    Solo había cuatro farolas en la zona y no colaboraban a crear un ambiente acogedor. Si en esos momentos hubiera aparecido un asesino en serie, no me habría asombrado en absoluto.
    Cuando un escalofrío me recorrió el cuerpo, decidí que era el momento de acercarme al grupo.
    —Te he traído diez móviles para empezar. —dijo Águila.
    —Te dije quince, quince. El año pasado nos quedamos cortos.
    —Dame tiempo, Todd. —seguramente fuera la única persona que lo llamaba así—. Hemos aumentado la oferta de plataformas y actualizado la página web. Y recuerda decirles que el servicio de paquetería tiene una nueva dirección, está en las tarjetas.
    El chico pelirrojo abrió una mochila negra y sacó una bolsa de plástico trasparente con cierre hermético. Me sentí decepcionado, no parecía muy profesional.
    —¿Servicio de paquetería? —los dos chicos me miraron y parecieron recordar mi presencia.
    —Amazon, Shein, EBay... cosas de esas —se giró a mi compañero—. Recuerda pedirles los diez euros del servicio, se te suele olvidar.
    —No es cierto. —se defendió.
    «Seguro que se le olvida siempre» pensé.
    —¿Cuanto ganáis con esto?
    —Unos quinientos euros al mes, mínimo. —dijo el chico de la voz aguda.
    —Te he dicho que aquí nadie quiere desconectar. —informó Tobías.
    —Oye, ¿tenemos que repartir el dinero con el nuevo?
    —Peter Pan. —añadí sonriendo contento con mi nuevo apodo. Seguro que a Eloy le encantaría, y a Valen.
    El pelirrojo, Águila, puso los ojos en blanco.
    —No pienso rebajar mi porcentaje si quieres que cobre se lo das de tu parte.
    Toby me miró con la boca abierta en una expresión absurda.
    —No quiero nada, vivirlo es suficiente —dije encogiéndome de hombros.
    —Entiendo, el niño es rico. —concluyó Águila.
    —Trabajo —me defendí.
    —¿En serio? —al parecer le sorprendió mucho a mi compañero de piso—. ¿Eres jefe de una cadena de restaurantes?, ¿trabajas en una casa de subastas?, ¿un hotel?
    —Tengo dieciocho años. —dije lentamente y echándome hacía atrás. No me gustaban las expectativas.
    —¿Y?
    —Ah, pues, no sé. Pero trabajo en una cafetería de un club de golf.
    No dijeron nada más.
    Con negativa sincronización fueron metiendo los móviles en la mochila de Toby, Águila le dio un maletín donde se suponía que iban los ordenadores. Le explicó como tenía que compartir datos por "decimosexta vez" para que pudieran usarlos, y le entregó las claves de las plataformas. Estaba todo muy preparado, debían de llevar años.
    —Eso seria todo. Hazme una lista con los alimentos que quieran.
    Se me escapó una risa ahogada y deprisa me mordí el labio y tapé mi boca con una mano.
    —¿De que te ríes? Estoy seguro de que me pedirás algo. —me dijo Toby ofendido con mi impertinencia.
    —Oh, no es eso. Es solo que... tanto secretismo, móviles de contrabando, servicios especiales y eso. Y luego ¿qué? ¿Una lista con papel y boli? No queda nada profesional.
    Toby suspiró y negó con la cabeza mientras apoyaba sus manos en mis hombros por segunda vez.
    —Hay cosas que no deben perderse nunca.
    Águila apareció por la puerta de hierro —al parecer se había ido en algún momento— y trajo con él cuatro botellas de distintos alcoholes.
    —Se me olvidaba.
    Hizo un gesto con la cabeza en mi dirección. No entendí y fruncí el ceño. Volvió a repetirlo señalando también las botellas. Y comprendí. Me apresuré a cogerles las botellas, al parecer era el encargado.
    Tobías cruzó la puerta de hierro en dirección al exterior y decidí seguirle, aún estaba algo aterrorizado.
    Los dos compinches se abrazaron y el pelirrojo subió a la camioneta. Sin decir nada más y con el ruido del motor, se marchó carretera abajo.
    Me quedé con Tobías en la estrecha acera al lado de la parada de autobús.
    —¿Ves esa casa?—Toby me señaló la casa de madera azul—. Es la de mi abuela.
    —Lo suponía. —dije.
    —¿Ahora entiendes el por qué de la necesidad de conseguir la cabaña siete?
    Parecía realmente esperanzado.
    —No —Se me ocurrió algo—. Oh, bueno, está cerca de la puerta de contrabando.
    —No le digas contrabando. Suena ilegal.
    —¿Y no lo es? —pregunté con las cejas levantadas.
    —Las normas del campamento no son leyes. Y para que lo sepas, no has acertado. Pensaba que eras más listo —apretó los labios decepcionando—. Estamos en la séptima porque llega el wifi, mi abuela tiene un wifi estupendo.
    —¿En serio?
    —Nos llegan las tres rallas.
    —Vaya, eso habrá que verlo.
    —Y lo veras querido Daniel. Ahora, vamos a la ¡fiesta!
    No me sentí triste al dejar atrás la oscura carretera.
    *
Estábamos pin y pon en la puerta de la cabaña. Nos habíamos cambiado de ropa pero el trayecto hasta la fiesta nos había empapado de nuevo. Al menos en aquel momento estábamos debajo del porche.
    —¿Llamas tú? —le pregunté.
    La música a todo volumen se colaba por la rendija de la puerta y hacía vibrar las tablas de madera, parecía haber mucha gente.
    —Soy algo tímido.
    Le miré incrédulo. No le pegaba, era como una mosca revoloteando a tu alrededor, y las moscas no son tímidas.
    —Tú puedes —traté de animar—. Además, vas a entrar con el alcohol, todos te adoraran.
    —A lo mejor puedes entrar tú primero. —propuso Toby.
    —Si quieres...
    Miré impaciente a mi alrededor, ¿íbamos a tardar mucho en entrar?
    Viendo que no se echaba para atrás estiré el brazo en dirección al pomo. Una entrada triunfal sería lo mejor para quitarle los nervios.
    Una mano me rodeó la muñeca.
    —Oh vamos Toby, ¿qué pasa ahora? Me está esperando Valen.
    —Es que si entras tú primero, luego yo pareceré una cucaracha en comparación.
    —No eres una cucaracha, solo necesitas un poco de ejercicio.
    Abrió mucho la boca, tanto que no parecía físicamente posible, pero lo era. Me dio un manotazo en el pecho.
    —¿De qué vas? —le espeté.
    —No me digas que estoy gordo.
    —Yo no he dicho eso. —separé bien las palabras para que se enterara.
    —¡Me has dicho que necesito hacer ejercicio!
    —¡Tú te has llamado cucaracha! Y es la verdad, podrías estar más atlético.
    —¡Yo me puedo llamar a mi mismo lo que me de la gana!
    —¡Vale! Voy a entrar.
    Justo en el instante en el que giré el pomo, alguien lo hizo también desde el interior y la puerta me dio de bruces. Sentí un fuerte dolor en la nariz.
    Maldije en voz alta y me llevé las manos a la zona dolorida. Dolía un huevo.
    —Lo siento un montón. No os había visto, lo juro.
    Thesa trató de disculparse y apoyé una mano en su hombro a modo de aceptación.
    —¡Os dejo pasar a dentro! Estáis empapados. —dijo rápidamente, a la velocidad de la luz, y descolocándome por completo. No me dio tiempo ni a aceptar la disculpa.
    Fue tan como un pestañeo que ni sonreír pude.
    —Está lloviendo. —le advirtió inteligentemente Tobías.
    —Gracias por la información, no me había dado cuenta. —le respondió ella riéndose con ¿incomodidad?
    Mi compañero de habitación me miró con cara soñadora.
    —Que bonita es, creo que me voy a enamorar.
    —¿Pero qué dices? —gemí cuando la nariz empezó a palpitarme con más fuerza—. No eres su tipo.
    —¿Tú que sabrás?
    Rodé los ojos y pasé mi brazo por sus hombros.
    —Venga, entramos a la vez.
    Y así lo hicimos, con algo de dificultad pues entre las mochilas con cargamento, mi dolorosa situación y las botellas, no entrábamos bien los dos al mismo tiempo por la puerta.
    —¿Tú crees que si hago ejercicio tendré alguna posibilidad?

***
Capítulo nocturno que espero que os haya gustado, algo más largo que otros, pero, os pregunto... ¿os esperabais esta misión?
Y atención, ¡es el penúltimo capítulo de la primera parte!
Mañana el último.

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