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CAPÍTULO 33. ES QUE NO PUEDO CON TODO

Voy a pedirte algo, querido tú, quiero que imagines algo: Imagina que has tenido un día esplendido de playa, con tu familia o amigos; habéis cenado en un restaurante maravilloso con el mar solitario de fondo, y a las once decides comprarte un helado. El helado es increíble, con una gran bola de tu sabor favorito, yo diré el de fresa. Lo observas relamiéndote y fascinada por su perfección. Entonces, decides pegar el primer lametón, grande, acorde con el día que has tenido, y puf, la bola cae. Tu preciada bola de fresa, no cae a cámara lenta dándote siquiera el placer de sentirte dentro de una película, no, se estrella de golpe y sin piedad. Puf, ves la bola de fresa esparcida y completamente echada a perder sobre el asfalto sucio y rancio. Bien, ahora os diré que mi estabilidad emocional mientras seguía bajo el agua de la piscina, era como esa bola.
Ya no podía más, me sentía saturada y sin oportunidades de renacer. Porque comprar otro helado no es levantarse con más energía, es un reemplazo.
Saqué la cabeza del agua sabiendo perfectamente que había un Pol rondando por ahí que esperaba que le contara mis secretos más oscuros. Yo no podía más.
Que mierda todo, ¿por qué demonios tenía que tener Pol complejo de superman?
Salí del agua maldiciendo y temblando de frio. Me quedé mirando el montón de ropa mojado por haberlo dejado en el borde de la piscina y en un momento desesperado, hice aquello que me alejaba de la salud mental. Busqué rápidamente la toalla azul de Pol, la permanente, y solté un quejido asqueado, es que era tan Pol que nadie más se atrevía a poner toallas para reservar tumbonas, pero ahí estaba la suya marcando territorio. Era de esas personas que todo el mundo aprecia, que cuando abren la boca se calla el mundo para escucharlo, era tan... desquiciante.
Me envolví con la toalla y me dispuse a terminar con ese día intensito del todo, sin intención alguna de ponerme sensible y desvelarle todo al chico de pelo decolorado.
No sabía cuanto tiempo había pasado en la piscina, pero la zona de la hoguera estaba vacía. «Es probable que los monitores los hayan mandado a la cama». Contenta con ello fui andando con las sandalias sin abrochar y procurando no tropezar con el barro. La escena era para echarse a llorar, yo toda mojada, con ese suelo y vagando a oscuras acompañada solo por la luz de la luna. Unos meses atrás en una situación como esa, habría mirado el cielo en busca de las estrellas que ganarán a la contaminación de Madrid. En ese mes de julio, con todo lo vivido, el aluvión de estrellas no me resulto más atrayente que a cualquier persona sin una obsesión por constelaciones. A mí antes me encantaban, sobretodo Casiopea, ahora, sonreí apenada deseando ver las olas libres del mar y pensando... «al parecer estoy cambiando», en mi humilde opinión, a pasos demasiado drásticos y agigantados.
—Creo que tienes algo que me pertenece.
Pegué un respingo y un grito al escuchar esa voz intrusiva. Con la respiración agitada y la mano en mi alterado pecho me giré con las cejas fruncidas en dirección al que parecía el protagonista de mi propia vida. ¡Mi vida!
—¿Qué narices, Pol? ¿Estás loco, o qué? ¡Dios! —solté asqueada y recordando al instante que estaba en ropa interior. Me cubrí lo mejor posible, pero la toalla a penas alcanzaba a taparme el culo— ¿Qué quieres?
—¿Yo? —dijo abriendo mucho los ojos—. Pues no sé, juraría que nos falta algo por hacer hoy.
Me mordí el labio recordando el maldito poema.
—No tengo ganas. —le contesté echando a andar.
—Estabas tan segura de que iba a ser hoy el día.
—Eso ha sido antes. —le espeté.
—¿Antes de qué?
Me paré de golpe y al darme cuenta de que debía disimular que no era una bola de helado estampada en el suelo, seguí caminando.
—De nada, Pol —pensé una de mis mentiras rápidas que fuera más convincente que aquello—. Si recuerdas, que eres muy listo y seguro que sí, eso de lo que estaba tan segura, fue el domingo. Ahora, son pasadas las doce, es lunes, y resulta que el lunes no estoy tan de acuerdo.
Ni siquiera fue una mentira.
—¡Oh, vamos! Me lo prometiste.
—No hice tal cosa.
No me giraba a mirarlo, porque si lo hacía, toda mi fortaleza se derrumbaría, poder Pol, lo llaman.
—Lo estás deseando... —me acarameló.
¿Lo estaba deseando? ¿Tal vez esa masa que me oprimía el pecho fuera eso, la necesidad de poder liberar el secreto, de no tener que fingir?
—No lo veo claro. —dije inflando las mejillas y soltando el aire poco a poco.
¿Lo veis? Pol estaba ganando, me haría soltarlo todo.
—¿Por qué no te vistes, sales y te desahogas?
No sé si fue que me puse colorada por lo de vestirme o la palabra "desahogas" que sonó tan tentándola, pero una vez más, acabé a sus pies.
—Está bien, me pongo algo y salgo en un momento. Pero vamos a dónde yo quiera.
Me giré y mi mundo se paró medio segundo al ver sus ojos entrecerrados por la increíble sonría que dibujaba su rostro. ¡¿Cómo resistirse a una persona que es un símil a un año gratis de productos Kinder?!
—Hecho.
Entré en la cabaña sin pensármelo mucho y me apoyé en la puerta. ¿Cuantas personas sabían lo de mi hafefobia? Familia muy cercana y escasa, mi psicóloga, dos o tres amigas y ahora... ¿Pol? ¿Dónde encajaba él? ¿A caso lo conocía? Me rasqué la cabeza, sí, lo conocía.
Suspiré y vi que Valentina no estaba, traté de hacer memoria y recordé que se iba a dormir con su chico a su cabaña, suerte tenían de que no pasara ningún monitor a supervisar.
Tiré la toalla azul de Pol sobre la mesa y abrí el armario. Cogí unos shorts, una camiseta verde claro de tirantes finos y la chaqueta gris de deporte. Fui al baño y me observé en el espejo. Uy, no estaba muy bien. Tenía los ojos un poco rojos de haber llorado probablemente en la piscina, el pelo medio seco y apelmazado, la ropa interior calada y algo transparente, y mi dignidad por los suelos.
Suspiré de nuevo y me lavé la cara a conciencia antes de vestirme.
Metí los brazos con estilo por las mangas de la chaqueta y la abroché en un movimiento satisfactorio y decidido. Estaba lista. Oh, las chanclas. Fui a litera y me calcé.
Me di dos golpecitos en las mejillas para "espabilarmeysercapazdehacerlacosamásdificil-demivida"
Con un portazo estuve fuera y en un principio no vi a Pol. Fruncí el ceño y me giré rápidamente al notar una presencia a mi lado.
Pol estaba sentado en la silla del cobertizo y se levantó sonriendo con dulzura. El problema: que el "cobertizo" era para mi en esos momentos como una habitación de escape.
Se me cortó la respiración y conforme él se fue acercando mi corazón palpitó de forma oscura y tenebrosa. Entreabrí la boca en busca de aire durante los escasos dos segundos que tardó en estar a ¿medio paso de mí? Intenté hacer algo pero mi cuerpo se tensó, y rígido no era tan fácil de manejar.
Estaba atrapada.
Su mano se apoyó precariamente en mi hombro... y supe lo que venía. Aparté mis ojos marrones de su persona y en concreto de su mano y mi... Dios, que me iba a dar algo.
Lo peor es que él no tenía ningún tipo de mala intención.
—Thesa —Joder empleaba mi nombre y yo entrando en pánico—, quiero ayudarte de verdad, intentarlo al menos. Me gustaría que confiaras en mí para contarme lo que pasó el día del teléfono.
Me encantaría haber contestado con algo inteligente o cool tipo: "No crees que estás siendo muy dramático, me molestaste, tío, fin de la historia" o "Déjame en paz, Polo, olvídate de mi existencia. No juegues a los superhéroes".
Abrí la boca varias veces buscando mi voz, pero la consciencia de saber lo que se venía la retuvo. Apreté los párpados con fuerza tratando de aclarar mi mente (estaba algo nublada) y cuando vi la mano de Pol de reojo levantarse, actué. «Va a cogerme la barbilla, la gente cariñosa y dulce que quiere ser amistoso y dar confianza, lo hace».
Levanté mi propia mano en dirección a su camiseta blanca. Su perplejidad me dio tiempo para actuar antes de que tocara mi rostro. Extendí el dedo índice y titubeé, mucho, me alejé, se acercó en esos dos palmos que tenía entre su pecho y el mío. Juro que me mareé viéndolo tan cerca. Mis pies estaban medio de puntillas y mi cuerpo inclinado hacía atrás peligrosamente sobre la barandilla. Levanté la barbilla y miré mi dedo con decisión. Tenía que hacerlo, de lo contrario me tocaría, eso no podía pasar, no si quería encontrar en él un apoyo, si se acercaba no podría cruzar más de dos frases sin recordar esto que venía.
«Para poder predecirlo» dijo Vera una vez. Aún a día de hoy, después de tantas sesiones  de psicólogo seguía sin entender bien que pretendía con eso de "predecirlo". Pol me iba tocar, yo iba a reaccionar mal. Ya está, no hay más, ¿qué pretendía? ¿Qué pudiera prepárame para actuar? Bueno, pues en el hipotético caso de que quisiera decir eso, iba a hacerlo.
Hinché mi pecho lo mejor que pude entre una respiración irregular y otra y con mi índice izquierdo presioné en su pecho y empuje hacía atrás. Gracias al mundo entero, Pol captó el mensaje y se apartó.
—Espacio personal, Polito. —mi voz pudo salir firme y con gracia, pero por dentro era lo contrario multiplicado por tres.
Levantó las manos en señal de inocencia y agradecí su risa baja.
—Está bien, Theresa. Llévame donde tu quieras, eres mi guía.
—Bien. —dije pareciendo altiva y bajando del cobertizo rápidamente.
¡Aire, libertad!
Cuando estuve lejos de él, me permití tomar dos bocanadas amplias para estabilizarme y entusiasmarme por haberlo apártalo. ¡Yo! ¡Con mi dedo! ¡Y saliendo viva!
Miré el dedo que me había sacado una sonrisa y aunque lo sentía raro y era como que yo no lo juntaba con los otros cuatro, me sentí orgullosa. Había tocado a alguien y eso era lo que más me costaba. Por cierto, mención, su pecho estaba duro y encantador, por no decir que si fuera una persona normal habría aprovechado para apoyar la palma entera.
Intenté andar, pero realmente estaba raro mi dedo, me temblaba y lo levantaba por encima del resto. Para no extrañarme, decidí hacer algo que le devolviera la calma. Saqué el anillo plateado del corazón y lo pasé al índice. «Esto te hará estar como en casa».
*
—No te voy a decir a dónde vamos. —declaré andando por delante de Pol.
Él carraspeó.
—¡Por favor! ¿Sabes con quién hablas? El campamento es mi segunda casa.
—Estamos fuera del campamento —apuntillé, aunque en realidad estaba segura de que el sabía a dónde íbamos.
—Eso no quiere decir nada.
Me encogí de hombros y apunté mejor el camino con la linterna de la cabaña.
Tenía algo de sueño, iba abrirme para él (en el sentido sentimental) y lo único que me enfundaba seguridad era la protección de la noche y las locuras que se cometen durante esta.
—Vas a tener que prometerme algo. —le dije.
—Lo que sea.
—Dios, eres tan... —no me salían las palabras.
—¿Pol? —probó él.
—¡Sí! Justo eso. Necesitarías tu propia definición y aún así no tengo claro que se ajustara a la realidad.
—Intenta definirme.
Me volví en su dirección con la cara arrugada en una mueca probablemente nada atractiva.
—No. Que pereza, Polito.
—¿De verdad me vas a llamar Polito?
—¿Tenemos que hablar sobre como nos llamamos el uno al otro todos los días? —pregunté agotada.
—¿Hemos hablado todos los días de eso?
—¿Vamos a acabar hablando del universo?
Los pasos de Pol cesaron y yo me giré soltando un suspiro. No íbamos a llegar nunca.
Pol estaba parado con las manos adorablemente entrelazadas por delante del cuerpo. Con los pantalones rosas, la camiseta blanca y mi linterna formando un circulo alrededor de su rostro. Su pelo estaba empezando a crecer, y no blanco, claro, sino marrón oscuro, me recordó al color de mis ojos. Pero lo que más me impactó no fue nada de eso, fue la sonrisa con labios juntos y algo ¿angelical?, ¿boba?
—¿Qué haces? —inquirí.
—Me caes bien, Theresa.
Asentí con un "hum hum" super expresivo y seguí mi camino. A los pocos segundos lo escuché retomar la marcha.
—¿Qué me querías hacer prometer?
Ya no lo recordaba, no lo que quería, sino el hecho de hacer la promesa.
—Ah, pues —dudé un poco—. Yo te voy a contar algo muy delicado para mí, es un tema difícil de tratar y poca gente lo sabe. Así que quiero que me prometas que me contaras tú algo que nadie sepa.
—¿Nadie?
—Me sirve casi nadie.
—No sé si voy a encontrar algo.
—¿De verdad? —le pregunté extrañada. ¿No tiene todo el mundo algún secreto ni siquiera uno pequeño e inofensivo.
—No algo interesante.
—Yo seré quien lo juzgue. —le dije llegando a la escalera que daba a la playa y viendo como la marea estaba algo alta. Menos mal que no estuvo así aquel fatídico día en el que casi muero.
—Theresa —me llamó a lo no tan lejos— Theresa, Thesa. —lo miré— No bajes allí, es peligroso.
—No tanto.
—Sí lo es.
Hizo el amago y me escabullí de la escalera. La verdad es que contárselo no iba estar nada mal, era demasiado cercano, había que estar siempre alerta con él.
—Ya bajé un día. —añadí.
—Lo sé, estuviste conmigo.
Apreté los labios, habíamos pasado demasiado tiempo juntos para mi gusto, y no llevamos ni una semana en TeDI.
—Digo por la noche.
—¡¿Qué?! —Hum, los ojos se le salieron de las órbitas.
—No sabía que estuvieras sordo. —murmuré para mí.
—¡Theresa! No puedes hacer eso, podrías quedarte atrapada.
—Asumí el riesgo. Y no te preocupes tanto, no fueron tantas horas, me dio por madrugar.
—¡¿Qué dormiste ahí abajo?! ¡¿En la playa?! —se llevó las manos a la cabeza y estiró estresado de su cabello—. Estás viva de milagro. Madre mía, me va a dar algo. Júrame por Snoopy que no lo volverás a hacer.
Caray, estaba flipando, no sabéis la cara aterrorizado que lucía.
Reí un poco tensa.
—¿Por Snoopy?
—¡Júramelo Thesa! —me gritó.
—Vale, vale, tranquilo. Lo juro, por Snoopy. —me apresuré a añadir: pero no pienso cruzar meñiques.
Tampoco fue muy necesario, estaba segura de que si le hubiera dado un pequeño empujón se habría caído redondo.
Pol se sentó en el suelo son las piernas flexionadas y después se dejó caer. Lo imité pero pasados lo que fueron dos minutos de tener a Pol con los ojos centrados en el cielo y yo mirándolo sin vergüenza, habló.
—Hoy está el cielo muy bonito.
—Yo prefiero mirar el mar. —comenté.
—No estás mirando el mar, precisamente.
—Ya... —estiré la palabra—. He encontrado unas vistas muy interesantes.
Pol se rió a carcajada limpia y sin un atisbo de la tensión anterior.
—¿Te he dicho que me caes bien?
—Por segunda vez en veinte minutos, sí.
Podría decir que la conversación fluyó ligera, pero estaba rara. O yo lo estaba. Ambos sabíamos que en algún momento de la madrugada tendríamos que contar esos secretos, porque ahora eran dos secretos, uno suyo y otro mío. Dividíamos el mal trago, no, mejor lo multiplicábamos, yo sentía la misma bola en el pecho que imaginaba que tendría cuando se lo contara, igual hasta más.
—¿Vas a hablar? —preguntó en un momento dado de la conversación.
—¿No lo estamos haciendo ya?
—Ya me has entendido.
Silencio. Silencio porque yo quería contárselo y no sabía como empezar, y él no sabía como hacerme sentir segura.
—Tengo una fobia. —solté girándome hacía él y asintiendo con la cabeza.
—¿Una fobia?
—Sip. —hablaba como a quién le pasa algo malo y tiene humor suficiente para afrontarlo.
—Ah.
—¡Pol! —lo reprendí.
—¿Qué? —Se recostó sobre sus antebrazos y levantó las cejas divertido.
¿No le parecía raro? Ah bueno, no sabía que fobia era.
—Nada, solo había pensado que dirías otra cosa. Lo que te da miedo por ejemplo, para... romper el hielo. —improvisé.
—Ahh —entendió—, está bien. Les tengo mucho miedo a las arañas, pero muchísimo. Cuando veo una tengo que llamar a mis padres, gasto medio bote de spray. Bueno, en realidad mi madre, y luego me ducho porque la sigo sintiendo. He llegado a darme tres duchas. —le dio un escalofrío y se sentó.
Estábamos a una distancia bastante extensa para dos personas que hablan, pero no me importó, ya pronto lo sabría.
—¿Y tú? ¿A qué le tienes miedo?

***
Ya sé que es un poco más tarde que de normal, perdón.
Y bueno... faltará ver cómo sigue esto, ¿no?

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