CAPÍTULO 30. CUANDO ALGÚN DÍA ES MÁS PRONTO QUE TARDE
Crují mis dedos de los pies mientras seguía concentrada en un crucigrama, era de dificultad alta y por mucho que mordiera el bolígrafo, las ideas no parecían fluir.
El domingo se había presentado lluvioso para la desgracia de aquellos que esperaban con furor la carrera de barcas, o romántico para aquellas personas que como yo, ven el encanto a esos días grises.
Me encontraba en el porche de la cabaña 5A, la misma que compartía con Valentina, y el golpear de las gotas contra el tejadillo me resultaba hipnótico.
«¡Hipnótico! Esa es la palabra que me falta»
Cerré el cuaderno de golpe tras anotarla y levanté la mirada con dicha. Dicha que se evaporó cuando vi al chico que me observaba atento desde el camino de tierra (ahora de barro). Esbocé una mueca y él sonrió ampliamente, algunas gotas resbalaron de su pelo blanco a su rostro y tuve un flashback del día de la fiesta, cuando me llamó Thesa por primera y única vez.
—¿Cómo te sientes hoy, Theresa? —me preguntó. Al parecer la lluvia no implicaba ningún tipo de conexión.
—Estaba muy tranquila, gracias.
Puso la cara de ofendió más exagerada y falsa que había visto en mi vida, hasta me vi obligada a morderme el labio inferior para no reírme.
—No me ha gustado nada ese "estaba".
Recorrió en tres pasos largos la distancia que lo separaba del suelo de madera y yo me encogí en la silla, haciéndome pequeña.
—¿No deberías invitarme a entrar? —añadió.
—¿No hemos tenido muchas veces la conversación sobre caballeros?
—¿No concluimos en que éramos la perfecta dama y caballero?
—¿Te vas a dejar de preguntas?
Asintió firmemente.
—Ya he conseguido ganarme tu amistad para que me puedas confiar tus secretos más oscuro.
Por alguna razón, eso de "secretos más oscuros" me hizo pensar que nunca sería una buena idea contarle nada.
—¿No te he dicho que no hicieras más preguntas?
—Muy mal, no sabes distinguir los tonos. Era una afirmación.
—¿Rotunda?
—Mucho —dijo seguro de si mismo—. ¿Puedo resguardarme en tu porche?
Analicé los escasos dos metros cuadrados cercados por la barandilla y la pared, y no me pareció buena idea.
—Creo recordar que tienes tu propio porche a un par de pasos.
Pol miró su cabaña al lado se la mía y con una expresión inescrutable fue hacía allí.
Giré mi silla para que estuviera de frente a la 6A y por lo visto le agradó mi gesto. Él hizo lo mismo.
—No se podrá celebrar la sesión de poesía. No tiene pinta de que deje de llover. —comentó apretando los labios.
Sentí pena por Valentina, estaba muy emocionada con leer poemas a los campistas.
—Igual por la noche... —propuse.
—No lo sé, habrá que ir viendo.
Apoyó los codos en la inestable barandilla y la cabeza en sus manos de tal forma que su usual tupe caía sin sentido sobre su frente. Me imaginé estirando uno de sus mechones, no me condenéis, cualquiera soñaría con eso.
—Oye, Pol...
—Que bien suena mi nombre dicho por ti, es distinto —me cortó dejándome completamente atónica, ¿acababa de decir que...? Sí que se le iba la pinza—. Continúa, no pretendía interrumpir.
Abrí la boca un par de veces sin formular palabra hasta que agité la cabeza apartando los pensamientos incoherentes.
—¿Por qué crees que ya te considero un amigo?
Mi pregunta lo pillo de sorpresa y frunció la boca pensativo.
—Pues... —se rascó la cabeza y dirigió sus ojos azules a los charcos de barro—. No sé, lo siento. Yo te considero una amiga, te veo como tal. Me caes bien, Theresa.
—¿Y no dijiste que no me podías llamar por mi supuesto apodo porque no éramos cercanos? Según tú —pensé un poco— y según yo, somos amigos, pero me sigues llamando Theresa.
Se cubrió la cara con las manos avergonzado.
Soltó un sonido que alternaba entra la risa nerviosa y un "me han pillado".
—Creo que eso no va a cambiar nunca, se ha vuelto algo personal.
—Ah, muy bien, Polo. —dije divertida.
Descubrió su rostro de golpe, devolviéndome a su belleza, ¿no podía darme un respiro? Con esas largas pestañas, su piel pálida y esos ojos, malditos ojos. Disimulé a tiempo mi fascinación con un carraspeo.
—¡¿Polo?! —sonó realmente escandalizado.
—Sí, Polo.
—¿Ahora me vas a llamar así? ¿Es algún tipo de venganza? Odio ese nombre. Me recuerda a Polo el de Elite.
—¿También has visto Elite? —pregunté asombrada.
De alguna forma necesitaba saberlo, me interesaba. Saqué los pies por los huecos de la barandilla, tratando de acercarme.
—Yo no veo telenovelas, ¿sabes? —contestó.
—¡Y yo tampoco!
Como me encantaba su voz, siempre tan correcta.
—¿Lo estas asumiendo? Me mentiste, no ves telenovelas.
—Pensaba que había quedado claro... —murmuré por lo bajo.
—¿Entonces en el autobús, si no veías el final de un capítulo de una telenovela, qué hacías, Theresa?
Bajé la mirada al suelo.
—¿Tiene que ver con eso que no me cuentas? —dijo con voz suave y un deje curioso.
Suspiré y asentí con la cabeza, provocando que el pelo rubio ceniza se me saliera de las orejas.
Escuché como daba unos pasos y el estúpido sonido que sus chanclas emitían contra el camino mojado.
Vi con mi reducido campo de visión como se apoyaba en mi barandilla, a escasos centímetros de mí. Despacio, alejé la silla, como si fuera una persona normal que simplemente trata de ocultar algo inocente.
Me estremecí cuando me encontré con ganas de llorar, así sin más. No porque estuviera demasiado cerca, la sensación de estar invadida la podría soportar unos segundos más. Quería llorar porque no sabía como sentirme respecto a su insistencia. No sabía si quería conocer mi secreto para ir contándolo por ahí para reírse de mí, o si por el contrario solo quería ayudar como le había escuchado decir a Emma. La posibilidad de que fuera cierto, de que alguien pudiera querer ayudarme de forma inocente sin ser mi familiar o mi psicóloga, esa caridad que necesitaba tanto que no me atrevía a decirlo en voz alta. Si eso era cierto, entonces iba a estar complicado rechazarlo, porque Pol podía ser todo lo insistente que quisiera, no se cansaría nunca.
—Todo tiene que ver con eso, ¿verdad? Hay algo que te controla. —levanté la mirada trabando mis ojos dolidos con los suyos—. Algo que no te deja creer que seas poderosa o invencible. Por eso te gusta el mar, porque como tu dices, no se limita —me miraba con tanta decisión que no ve vi capaz de parpadear. Su rostro quedaba por encima del mio y aún así no me sentía intimidada, solo indefensa y casi a su merced. Quería dejarme arrastrar por él—. Yo quiero saber que es eso que no te deja ver lo increíble que eres, porque el mar, tiene mucho que envidiarte, Thesa.
—Algún día, Pol. Sé que te lo contaré algún día, no podré evitarlo.*
—Soy yo a quién pretendes ayudar. —afirmé rotundamente de la misma forma en la que él por la mañana dijo ser mi amigo y yo su amiga.
Afirmé sabiendo que reírse de mí no era su propósito, tal vez nunca lo hubiera pensado. Pero encontrándome a dos parpadeos de contarle todo, me despejaba las dudas como nada lo había hecho nunca.
Pol no era una montaña que puedes rodear. Era una tormenta que te reta a encontrar su centro y te hace olvidar la posibilidad de enterrarte bajo tierra. Para Pol no existía la opción de dejarse caer.***
Os recomiendo estar atentos a los siguientes capítulos, se vienen cositas y espero que este capítulo os haya gustado, claro.
Nos vemos el jueves con el siguiente.
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Simplemente Thesa
Teen FictionThesa Lagos, y solo Thesa, llega a TeDI, un campamento perdido al norte de España y con las siglas erróneas, aconsejada por Vera. Vera, es su psicóloga y la misma que la acompañara durante el año más ¿increíble de su vida? Parece adecuado hasta el...