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CAPÍTULO 3. NO, LAS TELENOVELAS NO SON LO MÍO

4 de julio
Las no más de treinta personas bajaron del autobús detrás de los monitores. No serían muchos, pero estaban tardando bastante.
    Mientras se deslizaban por el estrecho pasillo como gatos ágiles, yo esperaba mi turno sentada en el asiento de la ventana. Quería esperar a que bajaran todos para no tener que apretujarme con toda esa gente, solo de pensarlo ya se me paraba la respiración. Y lo estaba consiguiendo, solo quedaban tres. Había logrado hacerles creer a todos que estaba apurando lo máximo posible para poder estar con el móvil, ¿quedaba como una friki? Sí, pero no tendría que tocar a nadie.
    Escruté de reojo el pasillo y un chico se paró al verme, el chico de pelo decolorado. Sus cejas se fruncieron y movió la cabeza de lado a lado negando mientras sonreía. Me bajé los cascos y los dejé alrededor de mi cuello.
    —Tienes que bajar. —me dijo parando de mover la cabeza.
    Lo miré a los ojos y me removí como un pez en el agua sobre mi asiento, acomodándome en él y mostrándole que no tenía ninguna prisa en bajar. Apretó los labios tratando de reprimir una carcajada.
    —Venga va, no creo que sea tan importante lo que quiera que estes viendo.
    —Estoy acabando un capítulo. —mentí, se me daba bien. Después de tantos años inventándome excusas para no acercarme a la gente, había desarrollado una habilidad útil.
    —¿De qué? —me preguntó cruzándose de brazos, al parecer él tampoco tenía prisa.
    —De algo que no te importa. —le contesté sin apartar la mirada y entrecerrando los ojos desafiándolo y admirándolo al mismo tiempo.
    Os parecerá absurdo, pero realmente era difícil apartar la vista de él. Era hermoso. Toda su cara era muy expresiva, hiciera lo que hiciera le salían pequeñas arrugitas en un sitio u otro. Su piel era pálida y contrastaba con sus cejas oscuras y pobladas . Su pelo estaba perfectamente teñido de blanco y tuve la certeza de que ningún otro color le podría sentar mejor. Y sus ojos, sus ojos eran impresionantes, de color azul tormenta de verano, oscuro, y pícaros la mayor parte del tiempo. Por último, tenía una única peca en el rostro, no se veía demasiado, era clara, pero estaba situada sobre el lado izquierdo de su labio. No hace falta que os diga lo bien que le quedaba.
    —Me estoy sintiendo muy ofendido chica de pelo gris...
    —Thesa, me llamo Thesa —lo interrumpí ignorando lo del pelo gris, estaba acostumbrada, la gente no era observadora, era rubio cenizo.
    Asintió satisfecho por mi aportación.
    —Me estoy sintiendo muy ofendido, Theresa...
    —No es Theresa, es Thesa. —volví a interrumpir.
    Soltó una risilla como si fuera lo más obvio del mundo.
    —No te voy a llamar por tu apodo sin tan siquiera conocerte, solo porque no te guste tu nombre completo.
    Me rasqué la frente con impaciencia.
    —No es que no me guste mi nombre, es que no es mi nombre. Me llamo solo Thesa. Ya está, simplemente Thesa.
    Bufó sin ningún ápice de humor.
    —Me da igual, eres Theresa —decidí no interrumpir, el que estaba equivocado era él, y era claramente cabezota—. Y me estás poniendo de los nerviosos porque no estás viendo nada. Si tanto te gustara la serie y tan importante fuera terminar ese capítulo para ti, no me estarías dando conversación sino terminándolo. ¡Estás dejando que se pase! Y llevas todo este rato sin apartar la vista de mí. Además, ¡no llevas los puñeteros cascos puestos, no oyes nada!
    No lo dijo con chulería pero solté aire como si así hubiera sido.
    —Quiero saber qué estás viendo —espetó sin darme tiempo a procesar. Alargó el brazo y cogió el movil. Su rapidez y mi falta de reflejos no me impidieron darle a una serie al azar y mover mis dedos para que no los tocara.
    Me mordí el labio, no sabía que había elegido.
    —Ah, pillada. Tu dedo ha decidido no seguirte el juego —giró la pantalla—. No solo es el principio de un capítulo, sino que es una telenovela. Y me niego a pensar que sean de tu estilo.
    Levanté la barbilla con orgullo.
    —Va acéptalo Theresa, no te gustan las telenovelas. —añadió él, y no obtuvo respuesta.
    Escuchamos la voz grave del conductor.
    —¡Vamos chavales bajar de una puta vez!
    —Ya bajamos, un momento —dio el chico buenorro con bastante educación y en un tono bastante correcto sin necesidad de gritar.
    Emití una mueca, seguro que era el tipo de persona con las que no puedes discutir porque no elevan el tono de voz ni dicen borderías. Que asco, con lo bien que sienta una buena discusión de vez en cuando.
    —Vamos Theresa, tienes que bajar ya, lo dice el conductor. Y vas a hacerlo por delante de mí para que pueda quedar como un caballero. Las damas primero.
    Me tendió la mano para ayudarme a bajar y como no estaba dispuesta a tocarlo, me dispuse a recoger mis cosas lentamente. Todo lo lento que se puede ser al meter una chaqueta en una mochila y los AirPods en su estuche.
    Dejó caer el brazo a un lado de su largo cuerpo. Tampoco tanto, era de estatura media, como yo.
    —Por favor, Theresa —su voz sonó suplicante, por lo que después de hacerle un gesto con la mano para que se apartara, di un salto y estuve en el pasillo.
    —¿Todo esto solo para quedar como un caballero? —le pregunté andando por el pasillo un metro por delante de él.
    —Aja, ¿por qué te crees que bajaba el último?
    —Estabas al fondo, tampoco es tan raro que bajes el último.
    Me ignoró sabiendo que tenía razón, y aún así habló.
    —Si no fuera un caballero ya estaría nadando en el lago.
    Lo miré con las cejas levantadas.
    —Mentira. No me creo que nada más bajar te fueras a tirar al lago.
    El autobús estaba en medio de una explanada con dos colinas a los lados donde estaban se encontraban las cabañas, y al fondo de la parte central llena de césped, se encontraba el embarcadero. Con el lago, claro.
    —Voy a tirarme al lago.
    Aparté la vista de él para centrarme en las escaleras.
    —Ya era hora. —dijo el conductor. Ninguno de los dos le hizo caso, estábamos muy entretenidos.
    —No me crees ¿verdad? —me preguntó acercándose más de lo debido.
    Me puse nerviosa y salté rápidamente al césped.
    —En absoluto. —contesté sorteando a la gente para ir a por mi maleta.
    Solo quedaban dos maletas, la suya y la mía. Saqué las dos de las entrañas del autobús, la mía era de color aguamarina y pesaba lo normal, pero la suya... Dios parecía que llevaba un muerto, y no solo porque fuera negra.
    Como no era justo que solo él supiera el nombre del otro, me fijé en la parte trasera de la maleta y lo vi, en la etiqueta y escrito con letras infantiles ponía: Pol. No decía el apellido.
    El resto del grupo se fue apartando en dirección a la cabaña de la recepción.
    Nos quedamos los dos a solas. Dio un respingo muy gracioso al ver que le había cogido el muerto.
    —No me lo esperaba, gracias Theresa.
    —De nada. —dije cohibida sin saber muy bien porque.
    De repente algo cambio. Pol me miró y con sus ojos azul oscuro chispeando, ladeó su boca presagiando de todo menos algo bueno.
    Echó a correr, el mal nacido echó a correr en dirección al lago. Y al principio todo fue muy bonito, «¡Qué chico tan gracioso!» pensé con sarcasmo. Hasta que me di cuenta de que llevaba mi movil en su mano.
    —Oh, mierda. —espeté al aire empezando a correr lo más rápido que pude en su dirección.
    Debía darme prisa, a penas le separaban veinte metros del lago.
    —¡Eh tú, para! —me escuchó, pero no pareció percatarse del motivo.
    —¡Pol para, llevas mi movil!
    Se paró de repente y yo hice lo mismo. Aproveché para apoyarme en las rodillas y tomar aire. Que vergüenza me dio mi horrible capacidad física.
    Pol anduvo en mi dirección con las mejillas sonrosadas del calor y el pelo blanco antes peinado hacía atrás, ahora revuelto.
    Cuando estuvo a unos pasos de distancia hizo algo que no esperaba. Se arrodilló como si fuera a pedirme matrimonio y me tendió el teléfono. Sus ojos me miraban desde abajo y la sangre se concentró en mi mejillas. Joder, era terriblemente hermoso.
    Sin acerarme estiré el brazo. Estudié la forma en la que su mano perfecta sostenía mi aparato y lo agarré por una esquina. Tenía una mano muy grande.
    —Gracias, Pol.
    Pareció percatarse de que sabía su nombre.
    —Estaba escrito en la maleta —aclaré viendo como su cabeza hacía clic.
    —¿No me vas a ayudar a levantarme? —me preguntó
    Di un paso hacía atrás a modo de respuesta.
    —Muy bien, Theresa. Iba a arrastrarte al lago conmigo, pero veo que has sabido evitarlo.
    Casi me alegre por mi hafefobia, gracias a ella no acabe de la mano de un desconocido en un lago.
    Dicho aquello echó de nuevo a correr dejándome allí plantada. Y se tiró al lago de cabeza emitiendo un alarido muy masculino y cumpliendo su palabra.
    Sonreí, ese chico tenía algo.

***
Ay Pol.

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