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CAPÍTULO 29. POL

La alarma en mi reloj sonó a la hora exacta, eran las siete, nadie en el campamento estaría despierto. Me recosté en la cama sabiendo lo que me tocaba hacer, ya lo había pospuesto demasiado.
    Me pregunté estaría haciendo Emma en esos momentos. «Dormir. Probablemente la necesite después de esto».
    Pasé una mano por mi cara intentando despejarme y viendo la negativa del resultado, fui al baño y me la lavé a conciencia. Después me puse una camiseta limpia que resultó ser una diseñada por mi novia con un estampado de un mixto de pieles de animal, me gustaba. Con poca energía me acabé de vestir con unas bermudas y unas chanchas sobre los calcetines de dormir y miré a Alejo en la litera de abajo.
    «Tal vez él sabe cual es el problema de Thesa, porque yo sé que tiene uno». Y sí, ya estaban de nuevo esos pensamientos que me hicieron discutir con Em, rondando a primera hora de la mañana.
    Cerré la puerta detrás de mí con suavidad.
    El camino que me llevaba a la ladera de la montaña y el centro del campamento se me resultó excesivamente corto en contraposición a otras veces. «Con lo largo que se me hace cuando tengo a Emma esperando».
    Pasé por la 5A, la cabaña de la gris y la chica de capital sin ningún tipo de emoción.
    De nuevo, la hora del reloj me indicó que había llegado a la caseta a las siete y diez. Como ya era costumbre desde hacía años, no me dirigí directamente al teléfono, sino que entré con mi propia llave a la caseta de recepción y guarida de los monitores cuando nos poníamos impertinentes, y conecté la línea telefónica. Era un trato con/sin beneficios, Malena podía despertarse más tarde y trasnochar viendo telenovelas turcas y yo me sentía adulto. Veis, yo no gano demasiado, aunque, bueno, una vez aproveché el control que me otorgaban las llaves mágicas para enrollarme a los diecisiete con Macarena, mereció la pena. Ay, que tiempos cuando andaba como una perra en celo en busca de cualquier mimo de esa chica, y que lejano parecía ya.
    Sin poder evitar lo inevitable, el teléfono azul me dio la bienvenida.
    Con algo de reparo e indecisión, marqué el número de teléfono de casa.
    Tardaron seis toques en conectar. «Mamá estará durmiendo y la voy a despertar».
    —¿Si? —contestó una voz masculina al otro lado de la línea
    —Papá, soy yo, Pol. Qué raro, esperaba hablar con mamá. —le dije a mi padre.
    —Ya, todos lo esperamos.
    Arrugué la nariz.
    —¿Qué pasa? ¿Por que dices eso? ¿No te habla?
    Yo ya me conocía esas películas.
    —Pues no. Última hora: se ha enfadado conmigo.
    Apoyé una mano en la pared de madera oscura, cansado. Papá bostezó.
    —¿Qué has hecho esta vez? —quise saber para poder elaborar mis argumentos.
    —Me equivoqué, compre ketchup en vez de mayonesa
    —¿Solo eso? Te ha dejado de hablar por no saber leer la lista de la compra.
    —La olvidé en casa —hizo un silencio y esperé a que agregara algo más como sabía que haría—. No fue solo por eso, viene acumulada, el jueves aparqué mal el coche al volver del trabajo y se lo llevaron por la noche.
    Gruñí.
    —Joder, papá. No das una.
    Pude ver la cara desilusionada de mi padre, sus ojos azules idénticos a los míos y el pelo oscuro que debería lucir yo, éramos iguales. Mismas expresiones, mismo sentido del humor, una capacidad nata para liarla cuando tienes buena intención...
    —Lo sé —de nuevo el silencio incompleto, se venían cosas chungas—. Creo que tu madre me va a dejar, esta vez de verdad.
    —Siempre dices lo mismo, pero os queréis.
    —El amor ya no es suficiente.
    —Sí lo es.
    —Aún te quedan muchas cosas por aprender —a pesar de que su tono fue amable, me molestaron sus palabras. Yo era un fiel seguidor a creer que el amor es la fuerza que mueve el mundo.
    —¿Y qué piensas hacer? ¿Rendirte?
    —Ya no tengo claro que nuestro matrimonio pueda seguir adelante.
    —Lleváis veinte años juntos. —añadí con una risa desesperada—. Claro que puede.
    —Hijo, es una tras otra, cuando no es la mayonesa, es que nos vemos poco o que dejo la pasta de dientes abierta. Estamos cansados.
    —Lleváis años igual, es normal, a todos les pasa.
    —Muchos de esos a los que "les pasa", acaban en divorcio.
    —¡Tras años de discusiones!
    —No quiero discutir durante años con tu madre, la perdería.
    —La pierdes igual si os divorciáis.
    La garganta me escocía y los ojos se me humedecían. Apoyé la cabeza en el plástico del teléfono y una lágrima cayó en picado dirección nada. No era la primera vez que papá me decía cosas como esas, estaba acostumbrado. Por eso en parte me iba un mes entero a TeDI, para darles tiempo de estar a solas y que recordaran los buenos años. Pero cada vez que papá o mamá me repetía la misma conversación, temía que fuera la última, la definitiva.
    La pared de madera recibió un puñetazo y la mano se quejó al instante: Meh, meh, mala idea.
    —Puedo mantener su amistad.
    —¿Amistad? No quiero que os separéis. —repliqué con un gemido.
    —Es el mejor final que puede tener lo nuestro. No quiero que tengas unos padres que no se hablan y te utilizan de interlocutor.
    —No, no puede pasar. Estáis destinados.
    —Lo estuvimos, tienes que verlo. ¡Lo ves! Estoy seguro, sabes que llevamos una mala época.
    —¡Época! No será de por vida.
    —Nada va a cambiar, Pol.
    Estaba desesperado, sentía que mi mundo se iba a romper un día de estos. Mi vida como la conocía pendía de una rama demasiado fina, una rama saturada por el peso de los años. Pero no iba a aceptarlo, no lo veía como mi padre, no lo haría hasta que aceptar la verdad fuera inevitable. Yo estaba seguro de poder ventilar la carga de esa pequeña rama.
    —¿En que puedo ayudar? —dije incorporándome y limpiándome los ojos, decidido a afrontar el desafío.
    —En nada...
    —Puedo ir a casa, pediremos comida china y veremos películas moñas de esas que le gustan a mamá.
    —A ti también te gustan —dijo papá riéndose.
    —El autobús pasa los viernes —«tenía que haber llamado antes»—. El viernes que viene puedo estar allí, lo arreglaremos.
    —Tú no tienes que arreglarlo.
    —Sí tengo. Reservar en el italiano del ático que os encanta. Recuérdale lo mucho que os queréis.
    —Ya sabemos que nos queremos.
    No escuchaba sus palabras, estaba consumido pensando en posibles soluciones.
    —Ya, pero estás empeñado en pensar que no es suficiente.
    —No siempre lo es.
    —Bueno, pero esta vez sí.
    Mi respiración estaba tan descontrolada como mis pulsaciones. Quise sentarme para relajar los músculos pero temí perder el hilo de las circunstancias.
    —Tal vez no quiera que lo sea. —confesó dejándome a cuadros.
    Dejé de respirar y colgué antes de que fuera imposible fingir que no había escuchado sus últimas palabras.
    Mi cuerpo decayó rendido y devastado al suelo. El cielo estaba soleado, pero mi interior se mostraba nublado y triste. La cabeza me daba vueltas y no lograba enfocar. No podía estar pasando de verdad, era solo un bajón, iban a estar bien, yo iría el finde y... hasta mi cabeza se cansaba de pensar.
    Agotado y al borde del desmayo, me tambaleé como un borracho de poste a pared y llegué a la cabaña de mi novia.
    Era posible que fuera un blando, que no llevara bien las situaciones sin solución y que estuviera montando un drama donde no lo había. No, el drama era real.
    Bajé el pomo y agradecí que ninguna de las dos chicas del interior fuera una paranoica, no estaba para saltar por la ventana.
    Emma estaba en la litera de abajo y de nuevo agradecí a la vida, no podría subir esas escaleras sin caerme. Ella dio un respingo al notar un peso en la cama. Me quité las chanchas de un movimiento rápido y los calcetines con la ayuda de mis manos, a Emma no le gustaba que durmiera con calcetines.
    —¿Pol? —preguntó medio dormida.
    Me saqué la camiseta por la cabeza dejando mi torso al descubierto y giré el cuello para verla.
    Su rostro se contrajo al ver mis ojos hinchados, las mejillas rojas y el recorrido de mis lágrimas seco por la cara.
    —Ven aquí, pequeño.
    Gemí al escucharla y me dejé caer a su lado.
    Mi espalda se pegó a su pecho haciéndome una bola, su cabeza quedó por encima de la mía y apoyó su barbilla en mi cuero cabelludo.
    Mis ojos me demostraron que aún podían derramar más agua entre uno y otro hipido.
    Emma me besó la coronilla.
    —Duerme, amor.
*
Buf, nunca me había resultado tan complicado encontrar a una persona.
    Después de llamar a mi padre y llevarme el disgusto de la semana, había necesitado desesperadamente las manos cálidas de Em rodeándome con fuerza, me daba la energía, la vida.
    Una hora más tarde, parecía estar recuperado. Y lo estuve durante el desayuno y durante la primera actividad de la mañana. No lo estuve en cambio, mientras buscaba al mal nacido de Tobías Rodríguez, el aragonés me estaba dando la mañana.
    Fui a su cabaña, al lago, al comedor, a la piscina, incluso me plateé ir a la playa hasta que recordé que odiaba la arena.
    «Será...», maldije en mi fueron interno al recordarlo: yo no era el único con privilegios.
    Anduve sintiendo el calor del verano rompiendo contra mi piel pálida. Ya me había quitado los calcetines y los llevaba colgando del pantalón, y las mangas de mi camiseta lucían remangadas. Dios no quisiera que me viera nadie.
    Metí la mano en el bolsillo y rebusqué entre los papeles y chicles para dar con las llaves. Abrí la puerta provocando su crujido y crucé los brazos. Dentro de la recepción, con el ventilador a escasos diez centímetros de su cara redonda e insolente, estaba Tobías. Sus pies estaban apoyados en una silla y su culo en un sofá, todo eso mientras jugaba a la consola.
    —¿Sabes lo que me ha costado encontrarte? —le pregunté dejándome caer a sus lado, activando el modo rotación y olvidando mi enfado de golpe.
    —¿Tú no eres una mente brillante?
    —¿Y tú no deberías estar fuera, a punto del desmayo?
    —Estaba vacío, he visto mi oportunidad.
    —¿Y los monitores?
    —Están en su habitación haciendo cosas feeeeaaass. —dijo canturreando.
    —¿Ander y Sandra?
    Que fuerte.
    —Los mismos.
    —Creía que a Ander le ponía Maca.
    —Sí, ¿verdad? Parece que no soy el único que lo piensa.
    —La mira de una forma...
    —Ya, yo creo que es para olvidarse de ella, sabe que no le conviene. Y seguro que se puso celoso cuando la vio enrollarse con Gunter.
    Lo sopesé.
    —Es eso, está claro. Si es que, todos los años igual. —le dije, creyendo en sus hipótesis.
    Tobías suspiró.
    —Yo no sé que le ve.
    —Estas de broma, ¿no?
    Negó con la cabeza.
    —Pues no sé, está cachas, es mayor, tiene el pelo rojizo, pecas, es prohibido... ¿Sigo?
    —¡No! —dijo dramático—. Es tan injusto, solo se fijan en el exterior. Mira, les daría igual que fueras un imbecil, un controlador, tonto o subnormal. Estás bueno, eso es lo que quieren.
    —Hombre, tío, que tampoco soy imbecil. Y me gusta pensar que las chicas con las que salgo no solo se fijan en mi físico.
    —Asúmelo, solo físico.
    —No digas eso... —le advertí cerrando los ojos para disfrutar de las ráfagas de aire.
    —Lo digo, lo digo. Si quieres hacemos un experimento, te tiño de verde, total, la base decolorada ya la tenemos, te doy un par de puñetazos y te vestimos con ropas rotas. No, rotas no, que le parecerá sexi.
    —No me lies, Tobías... —le advertí.
    —Te llevo con Emma y ya verás como no te da ni un mísero beso.
    —No voy a hacer eso. —le dije riendo.
    —Te da miedo afrontar la verdad.
    —No me da miedo la verdad, aunque tu verdad no sea la real.
    —¡Ya está el poético! ¿Qué, piensas dejarnos mañana con la boca abierta?
    Me llevé una mano a la frente y la froté con las yemas, ¿le decía que de poético no había nada? Nah, mejor ignorar sus comentarios fuera de contexto.
    —No tengo nada nuevo, pero voy a usar uno de mis poemas viejos, espero que sirva.
    Me dio un manotazo en el hombro y me encogí con una exclamación.
    —Duele. —siseé.
    No le importo.
    —No te preocupes por eso, preocúpate por lo feo que te va a ver Emma de tus amores.
    —¡Deja ya eso! —salté—. No vengo para que me metas en tus rollos.
    —¿Qué quieres? —me preguntó mirándose las uñas con superioridad.
    —Necesito crema de sol.   
    —¿Eso es todo? Mi abuela te puede dar un bote.
    —Quiero uno especial, bueno y más de cincuenta.
    —Que exigente el niño. —dijo entre dientes.
    —¿Para cuando la tendré? —fui al grano.
    —Dame unos días, el miércoles como tarde.
    —Está bien. El dinero te lo doy después.
    —Hecho.
    Me acomodé en el sofá y giré el ventilador para que me diera mejor.
    —¿No te piras?
    —¿No están los monitores haciendo cosas feas?

***
Mañana más y espero que mejor. No os olvidéis de votar...

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