64 CUARTA PARTE

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Y le dije adiós

Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda.
    MICHAEL JORDAN

CAPÍTULO 64. POL

14 de septiembre
La ataraxia o ausencia de perturbación era un estado con el que me sentía ¿tristemente identificado? Y no es que mi vida actual no tuviera cosas buenas por las que alegrarme o emocionarme, o que las malas no fueran lo suficientemente turbadoras. Era distinto, era por otros motivos más complicados. Y eran motivos nuevos, con los que nunca había experimentado simplemente por el hecho de que eran ajenos a mi forma de ser. Decir que mi padre me había empujado a ello es egoísta, pues fui yo quién decidió seguir su consejo. Pero... ¿hice bien? ¿Estaba renunciado a mi esencia mientras era feliz? ¿Eso es posible?
Camino a Madrid esas eran las preguntas que amenazaban con acaparar mis pensamientos. Sacudí la cabeza, yo no quería que nada me arruinara mi estancia allí. Iba para hacer feliz a alguien, y a mí mismo. Porque era lo que yo quería. ¿pero era lo que yo hacía? Quiero decir, ¿era yo dejando de lado los sentimientos de personas que me importaban para centrarme en los míos?
Cerré los ojos y los apreté con fuerza.
Mi padre seguía estando orgulloso de mí, o eso creía. ¿Estaba orgulloso viendo como su hijo se perdía? ¡¿Estaba delirando y nadie estaba dejando nada atrás?!
A todos les extrañaba mi comportamiento, o al menos en TeDI, pues al volver me sumergí en una espiral de dudas. La excusa de mis padres sirvió para tanto, y no creo que bueno. Posponer cosas por miedo a ver sin habían sido un error, no estaba bien. ¡Pero es no quería pensar en la posibilidad de que fuera un error! Yo sentía, sentía con fuerza cosas que me gustaban, que quería. Y esa estúpida o sensata o mi esencia, se empeñaba en decirme que "hum, haces algo mal". ¡¿Qué narices hacía mal?! Bueno, había algo que igual no era completamente correcto. Pero no podía estar mal, pensar por una vez en uno mismo no es malo. Joder, ¿no se supone que es sano?
Cuando ya no pude morder más mis uñas, dejé caer la cabeza en el asiento del tren.
¿Tan horrible era pensar en mí?
¿Tanto me perdía siendo egoísta? ¿Acaso era un comportamiento egoísta olvidarse del posible (sin el posible) daño infringido a alguien a quién querías?
¿Me merecía esos quebraderos de cabeza?
¿Y si lo que en realidad pasaba era que no es fuera egoísta pensar en mí, que eso no fuera lo malo, sino el hecho de no respetarme?
¿Sabes de lo que te hablo?
Los altavoces del tren anunciaron la llegada inminente a Madrid y me restregué la cara con las manos. No iba a permitir que nada me arruina la felicidad. Que los malos pensamientos, los remordimientos y las dudas se tomaran unas vacaciones hasta mi vuelta a Barcelona.

***
Y así empieza la última parte. Alguna duda?

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