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CAPÍTULO 56. NO TENGO NADA QUE DECIR

Puede que en el momento, una serie de acontecimientos me impidiera reaccionar bien a lo que es que una campista, Macarena, se enrollé con un monitor, Ander. Es totalmente comprensible y dudo que echaran a Ander por eso, no se llevaban tantos años. Pero el tema es que aquí todo el mundo estaba con alguien, se había besado con alguien, estaba con su "amor de verano", todos tenían cualquier cosa del estilo menos yo. Bueno, e igual Tobías, pero era tan injusto. Sabía los motivos, claro que sí. Y tampoco es que, en el hipotético caso de que yo no tuviera hafefobia, me hubieran surgido pretendientes. El único pretendiente que a mí me emocionaba, estaba cogido.
Suspiré esperando a que Pol llamara a mi cabaña. Era más tarde que de costumbre. 
Y luego, en el fondo algo cabreada con él todavía (de vez en cuando, desde el episodio de la claridad de la ventana, me enfadaba con motivo), pensé que tenía manos para abrir y la llave no estaba echada.
Como pocas veces me adentré en la litera de Valen, había descubierto que los listones de madera te hacían las veces de tejado acogedor, y con las piernas en posición de indio busqué el crucigrama que contuviera más palabras agresivas.
Sin haber escrito ni una palabra, vi por la ventana a mi derecha que la masa Pol estaba llegando.
Con los nudillos y un toque anormal golpeó la puerta.
—¡Está abierta! —le grité.
Que él entrara con una sonrisa en los labios de las que iluminan sótanos y frotando las manos una con otra, no ayudó en nada.
Levantó las cejas sin hablar y dio una vuelta hasta llegar a una distancia que ya me importaba tanto si se trataba de él.
—¿Qué narices, Pol?
—¿Qué hacemos? —dijo encontrando su voz.
—Se supone que lo decides tú.
—Eh, ¿vamos a la playa?
Arrugué la nariz, así, sin mucho motivo.
—No me apetece salir, voy medio en pijama —confesé provocando la risa indiscreta pero inocente de Pol.
—No lo parece.
Solo el pantalón era de pijama, antes llevaba una falda vaquera y consideré que para las macabras ideas del chico de pelo blanco, era mejor ir ágil.
Me encogí de hombros.
—Soy capaz de llevar cualquier cosa con glamour —dije a modo de broma.
Su sonrisa cambió de entusiasta a... algo raro.
—Eso lo podría haber dicho Emma.
Inhalé por la nariz manteniendo a raya los mil demonios que querían gritar y abalanzarse sobre la chica. Lo de quedar con Pol a solas no iba a funcionar mucho más tiempo.
—¿Ella tiene sentido del humor? —preguntó mi yo, con hastío, antes de poder controlarse.
Apretó los labios.
—Dejemos de hablar de Emma.
¿Tan mal había actuado?
—Sí, mejor.
Durante las siguientes horas, o probablemente minutos, se instauró un silencio incomodo.  ¡Incomodo! Lo cual era rarísimo porque no nos había pasado. Siempre teníamos de qué hablar, pero aquella vez fue distinto. Era como si ambos ocultáramos demasiadas cosas, como si nuestros labios quisieran formular palabras que ninguno estaba preparado para oír. Evadimos nuestros ojos y giré mi anillo sobre el dedo índice, él nunca me había preguntado por él, cosa que en realidad estaba bien pues no tenía una historia profunda. Reviví mi décimo cumpleaños, cuando mamá me despertó con una caja azul de terciopelo.
—Cariño es la hora de levantarse, alguien tiene que celebrar que es un año más vieja —dijo ella con entusiasmo y abriendo lentamente las cortinas.
Me tapé la cara con las mangas de mi pijama de pelo en un auto reflejo, pero enseguida descubrí mis ojos invadida por la emoción del día.
—Tu nunca celebras que te haces más vieja, siempre quieres cumplir al revés —le espeté sonriendo—. Yo también quiero.
—Como dices bien, solo se puede querer, pero no cumplir.
Fruncí el ceño, ¿tan difícil era ser como Peter Pan?
—Bueno, vale, si voy a tener diez años sí o sí, entonces voy a abrir mis regalos. Que habría renunciado a ellos si pudiera tener ocho de nuevo, ¿eh? Ahora me hacen estudiar más en el cole —aseguró con el dedo levantado, una Thesa mucho más joven y enana, con el pelo rubio más rubio y largo.
—Oh, no lo dudo.
Conforme con ello, me senté en posición de indio sobre el nórdico revuelto y mamá se puso a mi lado, miré durante unos breves segundos los dos palmos que nos separaban.
—Te voy a dar el regalo adelantado, para el resto tendrás que esperar a tu fiesta de cumpleaños con la familia.
Levanté los brazos con obviedad.
—¡Ya lo sé! Siempre es igual.
—Lo dices como si hubieras cumplido cientos de años antes... —murmuró y me cubrí la boca con una mano pequeña, aguantando la risa. Sí, antes de ser consciente de todo, y de que los años me pasaran factura, era algo más alegre.
Ignorando mi risa de hiena, colocó la caja delante de mi cara, y cuando es delante digo a escasos centímetros, casi tuve que bizquear.
—Esto es muy pequeño —comenté disgustad, tanteándola.
—Pues cuesta más que la casa de muñecas del año pasado.
Apreté los labios en una mueca extraña para no decir que estaba mejor invertido.
—Ábrelo, no seas así, Thess.
Asentí y apoyé la espalda en el respaldo.
La caja no puso mucha resistencia y se levantó la tapa con facilidad.
Miré a mamá con discreción, un poco decepcionada, pero tras ver como mamá seguía entusiasmada, me esforcé en verle los pros. Era un anillo de plata, brillante, fino y liso. No era muy original para una niña, ni corazones ni brillos.
—Es un anillo —dije por decir algo.
—Sí, Thesa, es un anillo que representa nuestro amor. Te quiero más que nada en el mundo, y este anillo —me asusté cuando sus manos recogieron la joya de las mías y me lo puso en el dedo índice—, simboliza que voy a estar siempre contigo, en las buenas y en las malas. Yo siempre te voy a querer, pase lo pase.
Sus palabras me sorprendieron, pero no en el ámbito emocional, ese tardaría mas años en ver el valor del anillo.
—No me voy a casar contigo —dije por si acaso y ella se rió.
—No cariño, yo nunca me voy a casar, pero tú sí, con la persona que complete tu existencia.
Me pareció todo un poco complicado e intenso.
—¿Y quién completa tu... ya sabes?
Ladeé la cabeza y me pasé el anillo al dedo pulgar, dónde no se me salía.
—Tú, Thesa.
Sonreí y le di un abrazo rápido.
—Gracias mami, yo también te quiero.
—Thesa, ¡Thesa!
Volví al presente y al resentimiento que sentía hacia Pol. Dejé de lado el anillo plateado, ahora menos brillante, y entonces sí, busqué los ojos azules de Pol.
—Estabas pensando en que aún no nos hemos dado nuestros regalos. —Entrecerré los ojos.
—Justo eso, Pol.
—Lo sabía —dijo a tiempo que sacaba un paquete del tamaño de un libro— Tu primera.
Agité la cabeza con discreción para quitar el nublado de mi mente y poder no enfadarme con él, era una amor de persona, por muchas cosas que viera.
Rasgué el papel y abrí la caja, como no, gris. Una carcajada inesperada salió de mis labios al ver la crema solar que contenía. Una oleada de recuerdos del día en la playa infectó mis pensamientos.
—¿En serio, Pol?
Al ver su rostro algo en mí se quedó enganchado, me miraba tan tierno y adorable, con los rasgos suavizados y simpáticos.
—Sí —dijo con la voz muy calmada—, te la cogí protección treinta, para que te proteja y puedas ponerte un poco morena. —Se lamió los labios—. Aunque dudo que eso sea posible.
Abrí los ojos y le lancé un cojín a la cara.
—Habla el del moreno surfero.
—Pues más que tú, seguro.
Le enseñé la lengua.
—Busca bien que aún hay algo más —me comentó.
Saqué sin mucha delicadeza las tiras de papel de colores que había metido y encontré un cuenco pequeño hecho a mano con un mosaico a muchos colores. Era precioso, y no sé como se las apañó para conseguir uno con color gris y el verde claro que tanto me gustaba.
—Es para que pongas tus joyas, directamente traído de Barcelona.
—En realidad solo tengo este anillo —admití.
Mi intención fue decir algo más, pero se me adelantó.
—Ya sabía yo que me harías comprarte también las joyas.
Del bolsillo de su pantalón rosa sacó algo y me lo tiró, logré cogerlo al aire. Una pulsera de bolas de colores vivos de verdad, decoraba ahora mi muñeca.
—La he hecho con mi padre.
—Vaya —dije sorprendida por tantos regalos—. Menos mal que conseguiste dejar tu obsesión por el gris de lado.
Sinceramente, esperaba una de sus bromas y no más frases que trastocaran mi vida.
—Creo que es demasiado tarde para dejar de obsesionarme por el gris.
Mi mundo se paró y mi cuerpo bajó de la litera hasta estar sentada en el suelo con él. Mi corazón se había acelerado por la anticipación del momento y sus rostro fue lo único que mis ojos pudieron enfocar.
Se arrastró por el suelo hasta juntar sus rodillas con las mías, y ni siquiera pude mirar el contacto, no lo necesité.
Me puse el pelo detrás de la oreja y miré sus labios. No quería nada más que besarlo, descubrir todo lo que podía llegar a sentir por el contacto que más tiempo llevaba anhelando. Quería comprobar si era tan suave como parecía y si las leyendas eran ciertas y Pol besaba mejor que los dioses.
Tragué saliva.
—Dame permiso para acercarme, más —me pidió con la voz inusualmente grave.
—Permiso concedido —dije con necesidad.
Sus manos rápidamente se apoyaron una a cada lado de mi cuerpo y su rostro quedo más cerca de lo que nunca había estado de nadie. Su aliento se sentía por todas las células de mi ser y mi vista dejo de debatirse porqué mirar y se centró en sus labios entreabiertos. En mi cabeza los pensamientos se arremolinaban densos e invasivos, era consciente de que algo me debía estar gritando que tenía hafefobia, pero la barrera que Pol había conseguido crear para separar a esos intrusos era mucho más fuerte.
Él se humedeció los labios, y yo hice los mismo, sorprendiéndome por lo secos que estaban.
—¿Es un error? —preguntó y eché de menos que no afirmara, tendría que hacerlo yo Y no sabía si las cuerdas vocales estarían de mi parte.
Al final salió, extraña, pero pude contestar.
—Seguramente uno de los más grandes de nuestra vida.
Cerré los ojos, atrapada por la fantasía que sería besar a Pol, creyendo que realmente nuestros alientos pasarían de cruzarse a ser uno. Creyendo que sabría lo que es ser besada por la persona a la que quieres.
Sin saber lo que pasó, dejé de sentir su calor cerca de mi cuerpo, ya no sentía su presencia. Abrí los ojos al escuchar el ruido que causaron sus zapatos al golpear la madera, y lo vi de pie, con las manos frotándose la cara y el pelo con fuerza.
La realidad llegó de una forma demasiado devastadora.
Pol no me iba a besar, Pol estaba con Emma.
La vergüenza me recorrió al igual que las irrefrenables ganas de correr y esconderme. Era patética, realmente había pensado que ocurriría. ¿En qué cabeza la persona que menos daño quiere causar al mundo, le haría algo así a su propia novia? ¿Y desde cuando estaba yo dispuesta a dejar que eso ocurriera?

***
¿Qué¿ ¿Habéis llegado a pensar que iba a pasar?

Simplemente ThesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora