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CAPÍTULO 57. POL

—¿Es un error? —pregunté un segundo antes de pretender besar a Thesa.
Estaba seguro de que lo haría, no sé, en mi cabeza nada lo impedía. Pero algo me llevó a preguntarlo, quizá un recordatorio de que yo quería a Emma.
Y sinceramente, no esperaba que respondiera, lo cual es absurdo porque ella siempre responde.
—Seguramente uno de los más grandes de nuestra vida.
Abrí los ojos que antes habían estado cerrados, y la vi con sus largas pestañas reposando sobre sus mejillas, con su pelo rubio ceniza gritándome que lo volviera a tocar. Su piel estaba sonrojada y no tenía ni una sola peca o lunar, era fascinante. Un fascinante error que no iba a cometer.
Levantándome volví a la cabaña y salí del hechizo que Thesa causaba en mí.
Me froté la cara y estiré de mi pelo tratando de alejar la culpa que me corroía, era una mala persona. Una muy mala que había estado a punto de ponerle los cuernos a la persona que quería.
Thesa se puso en pie con la vista clavada en el suelo. La había hecho sufrir, todo el mundo tenía razón, cada uno debe luchar sus batallas solo y por meterme, ahora causaría daño no solo a ella, también a Emma e incluso a mí.
Cerré los ojos unos instantes y bajé las manos a mis costados.
—Theresa, yo... lo siento mucho de verdad —dije.
—¡Deja de llamarme Theresa! ¡Yo no soy Theresa!
Thesa salió corriendo de la cabaña con el rostro bañado en lágrimas.
Todo mi alrededor se vino abajo, lo hacía todo tan mal. Nunca acertaba, lo intentaba pero siempre fracasaba.
¿Es que no podía haberla llamado al menos Thesa? ¿No podía hacerle ese favor?
Tardé mucho en reaccionar, demasiado pues ella ya debía estar corriendo a saber donde.
Nunca podría darle lo que ella buscaba, no en mi situación actual, pero al menos podía, no sé, hacer algo. Pedirle disculpas de forma sincera, explicarle lo que había y lo que no. Aclarar las cosas para que la bonita relación de amistad que estábamos forjando no acabara de la peor de la peor forma posible.
Maldiciendo, salí al exterior y me até bien los cordones antes de echar a correr.
No sabía a donde se dirigía, pero hasta que no estuviera en la ladera no había muchas opciones.
Intentaría arreglarlo. Si hablaba con ella podíamos acabar bien, estaba seguro. Y yo no me pararía a analizar esos últimos. No pensaría en ese casi beso.
Con el pelo blanco revolviéndose por el aire y evitando poner muecas por el polvo que levantaba, fui descendiendo el camino que tantas veces había recorrido. Eso sí, nunca con la misma desesperación y el mismo dolor en la mirada.
Algunos campistas se encontraban en la zona de picnic a mi derecha, no los miré. Pasé por debajo de las luces y salté un tronco alrededor de la hoguera.
De refilón logré ver el pelo gris de Thesa doblar la esquina de las cabañas y dirigirse a la puerta que daba al sendero del acantilado. Iba a la playa, claro que iba a la playa.
Conociendo mi destino pude dejar de buscarla con la mirada y centrarme en alcanzarla.
No me di cuenta con la primera llamada, pero la segunda se coló.
—¡Pol! —me gritó Emma desde el cobertizo de su cabaña.
Cabaña que daba a la ladera, y ladera por la que Thesa había pasado segundos antes.
Me detuve sabiendo que tendría mucho que explicar.

***
Ay, Emma.
El jueves seguimos con esta conversación...

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