CAPÍTULO 38. POL
Cada pocos metros me paraba, dudando. No llegaría nunca a la cabaña de Thesa si seguía de esa guisa. ¿Pero qué podía hacer? Si todo el mundo te dice que eres un entrometido, que no eres un superhéroe y que cada uno libra sus batallas, pues cuando llega el momento en el que vas a hacer lo que da el pistoletazo de salida a todo eso, te lo piensas. Y esa vez lo pensaba especialmente. Seguramente fuera una mala idea, Thesa ya iba al psicólogo.
Paré y solté aire presionando mi cabeza con las manos.
¡Tenía una pálpito de que iba a ser de ayuda, no un entrometido!
Anduve con decisión.
Me detuve.
¡Siempre tenía ese pálpito!
Corrí de nuevo en dirección a mi cabaña cinco metros de la Thesa y Valen. Sí, estaba algo cerca. Pero antes de parar di la vuelta y llegué corriendo al cobertizo.
Era consciente de eso de que la gente aprende de los errores. A mí no me pasaba, porque errores cometí muchos antes y ninguno me impediría insistir en la puerta de Thesa.
¿Soy capaz de dejar de decir su nombre? ¿Estaba tan enamorado de su nombre que era incapaz de decirlo en voz alta? Porque era eso, estaba comprobado. Me parecía un nombre tan hermoso, tan delicado y arrollador al mismo tiempo. No sé explicarlo, era cómo.... Un manjar prohibido. Sí, eso, mi perdición y por ese motivo me permitía pronunciarlo tan no a menudo. Theresa era más seguro.
Estaba decidido, me había comprometido con ella para ayudarla. Ella me había contado su secreto más íntimo, y yo iba responder con un acto igual de valiente. O al menos un intento. Esquivaría todos los comentarios de la gente y miradas, solo por una persona más. Por Thesa.
Me senté en la silla sabiendo que era muy probable que me hubiera escuchado ya desde dentro. Pero quería pensar.
Thesa tenía una fobia, la hafefobia. No muy común y aún así lo había oido, mejor, me pilló menos por sorpresa. Era extraño, no lo esperaba. Aunque tampoco había pensado ninguna posibilidad, simplemente me llamaba la atención.
No le gustaba que la tocaran y tampoco tocar. Que vida más triste, sobre todo teniendo en cuenta que yo aprovechaba la mínima oportunidad para acercarme a la gente. Me gustaba el contacto, era cercano.
«No ha besado a nadie», volví a pensar cómo tantas otras veces desde que me lo dijo. Es posible que haya muchos adolescentes que no besen a nadie antes de los diecinueve, mejor dicho pocos. Pero una cosas es no hacerlo y otra no poder. Porque la fobia no la dejaba, o ella no se dejaba. No lo entendía muy bien.
Dejé caer los hombros y tras tratar de ordenar mis pensamientos, continué con el plan que llevaba en mente. Paulatinamente ¿no? Pues poco a poco la iría exponiendo a tocar o lo contrario. Pero me preocupaba un tanto que no supiera cual fue el origen de la fobia, yo entendía que era muy importante para poder arrancar el problema de raíz. Uff, que desesperante.
Me levanté de golpe de la silla, dejando de divagar por mi mente y llamé a la puerta con los nudillos.
—¡Theresa! —la llamé.
Esperé a que se abriera la puerta, pero no pasó.
—¿Theresa?
Se escucharon unos pasos en el interior y carraspeé para que mi voz no fallara al saludar. La puerta no se movió pero juraría que ella estaba al otro lado.
—Theresa... —la advertí. Ya me había costado suficiente llegar hasta allí, aunque claro, igual ella también estaba pasando por el proceso de dudas.
Le di unos segundos de mi paciencia y me vi obligado a hacerla reaccionar.
—Venga Theresa, déjame entrar. Si luego decides que mandarme a la mierda es la mejor opción, pues lo haces. Me gritas cosas horribles y me marcho con la cabeza entre las piernas —tenía calor allí fuera y mi cuerpo se estaba dando cuenta a pasos agigantados.
—Ya creo que mandarte a la mierda es la mejor opción.
Casi di un salto de alegría. Sonreí sin querer reprimir a mis comisuras y me maravillé por su forma de ser. Su voz sonaba nerviosa y con seguridad giraba el anillo de sus dedos como ya la había visto hacer.
—Caray, si que eres rápida, chica —comenté.
—Y sabes que no podría decirte muchas cosas horribles —agregó ella y meneé la cabeza sabiendo a qué se refería. Ya me habían dicho que discutir conmigo es insufrible.
—Soy maravilloso, lo sé.
Hablar con Thesa era entrar a una realidad paralela en la que no existían los problemas, solo intercambiar palabras
—No es eso —dijo molesta—, aparecerías al momento con tu tono perfectamente controlado y no me dejarías ni decirte tres palabrotas bien echadas.
—¿Qué se le va a hacer? Mi autocontrol es increíblemente perfecto.
Mis dudas ya estaban en el séptimo cielo. Quería pasar tiempo con ella, ayudándola o simplemente disfrutando de su compañía. También a ella le gustaba estar conmigo, se notaba.
—Estás muy creído tú hoy, ¿no?
—Es lo que pasa cuando una chica guapa me come la oreja por la mañana.
Recordé la escenita en la piscina, ella adorable con mis gafas grises y embobada por mis abdominales.
—Oye, que tienes novia —me dijo
Arrugué la cara divertido, ¿y qué pasaba? Éramos amigos.
—¿No pensaras que estoy flirteando contigo? —fue lo que dije con todo el misterio que me fue posible.
—Para eso tendría que permitírtelo yo antes.
¿Por qué era tan inteligente?
—Eso me parecía. ¿Me dejas entrar y hablar contigo viendo ese pelo gris o tengo que imaginármelo?
—Imagínatelo, ya tendrás tiempo luego de contemplarlo.
Se me hinchó el pecho con un remolino de felicidad que despertó en mi interior y apoyé la cabeza en la puerta.
—Así que habrá un luego... —dije con la voz ronca.
—Para eso vienes —espetó con toda la lógica del mundo y conmigo derretido.
Durante lo que pudo ser un minuto, parpadeé muy lento, con la mente perdida en el más allá.
—No me gusta tu nombre, es muy corto.
Me forcé a reprimir una risa, ¿a qué fin decía eso?
Thesa abrió la puerta en un movimiento brusco y perdí el equilibrio, ella se apartó a tiempo y yo trastabillé hasta estar estable.
—No lo esperaba —dije.
—¿El qué, que te cayeras o que no me gustara tu nombre?
—Ambas. Pero lo de mi nombre duele. A mí me gusta el tuyo, ¿sabes? Theresa —dije su nombre lentamente y moviendo la mano delante de mis ojos como si contemplara algo extraordinario.
Thesa se encogió de hombros.
—No tienes remedio, Pol.
Se hizo a un lado para dejarme pasar y lo hice, no fue tan difícil.
Entre nosotros habíamos charlado de cosas intensas, sensibles, como amigos de toda la vida, con picardía. No sé, casi de todas las manera. Pero lo que no habíamos experimentado es el silencio tenso y denso que se instauró en la cabaña. No nos mirábamos a la cara, yo en concreto observaba los folletos del campamento llenos de polvo. ¿Sabéis cuando vuestra madre se pone a hablar de la chica o chico que te gusta, porque lo conoce y tú temes decir algo o hacer un gesto que te delate? Pues era algo parecido, tenía la sensación de que cualquiera cosa significaría mucho y diría mucho sobre mí.
Fue Thesa quien habló, yo ya dudaba de si en algún momento sería capaz de hacerlo.
—Bueno, ¿qué es eso que tenías pensado? —su voz sonó cortada y tuvo que carraspear.
Me rasqué la nariz.
—¿Cómo has hecho para que Valen te deje la cabaña sin ninguna explicación? Porque no lo sabe, ¿no?
Sí, desvié el tema de la forma más cobarde posible. ¿Motivo? ¿Qué estaba nervioso? ¿No tenía ni idea de que hacer? ¿Seguía escuchando las palabras de la gente diciéndome que no me entrometiera? Seguramente tirara más la última y eso que el corazón me iba a mil, pero sí sabía que hacer, solo esperaría a estar preparado. Es que podía cagarla mucho, yo no era psicólogo, no tenía ningún tipo de experiencia con temas del estilo. ¿Y si lo empeoraba?
Thesa demostrando que no iba a quedarse callada por caridad, me contestó.
—La verdad, no tengo ni idea de cómo se ha ido tan fácilmente. Estábamos hablando, le he dicho que venías y se ha ido con Daniel. Nada raro, lo cual es raro.
Sonrió un poco y pasé la lengua por mis dientes intranquilo.
—¿Crees que se huele algo?
—¿De qué tengo hafefobia? —Volví a admirar una vez más como aceptaba su fobia y no le avergonzaba decirlo, no existía motivo. Supuse que le había gustado contármelo, parece liberador poder actuar sin tapujos—. Lo dudo —se quedó pensativa— ¿Tú lo sospechaste?
—Soy un tío, no me percato de nada —dije con franqueza.
—Pareces listo, ¿estudias?
—Turismo, voy a empezar tercero. Y sí soy listo, pero no cambia nada.
Se encogió de hombros y me miró en el plan de "ya no saques más conversación y ve al grano".
—¿Empezamos? —dije apretando los labios.
Thesa asintió y me aclaré la voz.
—Me dijiste lo de paulatinamente, pensé que a lo mejor podía someterte a una especie de niveles de tocamiento —arrugué la cara al percatarme de lo mal que sonaba eso y ella trató de impedir una sonrisa que no oculto su rubor—. Ya me entiendes.
—¿Cómo un videojuego?
—Me haces sonar básico, pero sí. Y que consté que miré en Google y vi que la exposición gradual es la mejor terapia. —dije utilizando las palabras que había leído.
—Sí que la recomiendan. Mi psicóloga me dijo que probara a ponerme objetivos pero no sé, nunca he sabido como... hacerlo, aplicarlo. ¿Qué hago, voy por la calle y rozo a alguien, le cojo del brazo, le planto un beso? No lo veo —su mirada que estaba fija en su anillo se levantó tras decir aquello y sus ojos color tierra me dejaron sin habla. Mucho se dice de los ojos claros, pero los oscuros tienen ese brillo e intensidad que, Dios, es superior.
Aparté sus ojos de los míos para poder pensar con claridad y no en lo mucho que me duele que no la hayan besado. Tanta habilidad tiene para evitar a la gente, que ninguno se ha lanzado sin ser interceptado, porque esos labios eran de aspecto suave y rosado. Invitaban a atraparlos entre los tuyos y morderlos hasta dejarlos rojos.
—¿Y con amigos?
Se crujió el cuello.
—Les incomoda el tema, prefieren que no lo nombre —me explicó con naturalidad.
Joder, que cabrones ¿no? ¿Cómo puedes hacerte el ciego con una amiga? Una cosa es que yo tenga complejo de Superman, pero hacerla sentir extraña y con la necesidad de ocultarlo es muy rastrero.
Thesa fue hasta el armario pasando por mi lado y cogió su chaqueta gris de chandal. Yo me senté en la litera de abajo, ella tomó asiento en la silla del escritorio.
—¿Tu madre?
—No me serviría, no me sentiría buena hija obligando a mi madre a someterla a tocarme "por niveles". Ella no lo dice, pero tiene que ser duro no recibir los abrazos que te mereces como madre.
—Y verte sufrir sin poder hacer nada, también.
—Ha hecho todo y más —dijo con tristeza.
—Pues seré yo con quien experimentes, puedes hacer conmigo lo que quieras. Soy tu muñeco.
—¿Qué hago? —preguntó ella de forma definitiva y luciendo preparada.
Sonreí por primera vez sin sentirme tan nervioso.
—Vale, ahora estamos separados, a unos cuantos metros. Yo había pensado que cada día...
—¿Vamos a vernos todos los días?
—Bueno, eso será inevitable, pero si lo dices en este plan..., pues era la idea, sí ¿No lo ves claro?
—No, no, no me importa en absoluto. Quiero superarlo de una vez por todas y algo me dice que me vas a ayudar.
Me ablandé.
—Me alegra que me digas eso. Yo tengo pensado cada día ir acercándonos un paso más. Poco a poco, que te vayas acostumbrado a mi presencia...
Empecé a parlotear sobre mis pensamientos y Thesa se puso de pie para seguir mis indicaciones, estábamos a aproximadamente metro y medio. Sin el "aproximadamente" que llevaba un metro que me consiguió Toby. Y hablando de recados de Toby..., según él, la crema de sol para Thesa llegaba mañana.
Sentándome en el suelo pensé en que quizás era una distancia excesiva, porque dicho en voz alta dos metros parece poco pero en persona y para hablar con alguien era ridículamente mucho. No insistí en acercarme, era el primer día.
—¿Cómo te sientes? —pregunté en medio de la conversación que manteníamos.
—¿Sinceramente? —Thesa hace un pequeño mohín y se explica lo mejor posible—. Tengo un nudo en el pecho que amenaza con no dejarme respirar si te acercas más, me sudan las manos, estoy incómoda, mucho. La boca se me seca y la puerta empieza a no parecerme una salida sino una prisión. Por lo demás todo bien, soportable.
Sus palabras me dejaron clavado en el suelo. En shock, ¿todo eso por estar a metro y medio?
Thesa continuó un poco más.
—Si hubiéramos estado así a principios de mes, ahora mismo estaría a punto del desmayo por la cabaña y la posibilidad de que te acerques y me toques.
—Pero... hemos estado más cerca otras veces... el día de la colchoneta—titubeé con la voz frágil.
—Cierto, pero llevamos casi media hora, no es fácil controlarme tanto tiempo. Es probable que sea mi récord quedándome sentada con alguien. Y cuando la colchoneta, ni yo sé muy bien como pasó. Logré olvidarlo, Pol.
—Ahora no puedes —afirmé.
—Es muy difícil cuando estamos aquí por ese propósito. ¿Podrías olvidar que tienes miedo al agua mientras planeas una quedada en la piscina.
Me paralicé, los ojos se me abrieron lentamente y entreabrí la boca esperando escuchar una disculpa escapar de mis labios. Que mierda de ayudante era.
—Pol, parece que te va a dar algo. Respira, gracias, no quiero tener que dar explicaciones a tu novia sobre por qué estás rígido y pálido en mi suelo.
—Perdón.
—No lo has hecho tan mal, es el primer día. Y esta mañana me has dicho que me ibas a hacer sentir incómoda para que me moviera, has cumplido tu palabra, porque quiero repetir, ponerme a prueba —parecía avergonzada al decirlo.
—Mañana no estaremos aquí para que no tengas la fobia en mente. Iremos a la excursión.
—No pensaba ir —confesó.
—Lo imaginaba, ¿demasiada gente mirando un mismo arbusto? Irá bien —dije tratando de infundirle confianza.
—¿Vamos a ver qué se mueve por ahí fuera?
Asentí con la cabeza viendo su cambio de tema y sabiendo perfectamente que el próximo día estaría con su mochila al hombro.
—Me cambio y nos vamos.
Thesa entró al baño para vestirse y yo me apoyé en la puerta para preguntarle algo.
—Oye —empecé.
—¿Qué pasa Pol? —su voz sonó amortiguada.
—¿Siempre estás alerta tratando de predecir los movimientos de las personas?
La escuché suspirar.
—Sí, pero estoy acostumbrada. Cuando estábamos hablando notaba muchísimo tu presencia, si hubiera cerrado los ojos podría haber visto con claridad como te rascas la nariz o acomodas tu pelo. O el gesto inconsciente que tienes de inclinarte hacia delante cuando hablas con alguien.
—No te gusta la gente imprevisible.
—No —confirmó sin necesidad—. Odio la gente sorprendente.
—¿Yo soy imprevisible? —pregunté queriendo saber su opinión.
—Nah, no mucho, nada en realidad —casi me sentí dolido—. Tengo la impresión de que con un poco más de tiempo que pasemos juntos podré imaginar tus respuestas, tus gestos y exclamaciones.
—¿No es aburrido?
—Para nada, es cómodo. Y así no defraudas.
—No sé si me están gustando tus palabras —reflexioné en voz alta—. Tú sí eres sorprendente.
—Mis gustos en la gente no se aplican conmigo.
Escuché el cerrojo abrirse y me separé de la puerta para no hacer el ridículo como antes.
Estaba genial con esa falda de volantes marrón chocolate y un top blanco que dejaba ver la piel pálida de su estómago. Llevaba el pelo recogido en dos coletas que parecían pompones al tener el pelo tan corto y eran... tan inocentes.
Carraspeé y salimos al exterior. Pude ver como se relajaba y se giraba en mi dirección para decir algo que me dejo sin palabras, lo consiguió.
—¿Qué pretendes hacer cuando recorramos el metro y medio que nos separa?***
Bueno, ¿qué? ¿Qué os ha parecido?
Por cierto..., ahora os publico el capítulo de ayer que se me olvidó completamente, sorry.
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Simplemente Thesa
Teen FictionThesa Lagos, y solo Thesa, llega a TeDI, un campamento perdido al norte de España y con las siglas erróneas, aconsejada por Vera. Vera, es su psicóloga y la misma que la acompañara durante el año más ¿increíble de su vida? Parece adecuado hasta el...