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CAPÍTULO 27. POL


Escrutaba a Thesa con la mirada de forma insistente, y no porque quisiera observarla, que no me importaba, sino porque no se daba cuenta. Y era raro, siempre parecía estar pendiente de los movimientos de todo el mundo.
«Si que está consumida por sus pensamientos» pensé, y no consideré que en el buen sentido.
—¿Qué te encanta del mar? —le pregunté para sacarla del trance. 
Funcionó, se sobresaltó más con mis palabras que con la enorme ola que la engulló. Esa misma ola me desplazó hacía atrás. Gruñí molestado y meneé los pies de forma insistente para volver a su lado. No funcionó y tuve que bajar para moverme. El agua me humedeció de nuevo y entendí los escalofríos de la chica del pelo gris.
—¿Has visto lo que me has obligado a hacer?
Me miró con las cejas levantadas y sonreí con dientes y alma.
—Me encanta porque no tiene límites. —respondió ignorándome.
—¿Y las costas? —le pregunté sentándome con mucha mucha dificultad y poco poco estilo.
Frunció el ceño, al parecer no lo había pensado. No le costó mucho hacerlo.
—Piensa no en el mar u océano al completo, en un poco de agua. Ese agua puede estar  vagando por el mundo sin encontrarse nunca con esos límites que dices, creyendo que tiene todas las posibilidades. Sintiéndose poderoso e invencible.
—Aunque no lo sea. —añadí arrastrado por ella.
—Exacto, creerlo te puede hacer más fuerte que serlo. Confías en ti. Y si por alguna casualidad se va convirtiendo en ola y va a parar a la playa, explorará ese límite, pero no la limitará, porque sabe que tiene todo un mundo de posibilidades. ¿No crees que sea encantador?
—Lo creo. 
Esa chica era increíble, lo de las olas no lo tenía muy reflexionado, pero si creía en serio que podría estar horas hablando con ella sin ningún tipo de problema.
Pero un rápido vistazo a esa costa, y por tanto a la toalla, me hizo recordad que yo había ido allí con un supuesto propósito, escribir el poema para el domingo por la tarde. Y aún era más entretenido estar con Thesa. Me sentí un poco mala persona por no estar con Emma, la pobre no era muy sociable y Valentina, su conocida y amiga, estaría jugando a las canicas, cosa que Emma jamás de los jamases haría. «Estará diseñando. TeDI es un paraíso para las musas», quise pensar. A mí talentosa novia se le daba de miedo diseñar, estudiaba eso y aunque ella dudara, yo estaba seguro de que conseguiría dedicarse a su sueño y vivir de él.
—¿Aún está disponible la oferta de tu unicornio? —me sorprendió tanto que del movimiento para girarme casi me caigo al mar, y eso no iba a volver a pasar.
—Claro —dije tras aclararme la garganta.
Sé mordió el labio dudando no sé de qué.
Había demasiadas cosas en esa chica que no entendía. De normal ya me resultaba difícil no meterme en la vida de las personas, pero es que Thesa era una especie de desafío, y lo peor: cada vez que le preguntaba, sentía que ella quería contármelo. Por eso no iba a dejar de hacerlo, si necesitaba hablar, estaría allí para cuando lo necesitara.
Tendí una mano para ayudarla a su subir, y la rechazó con un movimiento de la suya.
—Está bien. —dije entre dientes y sonriendo, luego me dolerían los mofletes.
Debería mirarse eso de no dejarse ayudar.
Se agarró con fuerza a la colchoneta haciendo ruido con el plástico y me moví para que no se volcara. Subió una pierna y el primer plano que tuve de su culo cubierto en parte por la tela húmeda del bañador, no fue nada positivo, o sí, según el sentido que utilicemos. Durante todo ese rato había conseguido no mirarla de forma indiscreta,  pero ese bañador de colores era muy tentador, demasiado.
—No mires, Pol. —me regañó y aparté la mirada rápidamente con las mejillas coloreadas.
—¿Puedes? —le pregunté repentinamente interesado en el horizonte.
—¡No! —medio gritó.
—¿Te ayudo?
—¡No! —gritó completo.
Se resbaló y por un acto reflejo la cogí por la cintura mientras se giraba para sentarse. Su cuerpo se tensó bajo las palmas de mis manos y las retiré.
—Lo siento, ya sé que no querías ayuda —me disculpé comedido.
Sus ojos rasgados color tierra se trabaron con los míos, estaba confusa. Y yo mucho más, segurísimo.
—Oh, eso. Claro —levantó la barbilla—. Habría podido yo sola.
—Seguro que sí. —dije sin ironía.
¿Entendía algo? Entre poco y negativo. 
—Eres muy desconcertante, Pol Luna.
—¿Tú crees?
—Todos lo creemos. 
Solté una risilla y vi que seguía tensa, giraba un anillo plateado en su dedo índice y de vez en cuando lo sacaba y metía. Quise sujetarle las manos y dejarlas quietas, y algo en mi interior me dijo que no lo hiciera, por muy nervioso que eso me pusiera.
Se instauró un silencio que duró poco, ni siquiera me molesté en reflexionar sus palabras. Yo quería charlar, no dejar que los ángeles pasaran entre nosotros.
—¿No me vas a preguntar que estaba haciendo sentado como un lunático mirando el horizonte? —aventuré.
—Ya lo sé, no es ningún secreto.
—Justo eso pensaba yo.
—Pues, no. He mirado en tu libreta.
Me revolví con cuidado encima de la colchoneta para ponerme de frente a ella y no tener que girar el cuello. Mis piernas se enroscaron al puro estilo indio y rozaron su muslo. Thesa me imitó justo después.
—No lo creo, tu reacción habría sido mucho más llamativa. —comenté tratando de no entrar en pánico.
—Eso es lo que tu piensas, se mantener la calma.
—Tal vez, pero dudo que hubieras resistido la tentación de reírte de mí. —comenté.
—¡No me reiría de ti!
—Entonces no lo has visto. —aseguré riéndome, sin motivo, la verdad.
—Pues no pero no vas a tardar mucho en decírmelo porque has empezado tú la conversación.
—Estaba pensando el poema para el domingo. Quiero impresionar, pero no sé si conseguiré algo para ese día, el campamento me absorbe la energía.
—Pensaba que para esas cosas te tiene que llegar la inspiración.
—Trataba de recibirla.
—¿Y te he incordiado? —dijo seguramente sintiéndose mal.
—Yo mismo he anunciado que vendría aquí, si hubiera querido estar solo no lo habría hecho.
—No lo habrías estado, iba a venir.
—¿Para qué? ¿No pensaras participar en el recital?
—Ja, no sueñes tan alto, Pol.
—Déjame soñar todo lo que quiera, Theresa.
—En el dudoso caso de que participe, recitaría algo de otro poeta.
—Pues no sé de donde lo piensas sacar.
Sonrió levantando la cabeza.
—Tengo mis recursos.
Me quedé embobado viendo su seguridad, sus labios rosados, su inteligencia, sus rasgos suaves...
—¿Qué estudias? —pregunté apartando la vista de su rostro.
—¿Qué te hace pensar que estudio?
—¿Siempre tienes que ser tan esquiva?
Entrecerró sus ojos ya de por si rasgados.
—Psicología.
—No te pega. —declaré al instante.
—En realidad más de lo que crees.
Eso sí me dejo pensando, ¿en qué sentido?
Asentí con la cabeza, seguramente alguno de sus padres era psicólogo y por eso decía que le pegaba, ¿no?
Pasamos más de media de hora sentados en aquella colchoneta de unicornio, la cual gané en una apuesta mi primer año en el campamento, Thesa misma fue quien me preguntó por su origen.
—Dime como la ganaste, no me puedes dejar así. —me suplicó con la coleta desecha y la sonrisa permanente que ambos llevábamos.
Chapoteé con los pies.
—¡No te lo puedo decir! Es un secreto.
Me señaló con un dedo.
—Si no me lo cuentas tú se lo preguntaré a otra persona y seguro que no escatima en detalles de la misma forma en la que vas a hacer tú ahora.
Giré la cabeza con la sonrisa ladeada que tanto me decían que atraía y las cejas encaradas.
—No me gustaría hacerte sentir envidia. —le advertí y viendo que pretendía contárselo juntó las manos y entrelazó sus dedos. Me quedé mirándolos sintiendo yo el envidioso.
—Prueba.
Me planteé esconder la cara entre las manos y ocultar mi vergüenza, pero lo cierto era que no la sentía y quería ver su reacción así que la escruté durante unos segundos disfrutando de su expectación. Y haciéndola sufrir, sabía que mirándola fijamente la estaba poniendo nerviosa, pero era tan encantadora cuando eso pasaba.
—Me retaron a correr desnudo por la ladera y tirarme al lago haciendo una mortal.
Sus ojos se abrieron tanto que la expresión "salirse de las orbitas" estaba muy bien aplicada.
—No puede ser.
—Imagina mi culito blanco, Theresa, porque es completamente cierto.
Sus mejillas se sonrojaron con la imagen que le regalé y echó la cabeza hacía atrás, todo eso sin dejar de reírse.
Su naturalidad era algo que me chocaba, no se parecía en nada a Emma, ni a Maca, a ninguna chica en la que me hubiera podido fijar. Era distinta. Más despreocupada pero más tensa y alerta. Natural y sin filtros, ningún tipo de filtro parecía valido para Thesa Lagos. Y su sonrisa, era descomunal, radiante y capaz de iluminar el rincón más oscuro, típico, pero cierto.
—Tal vez deberíamos volver ya, nos estarán echando de menos... —pensé creyendo que igual se aburría de mí.
—A mí no, —afirmó con voz cantarina— ¿y a ti?
No lo pensé.
—Emma estará entretenida.
Sonrió maliciosamente.
—Perfecto pues, porque creo que voy a tomar el sol.
Traté de detener una carcajada en vano. Su piel era realmente pálida.
—¿Tú te pones morena? —le pregunté incrédulo.
—Este año, sí.
—Aja, me uno, pues. Ya verás a final de mes mi bronceado.
—Oh, por favor, copo de nieve, no me hagas reír.
—¿Más aún?
Y así lo hice. Ella se rió y yo me empecé a preocupar por si mi boca podría volver a estar sería algún día. Estar con Thesa era agradable, llevarle la contraria y verla enfurruñarse era atrayente, pero verla reír por cualquier chorrada que saliera por mi boca y provocarme ella lo mismo, era de otro mundo.
Dio un salto para bajar y sin darme tiempo a reaccionar. Intenté mantener el equilibrio y solo logré zambullirme en el agua con la perfecta banda sonora de fondo. 
Volvía a la arena con los ojos escociéndome y el regusto salado en la boca. Que horror, si las playas fueran dulces todos seríamos más felices.
Agité la cabeza como un perro y se quejó de que la mojaba.
—¿Te recuerdo quién me ha tirado a mí?
—No hace falta, lo tengo muy presente. —replicó haciéndose la chula.
—Genial, la llevas hasta la orilla.
—Si solo es eso. —se encogió de hombros y cuando vi que le tapaba todo el cuerpo y no me dejaba verla, negué con la cabeza.
—Nope, cambio de idea, me estás castigando a mí.
Me la tendió con una reverencia y sin dejar de mi mirarme a los ojos y, joder, me dejo mudo.
Carraspeé.
—Odio que el mar sea tan salado —Juro que pensé que fue una buena forma de salir de la situación.
No soltó aire por esa boca perfecta como esperaba, sin embargo se puso seria, por primera vez desde que se subió conmigo en el unicornio.
—Yo creo que sería muy bonito besarse con el mar rodeándote y la sal en los labios de ambos. No sé, sintiéndote parte de algo más grande que tú mismo.
—¿Nunca te han besado en el mar? —pregunté extrañado, yo había hecho de todo en el mar, aunque tal vez no había tenido la oportunidad.
—No  —dijo sonriendo y vi que había algo más detrás—. Pero algún día pasará, espero que más pronto que tarde.
—Si quieres te presento a voluntarios, yo de aquí me conozco a todo el mundo.
—¿Todos? —dijo volviendo a sonreír y devolviéndome la luz.
—Todos los que merecen la pena.
—Que pretencioso por tu parte.
Me encogí de hombros.
—Yo solo digo la pura verdad. ¿No quieres que encuentre a tu Emma? O tu Pol, según como lo quieras ver.
—Ni de broma, no gracias. No es mi estilo enrollarme en todos los rincones habidos y por haber.
—¿Que yo...? No, no hacemos eso, es amoooorrr, Theresa. Amor —le expliqué.
—Si tú lo dices...
—Pues claro que lo digo.
No replicó, se fue corriendo a su toalla y se envolvió con ella.
—Pareces un burrito. —comenté.
Arrugó la nariz.
—Di mejor un canelón.
—Sí, cierto, los burritos no me gustan.
—Ah, genial, Pol.
Extendí mi toalla familiar sobre la arena después de sacudirla a conciencia. Solo Dios sabría lo llena de porquería que estaba.
—No parecía tan grande —comentó.
—¿Compartimos? Viendo que no parece que te vayas a separar de la tuya...
Miró el cuadrado de tela fijamente durante un tiempo que me pareció eterno.
—¿Por qué no? —dijo en voz alta, pero juraría que más para ella que para mí
Se desenvolvió y se tumbó boca arriba conmigo mirando. Subió las manos por encima de la cabeza y se estiró.
—Pues sí que te has separado sí —murmuré con la voz más ronca de lo que me hubiera gustado.
¿Es que no podía decir nada decente? ¿Tenía que quedar como un maldito baboso?
Apreté los ojos obligándome a focalizar la mente y me fijé en algo. Por eso si que no pasaba.
—¿No tienes crema? —pregunté alarmado.
—Me la he olvidado. —dijo tan tranquila.
—El sol no se olvida de los rayos malignos. Toma mi crema. —le tiré el bote sobre el estómago y abrió los ojos asustada, sí, estaban maravillosamente cerrados—. Por que deduzco que no me dejarás aplicártela.
—Que listo el nene. —dijo con voz infantil y echándose la crema por los brazos y el escote.
Aparté la mirada antes de tener la oportunidad de cabalgar de nuevo por pensamientos indecorosos y me tumbé a su lado dejando caer los párpados mientras esperaba mi turno. A través de los ojos vi como se cernía sobre mí algo que me quitaba el sol. Los abrí para ver si era una nube y era Thesa con una sonrisa pilla y el bote en lo alto.
—Ni se te ocurra. —le advertí.
Asintió con la cabeza y arrugué el rostro preparándome para el impacto.
Impacto que llegó con fuerza a mi pecho y me retorcí sobre la toalla escuchando sus risas suaves.
—Te lo debía.
—Duele más de lo que pensaba —dije tosiendo escandalosamente—. La próxima vez me lo pensaré mejor, lo juro.
Tomamos el sol y cuando me quise dar cuenta las horas habían pasado y mi piel desprendía calor. Pero se ninguno pensaba moverse, o eso quería pensar.
—Algún día me contarás tu secreto. —murmuré.
—Algún día, Pol. Te lo prometo.
Sonerí, aquello me alegro mucho, muchísimo diría yo.
Y después de haber vivido ese verano, os diré que Thesa cambió mi vida.

***
Y aquí va el segundo capítulo, nos vemos el jueves.

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