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CAPÍTULO 67. MI SABOR SALADO

La semifinal de vóley en la piscina estaba teniendo lugar mientras tomaba el sol en una tumbona, con mi crema solar nueva, claro.
    Ninguno de mis amigos, ni juntos ni divididos, había conseguido llegar, y más de uno suspiraba frustrado con el mundo mientras se quejaban de lo mal que jugaban sus contrincantes.
    Yo, bueno, solo tenía ojos y sentidos para el chico de pelo blanco, que ahora también era la persona que me robaba besos de vez en cuando. Preferiblemente cuando no había demasiada gente de por medio, no queríamos provocar más rumores. Y además, TeDI estaba llegando a su fin, no haría falta esconderlo mucho tiempo... pero ¿y luego qué?Terror era lo que sentía al pensarlo.
    Me daba pánico pensar que en una semana y un día, esa brillante realidad desaparecería por quien sabía cuanto. Pocos se atrevían a hacer planes, incluso yo, a quien Valentina consideró valiente el primer día que nos vimos, temía preguntarle a Pol qué sería de nosotros después.
    La jornada de vóley mañanera terminó y con ello empezó el plan que tenía para las horas que restaban antes de comer.
    Cinco segundos estuvo descansando Pol en al tumbona contigua a la mía antes de que le diera un toque en el quemado hombro. Ni siquiera la protección solar evitó su fatídico final.
    —¿Vienes?
    —¿A dónde? —preguntó apoyando la mejilla sobre la toalla y mirándome directamente.
    ¿Cómo diantres había conseguido yo que mi corazón latiera por una persona tan bonita como él y que me miraba de esa forma? Su piel blanca estaba rosada por el calor y el sol, sus ojos azules centelleaban bajo la luz del día. Su pelo mojado no estaba peinado en su usual forma de tupé, sino con unos delicados mechones que le caían por la frente. Quise estirar la mano y pasar mi dedo por la longitud de esa nariz tan arrebatadora.
    Sí, yo, Thesa Lagos quería tocar a Pol Luna. Y es que desde que descubrí lo a salvo que me sentía en sus brazos, la hafefobia tenía la sutileza de mandar lejanos recordatorios. A él no lo veía como a un intruso, no invadía ningún espacio personal, todo lo contrario de hecho, era más que bien recibido.
    —¿A dónde vamos siempre? —le pregunté a modo de pista.
    —Vamos —dijo poniéndose en pie con el torso descubierto y regalándome unas glamurosas vistas.
    —¿Theresa? —inclinó la cabeza para hablar, a penas lo vi, tenía la vista fija en otra zona.
    Cuando se puso de cuclillas para estar a mi altura, mi cerebro reconectó.
    —Las he visto más discretas —me susurró en la oreja y noté el rubor teñir mi rostro.
    —No sé de qué me hablas —respondí digna mientras me levantaba para meter las cosas de la piscina en la mochila vaquera que llevaba siempre. Entraron regular, algo ocupaba el fondo.
    Eché a andar sabiendo que Pol me seguiría y me despedí con un movimiento de cabeza de mis amigos.
    Medio corriendo llegué al camino que llevaba a la playa y no tuve que hacer nada más que barrer los alrededores con la mirada, para tener a Pol mirando mis labios con el mismo deseo de siempre que prometía tantas cosas.
    —¿Puedo?
    Esa era la pregunta estrella de los últimos días, una costumbre innecesaria que Pol había adquirido, pero que era demasiado adorable como para erradicarla.
    —Siempre.
    Y sus labios estuvieron acariciando los míos en menos de un parpadeo. Pasé mis dedos por el pelo corto de detrás de sus orejas, y sus manos se acomodaron en mi cintura con mucha delicadeza.
    Tiró de mi labio inferior y apoyé las manos en su pecho desnudo para separarnos, cuando el calor era insoportable y las piernas empezaron a temblar.
    —Y pensar que si nunca me hubieras contado lo de tu fobia no estaríamos aquí —dijo estirando de las puntas de mi pelo y enredando en dedo en la trenza de hilos que todavía llevaba.
    Tenía toda la razón, si eso no hubiera pasado nunca habríamos empezado las sesiones de tarde, ni habría tenido que romper con su novia para calmar mis nervios aquel día. Él perdió mucho insistiendo para que le contara mi secreto.
    —¿No te arrepientes? —pronuncié centrando mi mirada en su clavícula marcada.
    —¿De qué?
    —De todo.
    —¿De todo lo que nos ha llevado a estar aquí ahora? —Con un par de dedos me obligó a levantar la barbilla y atreverme a mirarlo a los ojos—. No podría.
    —Has tenido que renunciar a muchas cosas.
    —A Em y si no hubiera sido por ti, habría sido por cualquier otro motivo. No juzguemos las decisiones del destino.
    —¿Crees en el destino?
    —Si me lleva a dirigir un hotel contigo a mi lado, sí.
    Cerré los ojos, ¿tanto futuro nos veía? ¿Lograríamos sobrevivir a todos los obstáculos de la vida? Prefería no responder en esos momentos a ese tipo de preguntas existenciales.
    Pensándomelo un poco más de lo que debería, tomé dos bocanadas de aire porque estaba a punto de hacer algo que no hacía desde hacía años. Entrelacé sus dedos con los míos y seguí caminando.
    La mirada confusa y orgullosa de Pol alternaba entre nuestro punto de contacto y mi rostro.
    No era la primera vez que le daba la mano, ni sería la última, pero sí la vez en que decidí hacerlo para estar junto a él, unidos por algo tan frágil y solido al mismo tiempo.
    No negaré que sentí algo de presión en el pecho por esa nueva sensación, pero la forma en que acariciaba mis nudillos ayudaba a aplacar los pensamientos o movimientos intrusivos.
    Lograr relajarme del todo y poder disfrutar de la electricidad que enviaba por mi cuerpo, fue imposible, pero no dejó de ser un gran avance.
    Hundí por décimo octava vez los pies en esa pequeña playa en la que nunca había nadie. La ausencia de hoteles o civilización alrededor probablemente ayudaba a ello.
    —¿Cómo sientes tus pulmones hoy? —le pregunté estirando la toalla sobre la arena y sentándome encima.
    —Bien, gracias —dijo extrañado desde su toalla tamaño familiar.
    Saqué la caja de la mochila, tirando las gafas y varias cosas más por el camino, y se la tendí.
    Sus ojos se abrieron como platos para después echarse a reír. No había conseguido papel de envolver y el hinchable de flamenco se veía a la perfección en una foto.
    —Es para ti. —dije tratando de conseguir que se estabilizara.
    —¿Sabias que se me ha pinchado el unicornio? —quiso saber incrédulo.
    ¿En qué momento eso había pasado?
    —¿De verdad?
    —Completamente —admitió moviendo la cabeza de arriba abajo con efusividad—. No te lo había dicho porque ni yo soy capaz de aceptarlo. Está remendado con celo detrás de mi cabaña, no puedo ver como deja este mundo.
    Me llevé las manos a la cara sin poder creer lo que escuchaban mis oídos.
    —Dios mío, estás fatal fatal. Mi intención no era reemplazar a tu unicornio, sino que comenzaras una colección de hinchables. Lamento tu perdida.
    —No lo lamentas en absoluto —afirmó rascándose la nariz en un gesto muy suyo.
    —¡Eh! ¡Que me da pena de verdad! La mañana que estuvimos aquí con tu unicornio fue muy importante en la historia de mi vida.
    Asintió mordiéndose el labio, reprimiendo una risa.
    —Hagamos que esta sea memorable, pues.
    Estiró los brazos para coger la caja y yo la aparté con rapidez, tanta que me caí hacía atrás terminando llenita de arena.
    —No va ser tan fácil —le advertí con dificultad mientras me ponía derecha.
    —No me digas que me vas a poner un reto.
    —Pues sí —confirmé sintiéndome poderosa.
    —No querrás que me meta al mar, desnudo, ¿verdad? —la sonrisilla de medio lado que me dedicó no ayudó en nada a frenar el tartamudeo que se apoderó de mí.
    La sangre volvió a fluir con rapidez al tratar de imaginarme la escena y agité la cabeza. «No sigas por ahí, Thesa, es terreno tenebroso».
    —No va a ir por ahí, no.
    —¿Entonces qué?
    Puse una mueca, no había pensado nada, la verdad.
    —Lo pienso. Te la doy porque me apetece estar sobre ella y en cualquier momento te puedo pedir que completes el desafío.
    —Hecho —dijo sin pensárselo.
    Sellamos el trato con un rápido apretón de manos y nos pusimos manos a la ardua tarea de hinchar el hinchable gigante con forma de flamenco.
    Y nos costó, más de lo que me habría gustado admitir. Lo peor de todo fue descubrir la negativa capacidad pulmonar de Pol, es que, literal, a los cinco minutos ya no podía con su alma y tuvo que dejarlo. Me lo creí porque realmente parecía no poder, pero más le valía que fuera cierto o le pondría la prueba más horrible que pudiera pasarme por la cabeza.
    También tardamos mucho, muchísimo, en entrar al agua. Tratamos de ignorar la temperatura, pero no podía. No me entraba en la cabeza como hicimos el día del primer ****, (lo pongo con asteriscos porque es demasiado para mi persona) para estar rodeados hasta la cintura de una implacable y despiadada agua helada. Con el plus de las olas que te congelan el estomago a la de ya. Al final me armé del valor que todo el mundo afirma que poseía, y me hundí de lleno. Mi cerebro estuvo a un garbanzo de congelarse, en cambio no puedo decir lo mismo de mi... tal y cual, "hizo" el gentil esfuerzo de echar la cabeza hacia atrás hasta que las puntas de su pelo rozaron el agua. Wow, estaba tan impresionada.
    Lo miré con las cejas levantadas, me miró con inocencia y rodé los ojos. Era tan Pol.
    —Subo primera, me lo he ganado.
    Estuve encima con la misma elegancia que la última vez (memorable, lo sé), agradecí llevar un bañador que cubriera un poco más. Rodeé el cuello del flamenco con mis brazos y coloqué una pierna a cada lado de este.
    De forma, puede que no tan inconsciente, le dejé espacio suficiente para que no me tocara. Me mordí el labio odiándome por ello, ¿es que no podía ser normal como el resto ni siquiera cuando tenía a un chico increíble interesado en mí?
    Y no, el discurso de Alejo no me hizo cambiar demasiado de opinión.
    Él, puede que pensando que necesitaba espacio, se sentó con las piernas cruzadas y podía sentir su atenta mirada en mi nuca mientras cerraba los ojos y me dejaba llevar por el suave balanceo de las olas.
    Me relajé sobre el hinchable, mi mente logró ponerse en blanco, la brisa del mar me acariciaba la cara, y el olor a sal me llenaba. Era tan increíble el mar, ¿cómo no me había dado cuenta antes de lo mucho que me gustaba la paz que trasmitía?
    Estando ahí, perdida sobre un flamenco, era muy fácil olvidar lo que la gente pudiera pensar de mis comportamientos fríos, que iba al psicólogo para superar una fobia que marcaba mi vida, e incluso que existía la enorme posibilidad de que nunca la dejara completamente de lado. Podía ser quien quisiera mientras las olas y yo, fuéramos los únicos protagonistas. Era tan fácil dejarse llevar y vivir eternamente en ese movimiento incesante.
    Logré olvidar todo lo que atormentaba mi vida.
    Disfruté de la tranquilidad de momento, hasta que unos silbidos inarmónicos interrumpieron mi estado.
    Al parecer no todos disfrutábamos del mar. Y como deduje que la situación ya se había alargado lo suficiente para él, le propuse el reto que se me había ocurrido.
    —Vas a sufrir, nene —le anuncié aún sin cambiar mi posición.
    —¿Puedo acercarme antes de que eso pase?
    —Un poquito, sí.
    De una forma repentinamente enérgica e ilusionada, se desliza hasta pegar prácticamente mi espalda con la suya. El hinchable se balancea de forma arriesgada.
    —¡Mierda, Pol! ¡Vamos a volcar!
    Con las manos le hice un gesto apresurado para que se centrara y yo dejé de aferrarme al cuello rosa temiendo volver a tocar el agua. Sus brazos me rodearon la cintura con el mismo miedo en el cuerpo y escondió su adorable cabeza en mi pelo.
    Me quedé paralizada, ¿eso era real? ¿Estaba tan adorable cómo parecía aferrado a mí? No me dio ni tiempo a entrar en pánico de la oleada de ternura que me llegó, irrefrenable.
    —El agua está tan fría —deliró contra mi media melena.
    Con mi mano me atreví a acariciarle la cabeza y bloqueé todos esos pensamientos que ya me estaban llevando a acelerar mis pulsaciones.
    —Te voy a poner el reto, ¿vale? —le dije con calma y susurrando, espantada por la idea de que cualquier movimiento en falso pudiera hacerme saltar y terminar con el preciado momento que guardaría en mi memoria.
    «Pase lo que pase cuando todo esto acabe, siempre nos quedará lo vivido», me dije.
    Un movimiento en positivo me hizo saber que asentía. Y me derretí aún más cuando besó mi cabeza. ¿Acaso alguien podía culparme por enamorarme de una personita así? Lo dudo.
    Me mordí el labio porque a lo mejor era algo cruel.
    —Quiero que pruebes el agua salada.
    Resopló y pude sentirlo por cada parte de mí. Pol, viendo que no me alejaba, aprovechó para pegar completamente su torso desnudo a mi espalda. Y sinceramente, lo "único" que sentí, fue que estaba en casa y más ubicada que nunca.
    —Trágicamente, eso ya ha pasado. No la odio tan a la ligera.
    Fruncí los labios.
    —Quiero que lo hagas a propósito, no seas cobarde.
    Tomó aire de forma pausada por la nariz, me tensé, ¿se iba a enfadar? Esperé que me dijera lo malvada que era, que se marchara nadando hasta la arena o cualquiera otra cosa menos lo que hizo.
    Y me sorprendió porque subestimé a Pol, a su inteligencia y su autocontrol
    Su barbilla se apoyó en mi hombro, sobre la tira del bañador y la apartó para estar más cómodo.
    —Está bien —me susurró con la voz grave, grave. Oh, y mi piel supo lo que es sentir algo así.
    Se apartó unos centímetros y lamió de arriba abajo la delicada piel de mi hombro, con atención, talento y dedicación. La deliciosa forma en la me estremecí, es un secreto que guardaremos entre Dios y yo.
    —Pues sí es salada. Y en ti sabe mil veces mejor.
    Repitió su jugada acabando con todas y cada una de mis defensas.

***
Ayer no pude subir capítulo, pero que este extra largo lo compensa.

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