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Hace ya un mes que seguía sumergido en una gran oscuridad; cortinas cerradas, impidiendo el paso de la poca luz que entraba en el frio invierno. Joong-ki continuaba escondido dejando que sus pensamientos lo consumieran días tras día.

Con el tiempo perdió la noción de lo pasaba tras la puerta de su despacho, no oía ruidos, solo conversaciones ajenas a él de las personas que trabajaban para la seguridad del refugio. En su momento creyó que todos se fueron o murieron por culpa de los mordedores, pero no fue así gracias a que Seoho le dejo una especie de carta relatando que aún seguía a la espera de él como general y cabecilla del refugio, que las cosas estaban bien y por supuesto que las personas, cada integrante, están sanos y salvos.

¿Era cierto todo lo que ponía ese trozo de papel?

Pues él no sabía, Seoho le parecía ser un hombre de alta confianza, por algo lo dejo a cargo del refugio y de la seguridad del lugar. Seguía dejando en sus manos vidas ajenas, pero Joong-ki no tenía ni la menor de idea que nada era como lo decía esa carta.

No conocía la verdadera situación en el refugio, por ejemplo, que la gente comía menos, que la cuarentena era un lugar de celdas para quienes rompían reglas y sobre todo, Seoho se estaba comportando como el dueño y señor del refugio dejando de lado quien de verdad mandaba allí.

El general Joong-ki vivía en la absoluta ignorancia.

—Veinte cabezas... veintiún cabezas... veintidós cabezas...

Ya era de noche y consigo traía una nueva cuenta de los mordedores que andaba merodeando cerca de su despacho. Había un par de ventanas con cortinas grises que solo las abría en las noches, pues se acostumbró a vivir y ver la oscuridad del entorno. Cada día su cuenta llegaba a no más veinte, pero ahora ya estaba por llegar al treinta los mordedores que veía caminar.

No bebía alcohol, pero la falta de comida muchas veces le hacía delirar, Seoho le dejaba comida en la puerta y por su parte solo sacaba su brazo para arrastrar la bandeja hasta su oficina y comer contra la pared de espalda apoyado.

—Y treinta cuatro cabezas... —Terminó de contar. —Más que ayer, menos que mañana —dijo bebiendo un poco de agua.

Antes de cerrar las cortinas alcanzo a divisar un destello de luz a lo lejos entre los mordedores que rondaban por el exterior, pensó vagamente en que era alguien de la seguridad, pero se equivocaba.

Ese destello se hacía cada vez más grande, era una linterna que avanzaba hacia su ventana. Asustado tomo la pistola del cajón y la reviso para verificar si contaba con munición.

Con el arma efectivamente cargada, la alzo y se puso en defensa cuando el destello se apagó dejando ver un poco una alta silueta que se paraba fuera con la mano izquierda arriba intentando abrir la ventana a la fuerza.

Podía estar al borde del delirio, pero sabía lo que estaba viendo ahora mismo. El sonido de la ventana ser sacada de su marco lo despabiló, el intruso era más claro.

Un hombre de chaqueta larga, botas militares, cabello peinado de manera perfecta y una mirada asesina que aterroriza a cualquier débil, pero Joong-ki no le tenía miedo, su mano no temblaba con el arma arriba; un movimiento en falso que diera iba a disparar sin dudarlo.

—Buenas noches —saludó el desconocido con voz gruesa. —No quería hacerme esperar, además, estaba ansioso con conocer el refugio de Ansan del cual me ha contado alguien cercano.

—Lárgate de aquí antes de que te dispare —amenazó.

—¿General Joong-ki? —preguntó el tipo acercándose a él. —Pensé que estaría con su gente para pasar los últimos momentos con ellos, pero algo me dice que se esconde.

Outlast ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora