Aún conservo la campera que me compraste; lamentablemente, la remera se ha desgastado con el tiempo. Nunca te agradecí lo suficiente por aquella charla en el auto, por el hospedaje y por el amor incondicional que brindaste con amabilidad.
Y ahora, solo quedas en cenizas, desvaneciéndote sin prisa, como un simple parpadeo. Todo ha llegado a su final.
Echaré de menos atender tu negocio, los momentos compartidos de ocio y incluso usar ese gorro de Bob Marley que tanto te divertía.
A veces me pregunto qué sería si hubiera aceptado tu oferta, cambiar el rumbo, reiniciar el set de grabación de mi destino.
Tal vez esté pensando demasiado en ello, quizás me esté culpando demasiado.