La migraña persiste en su agobio, se aferra sin descanso, mientras yo, hereje, renuncio sin pestañear.
En la taza, descubro fracturas, metas y sombras malévolas, la cuchara desencadena su propia alquimia con mi mano danzante.
Se revela claramente cuando mi reflejo se retuerce en espirales, tanto en el café como en el espejo, tanto en el despeje como en el dominio.