Parque

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Eran aproximadamente las 20:00 y fracción, cuando, con el recorrido de unos breves 15 o 20 minutos, llegué al apacible parque. La gélida noche parecía haber desvanecido mis ansias de trotar, dejando en su lugar un irrefrenable deseo de reposo.

Al escrutar el panorama, mis ojos se toparon con un silencio sepulcral. ¿Sería el frío nocturno el responsable de esta ausencia de almas errantes? ¿O acaso el festival que congregaba a multitudes había cautivado a la población en otra parte? Mientras meditaba sobre el enigma, el cielo nublado arrojaba su sombra sobre el escenario, mientras el viento soplando en exceso acariciaba mi rostro. Los árboles, majestuosos y en pleno desarrollo, parecían danzar al compás de la brisa invernal. Y allí, justo a mis pies, yacía un pequeño charco que anhelaba con fervor ser un arroyo en pleno caudal.

Sin la certeza del tiempo transcurrido, pues no portaba reloj alguno, me encontraba perdido en un limbo temporal. ¿Habrían pasado ya unos 35 minutos de mi llegada? ¿Sería prudente iniciar mi trote? Dudas asaltaban mi mente, pues el frío penetrante amenazaba con obstaculizar mi respiración. Quizás sería más sensato realizar un par de paseos pausados antes de lanzarme a una exigente carrera. En situaciones como esta, el peligro, acechando por su mera probabilidad, podría desplegar su sombría figura. Recordé las palabras de advertencia del policía, pronunciadas con firmeza antes de adentrarme en el parque: "Evita cualquier alarde y regresa a tu hogar".
Sin embargo, mi terquedad, como un péndulo en su oscilación incesante, me impulsaba a seguir en la dirección opuesta, desafiando las advertencias.

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